lunes, 30 de mayo de 2016

Un mes en la vida

Todavía no termino de adivinar si Mayo está repleto de convicciones o accidentes
-sólo sé que la caída es real-


(1)

*

Lo primero que recuerdo es estar tirado en una cama que ya no me pertenece, los brazos estirados, los puños cerrados.
-¿Confiás en mis golpes?
-…
-No quiero ser uno más… y menos para vos… Prometí golpes, ¿te acordás?
Y mientras lo menciono recuerdo otra cosa que nada tiene que ver con esa promesa. O sí. Me acuerdo de la lluvia y el frío, de apretarnos fuerte bajo la parada de un bondi que tardaría una eternidad. Me acuerdo de lo tonto que me sentí.
-Nunca vas a ser uno más, para nadie.
-Estoy habando de vos…
-…
Después viene un bache, una incertidumbre de pensamientos inconexos, de música un poco alta, de palabras volando deprisa: la poesía anunciando lo inevitable. De nuevo estoy en la cama, ahora solo. Las manos ya no son puños, y se pegan a mis ojos. Estoy desnudo, mojado, empapado, tiemblo. De nuevo el recuerdo de la lluvia. No puedo recordar si cerré la ducha. Hay un sonido que no me deja concentrarme. Tardo un rato en darme cuenta de que ese sonido es mi llanto.
Me duermo, quizás la última noche en paz.
Uso la palabra. “desgastar” al otro día, por la mañana, ni bien me despierto. La ilusión empezó ahí. Así. Dije muchas cosas, pero ella estaba dormida. Cuando las tuve que repetir, ya entrada la mañana, ya el sol habiendo secado el rocío de mi furia, sólo pude repetir “desgastar”. Una y otra vez.
Se le puso fecha y hora. 

*

Y antes de traspasar el umbral (o en el umbral- llegado el momento vas a descubrir lo inútil de describir en un antes-durante-después) una voz. Y nunca conocí una voz real sin la necesidad de narrar. No preciso oídos, preciso voces que puedan preguntar. Y dibujé el plano de un viaje en pepa, entendiendo por primera vez la lógica intrínseca de las cosas, esa lógica de la que venía hablando con nada de pudor. Se me quebró algo.
-Pero vos no estuviste ahí.
-Ahora sí.
Y me volví a quebrar.
Y visité una de las tantas sedes del infierno, una que queda en el lugar que menos pensás, y me traje de recuerdo la mordedura de la muerte, con veneno duro y eficaz incluído. ¿Qué me importaba? Había una birra en la mochila y unas ganas terribles de no parar, porque el motor ya largaba humo y no soy de los que saben administrar.
Después, la última noche y la ausencia de mirar. Me enceguecí con todo y me quedó un lindo vacío para recordar: me dormí en el sillón, abrazado a Linda, una perra caniche a la que nunca le quisimos cortar la cola, preguntándome lo que me pregunto cuando me quiero hacer mal: “¿me extrañará?”.
Ella llegó tarde y me dijo que fuera a la cama.
Sonreí.
Dije que sí.
Y volví a cerrar los ojos.
Soñé con fuego, serpientes, transpiración.

*

Abrí los ojos y sentí miedo de ir al baño: sabía que el espejo me devolvería una imagen escamosa, una lengua partida, ojos brillantes. Mi ex –mascota (juro que nunca le dije: “mascota”) ya no estaba conmigo. El pelo se me pegaba en la frente. La espalda ardía.
Empecé a armar el bolso, sin meditar.

*

Una charla hermosa, única, llena de sonidos que no salían ni de mí ni de mi mejor amigo.
Hablo de enamorarse, del tiempo, de los corazones, del desajuste de las cosas, de la cobardía, de la idea de “una casa”, de mis 26 años (tema que saco a colación para remarcar mi proximidad con los 27). También hablo de cómics, del nuevo disco de alguna banda, de los libros que robé en la feria del libro… hablo de muchas cosas, como me pasa cuando estoy bien… Y hay nubes bajas, muy blancas, contra una inmensidad celeste que abruma. Y es una terraza. Amo las terrazas.
En el momento menos esperado, cuando creo que estoy hablando de una peli que encontré en el cable, sin querer, mi amigo me pone una mano en el hombro y me dice que me entiende. Que mi personaje lo exige. Que yo siempre quise ser orgánico. Que estoy teniendo muchos huevos.
Le digo que “tener huevos” es relativo.
Lo mismo que el triunfo.
O el fracaso.
O la idea de “dar marcha atrás”.
-Para saber algunas cosas debería vivir dos veces… Y si eso pasa seguro que no voy a tener acceso a mi memoria.
Nos reímos.
Después cuelgo, contándole que en internet hay un texto a modo de diario íntimo en el que un tipo describe su experiencia con el peyote. El texto está firmado por David Carradine.
Él me escucha.
Soy el Pequeño Saltamontes de mi mejor amigo.
Me esmero (sin esmerarme de modo racional) en darle un tono épico al final.
La anécdota termina y bajamos la vista, ambos muy satisfechos, acariciados por el viento y por la sensación tan fuerte de domingo al mediodía. En un momento él me codea, me señala la calle: vemos, desde la perspectiva de un dios con bajos presupuestos y una escala bastante mediocre, a su novia (“señora, señora… están casados…”, me lo tengo que recordar a cada rato) mientras pasea al perro.
Él suspira.
Yo miro para otro lado, para no interrumpir su momento y descubro que haber estado tan pegado a la pared me dejó los pantalones manchados de blanco.
Me pongo triste.
Voy a dejar mi casa, voy a dejar a mi chica, hecho un zaparrastroso.

*
Vuelvo, para irme.
Termino el bolso, lo que quiere decir que queda sin cerrarme.
Llamo un remis.
Me cago a golpes.
Nos abrazamos.
-¿Estás segura?
-Sí.
Sin palabras me pregunta si yo también.
Sí.
Salgo.
Linda sale corriendo y ladra.
Después de hacer malabares para guardar las cosas le doy la dirección al chofer, al tiempo que un nudo se me forma en la garganta.
Resulta que no sabe llegar.
Y yo no puedo contestarle.
Tardamos mucho.
Me cobra mucho.
Me chupa un huevo.
Mucho.

*

Me recibe un amigo: Lucas. No es mi mejor amigo, el de la terraza. Lucas me conoce pero no. O al revés: no lo conozco pero sí. No sé. No somos nadie el uno para el otro: hicimos juntos el colegio y somos lo suficientemente románticos.
No recuerdo si usamos las escaleras o el ascensor.
Cuando estamos en el piso 4 le menciono (otra vez) que los pasillos de ese edificio parecen de psiquiátrico.
Me dice que me curta.
Me acomodo, le invado los espacios. Acarició a su perro, que se llama Roto y tiene un problema de malformación ósea. No puede abrir bien la boca. Lucas lo levantó de la calle. Me conmuevo con eso.
-Una semana y me voy…
-Por mí hacé lo que quieras.
-Una semana y listo.
-Dale.

*

Viví con Lucas y Roto casi un año.

*

Me instalo con una bolsa de dormir, en el costado del colchón que da al vacío. Lucas se queda con la pared.
No duermo nada.
Me arde la espalda.
Estoy muy borracho, no encuentro el celular.
Dialogo con Cortázar.
Intento escribir.
Fracaso.

*

-Mirá, te trataría de mostrar el barrio, pero son cosas que a vos no te interesan…
-No es que no me interese… quiero entenderlo a mi modo.
-…
-¿Qué? ¿Qué dije de malo?
-La birra la podés comprar en los chinos de allá.
Pienso, y no le digo, que yo antes compraba birra en una almacén, a un tipo que se sabía mi nombre.
Es un dato menor, un comentario de mierda.

*

En mis primeras dos salidas encuentros vinilos rotos en la calle.
Voces muertas.

*

Lucas tiene franco martes y miércoles.
El martes lo acompaño a un bar. Hay mucha luz azul, me endeudo por escabiar poco y la música es un asco. Lo convenzo para que nos vayamos. En la puerta agarramos unas postales que están exhibidas: una es de un festi de cine europeo.
-Mañana hay una peli de Polonia…
-Vamos.
-Bueno.
En la parada del bondi nos da un ataque de optimismo y buena vibra. Levantamos de la basura unas maderas de color muy bien embaladas que no sabemos para qué serían (parecen algo de oficina) y las llevamos, dispuestos a resolver el misterio.
Las tiramos pasados los diez días, cuando ya nos cansamos de que estorbaran el paso del dormitorio a la sala de estar.
Mientras tanto soy parte de la casa: ya tomo decisiones, como levantar basura.

*

La peli se llama “Sala de Suicidas”.

*

La proyección era en una especie de embajada francesa en la que también había una expo de fotos. Todas fotos muy vergas, pretenciosas.
La sala se llenó rápido de turistas. Cuando apagaron la luz, una voz en un exquisito francés dijo que apagáramos los celulares. Escuché murmullos en muchos idiomas.
Por tres segundos me convencí de que no estaba en un cine: estaba en un avión.

Ojalá existiera la chance de irse de cualquier lugar del mundo en cualquier momento.
Un mundo feliz.

*

Un bar ruso.
La peli nos gustó.
Hablo y hablo de una de las escenas finales, fascinado.
Después trato de expresar lo que está pasando en mi cabeza.
No puedo.
Decido besar al silencio con un beso muy (MUY) ruidoso.

*

Ya no tengo casa propia, ni novia ni mascota.
Puedo decir que no fue tan duro, siempre y cuando entendamos que sí.

*

Descubro que los chinos del barrio son peor de lo que esperaba: ni siquiera me dicen cuánto les debo, se limitan a señalar la caja registradora. Decido hacer una compra “grande” para no tener que lidiar a diario con tan triste show.
Dos cajones de birra que terminan molestando el paso entre la sala de estar y el comedor.

*

La luz de la cocina del departamento no anda.
La cocina tiene una ventana que da directo a unas vías de tren.
Arden las madrugadas.
Mi espalda es un infierno.
No puedo dejar de mirar.
Y pienso.
Y pienso.
Trato de hacerme amigo de la playstation. Me dura una hora. No sirvo para esas mierdas. Vuelvo corriendo a la ventana.
Me doy cuenta de que ese es el lugar que me corresponde.

En el trabajo duermo.
Bah, me desmayo.

*

Descubro un espejo en la computadora.
Y, a veces, en mi celular.
Qué verga incluir la palabra chat y/o sms en medio de una narración.
Otra vez, una voz.
“Deberíamos vivir más cerca”.
Divago sobre la idea de las distancias.
Me acuerdo de cuando me enamoré (casi perdidamente) de una piba entrerriana que escribía poesía. Hablábamos mucho. Un día escribió la mejor poesía del mundo.
Cuando se conectó estaba dispuesto a decirle que si alguien me dedicaba una poesía así yo podía caer rendido… hasta tenía pensado tomarme el tren. Sin embargo ella tomó la posta, muy entusiasta:
“Hoy me besó… El pibe que me gusta me besó”
(claro, porque hablaba de un pibe que le gustaba, pero yo ignoraba esa parte porque no me parecía entretenida)
Me mordí la lengua (los dedos), antes de seguir:
“¿Fue por la poesía?”
“¿Eh?”
“¿Le dedicaste la poesía esa que publicaste el otro día?”
“Eeeeeeh, sí… se la dediqué, pero él no sabe, no le cabe leer”.
A eso le siguió un emoticón.
Uf, me desenamoré de movida.
No, para ser justo no fue tan rápido, pero me desenamoré a full.

Igual, lo que quiero remarcar, es que me enamoro igual de fácil que cuando era apenas un niño.

*

El viernes toca un amigo.
Lo voy a ver, solo.
Me cuelgo hablando con un flaco que tiene un plan maestro para llenar toda la capital de plantas de marihuana. Hablamos un rato largo sobre eso, con la seriedad de estrategas súper expertos en el arte bélico. Entre data y data descubro que es conocido de un pibe que cursaba guión en la misma escuela que yo. Un pibe con el que me llevaba muy bien y con el que habíamos escrito una saga que narraba el fin del mundo mezclando los estilos de Richard Kelly (mi héroe del cine) y Kevin Smith (su héroe del cine).
Después nos peleamos (seguro que por mi culpa) o nos dejamos de hablar (seguro que por mi culpa).
Trato de resumirle eso a mi interlocutor pero está en otra. Acepto de su faso y me dispongo a disfrutar, sin nada de pretensiones, de la banda que toca antes de la banda de mi amigo: resulta que me estoy adentrando al mejor reci de mi vida.

El lugar es chico, es un primer piso de una especie de casa tomada convertida en antro-bar.
La banda se llama Ojos sobre el mar. Son de Misiones.
En un momento llego a sentir que si mi historia llegara a escribirse mi biógrafo no podría, jamás, obviar esa noche.
Me lleno como nunca.
Y me vacío como siempre.
Pero más.

*

Es la primera vez que vuelvo muy drogado al departamento.
El pasillo de psiquiátrico se hace pegajoso. Se estira. Se contrae.
Respira.
Dicen que los locos tienen voces en su cabeza.

*

Por esas cosas que suceden en el momento oportuno/no-oportuno recibo un llamado de una mina con la que salí un tiempo. Hago memoria y recuerdo que nunca hizo tal cosa durante los 2 meses que duramos juntos: 2 meses en los que yo me encargué de romperle el corazón con paciencia y puntualidad asesina.
Decido no atender.
Y sobre eso, no hay más nada que decir.

*

Me levanto de no-dormir ansiando la voz.
No sincronizamos.
Es raro.
Porque no, pero sí.
O sí, pero no.


*

Me invitan al rodaje de una peli de la que escribí el guión.
Voy con ella, que es la vestuarista.
Nos hacemos preguntas tramposas.
Yo perdí la noción del tiempo: pasaron siglos.
Ella sacude la cabeza: “mañana se cumple una semana”.
Algo se nos está yendo.

*

Es un día de rodaje largo y llego a fastidiarme: recuerdo por qué elegí ser guionista.
En un momento subo con el director de la peli al techo de un enorme galpón para poner unas mantas sobre unas claraboyas. Subir al techo es peligroso, tenemos que caminar por una cornisa muy angosta. Puedo ver los patios traseros de casas lujosas: piletas, césped bien cortado. Los perros nos ladran.
No nos caemos de pedo, pero me paso todo el día imaginándome ahí, tirado entre tanta pulcritud. Me maldigo por no saber pintar.
-Sería un cuadro hermoso…
-¿De qué hablás, Matías?
-Nada, dejá.
Yo.
Boca abajo.
Una mujer gritando.
Mis pantalones negros aún manchados de blanco.
Las flores aplastadas.

Volver es horrible.
El eco es horrible.

*

A dos cuadras del departamento hay un parque. El parque tiene una feria los domingos. Voy con muchos ánimos pero la termino recorriendo en pocos minutos.
Tengo la urgencia de decirle algo a Lucas.
Entro, agitado:
-Ok, sí, va a ser más de una semana.
No despega su vista del monitor.
Agrego:
-Gracias…
-No seas gil.
Fin.

*

Pasan dos días y el dolor en la espalda toma forma: picaduras pequeñas, una al lado de la otra, una franja de unos 5 centímetros, que van del costado derecho hasta la mitad de la espalda.
El doctor se ríe.
-El nombre vulgar de esto es “culebrilla”… te quema los nervios… Vas a sentir mucho dolor. En la creencia popular si la culebrilla avanza y se tocan las puntas te morís…
Se ríe con más fuerza. Anota el nombre de muchas pastillas.
-Pero no te asustés… Te salió por el estrés. Tenés las defensas bajas.
Risa.
Yo nada.
Se rinde.
-También podés ir a una curandera, pero es importante que sepas que eso no serviría de modo real…
No me conoce ni un poco.
Me cae mal.
Rotundamente.

La curandera se llama Magdalena y vive en la calle Magdalena. Cosas de curandera.
Es rubia, grandota, unos 60 años. Huele a bebida fuerte, dulzona… Su casa no tiene estampitas ni santos ni nada. Lo único que veo por todos lados son juguetes (entre viejos y nuevos) y fotos (entre viejas y nuevas) de niños.
-Tenemos que hacer un tratamiento de 9 días.
Asiento, con valentía.
Me pone una crema sobre las ronchitas minúsculas.
Después tomillo.
-¿Para qué es?
-Para que no te irrites con la ropa… Y tiene rico olor.
-Sí, posta.
Me cae bien.
Rotundamente.

*

Me tomo una pequeña licencia.
Escucho mucha música.
Se me cierra la garganta.
Me obsesiono con el número 9. Después, por culpa de una buena historia que recuerdo de golpe, con el 52.
Me baño poco.
Paseo a Roto.
Lucas no deja de repetir que Roto tiene más salud que yo.
Todo se pone difuso, los días se parecen mucho.
Me emborracho.
Me desmayo.
Tomillo.
Otra vez borracho.

Pienso.
Doy vueltas.
Hago llamadas. Me quedo insatisfecho, siempre.
Planeo un rodaje para el fin de semana. Le pongo muy poca onda.
Pienso en Ouroboros.
Me miro mucho en el espejo.
Me siento con el sex-appeal de un espantapájaros.
Pienso en serpientes y círculos.
Pienso en trampas.
Muestro los dientes.
Me conmuevo.
Camino de una punta a la otra de la cocina.
Me memorizo los horarios del tren.
Fumo pegado a la ventana, para no perderme los detalles.
Cuando menos me lo espero escribo una poesía.
Me doy cuenta que tiene una dedicatoria explícita.
Me doy cuenta después de haberla terminado.
La doblo con delicadeza (la escribí en un papel) y la guardo, entre asustado y fascinado.
Y otra vez.

*

El jueves me siento mejor.
Amago con salir, pero no puedo.
Mejor no significa bien.

*

El viernes hay ensayo para el rodaje de un corto que escribí hace poco más de un mes.
Hago de director de actores, porque eso me gusta. Me gusta ver la transformación. Ser el guía, después dejarme atravesar.
Mi magia está intacta.
VEO la historia.
El actor principal es un pibe que conozco del secundario pero con el que nunca generé empatía… Nos unió la causalidad de reencontrarnos y el hecho de que yo tuviera una produ y él una pasión por actuar. De pronto me doy cuenta de que somos más parecidos de lo que creíamos.
Se llama Pedro. El personaje del corto también.
Me dice que es una redundancia.
Me ahorro de decirle que redundante sería ponerle Matías.
-Mañana rodamos –digo, al final del día.
“Mañana”, más allá de que sí rodamos, fue el día en que cambió todo.


*

Seguimos en el viernes.
Brindamos para festejar lo bien que salió el ensayo.
Después yo brindo de más.
Me voy con una amiga al reci de Poseidótica, una bandaza.
Humo del Cairo abre. Y estalla.
Cuando terminan compramos una birras caras y caretas. Entre el choque de personas (hace calor, calor, calor, calor) me encuentro con un flaco que es dibujante y al que admiro mucho. Nunca nos habíamos cruzado en persona a pesar de que estamos armando juntos un proyecto de poesías/dibujos. Nos abrazamos e intercambiamos cumplidos. Estoy feliz.
Está vendiendo fanzines con sus obras.
Le pido uno.
Me dice que me lo regala.
Se lo pago de prepo y digo algo tonto como: “vos nunca le pongas publicidad y yo no tengo drama en pagar”.
Nos reímos.
De golpe se acercan amigos de él. Más de 5. Capaz que 8.
Me rodean:
-¿Vos sos Matías Oniria? ¿El de los textos y los conejos?
Se me abalanzan, entre risotadas. Me palmean la espalda, la culebrilla, me dicen cosas que no registro bien. Me ofrecen birra y porro, pero no logro sincronizar movimientos: asentir, devolver saludos cordiales… Me mareo. No me conocen. Ninguno. Sólo me leyeron.
Me da un ataque de algo.
Les termino dando mi cerveza y mi porro y me voy adelante, a perder los oídos.

*

Poseidótica arranca y en el segundo tema quedo hipnotizado. Hay una pantalla con proyecciones. Entro en trance.
En un momento me giro y veo que un flaco me mira con odio. No entiendo por qué. Lo miro fijo. Siempre miro fijo. Participé de pocas peleas en mi vida. Prefiero mirar fijo. Destruir otras cosas.
Vuelvo a la mía.
Cuando me vuelvo a girar el gordo mal-agestado no está. Hay una mina. Me mira, pero sin odio. Entorna los ojos, como si tratara de sacarme una radiografía.
Me asusto un toque.
Pero no tardo en volver a la mía.
Me pierdo de mi amiga.
El show llega a su fin.
Son más de las 12.
Es “mañana”.

*

La banda es instrumental, creo que estoy un poco sordo. Hace mucho que no escucho voces, me tomo el tiempo para meditarlo. Son primeros minutos de sábado.

*

No sé cuándo es que empieza una depresión. Cuando me doy cuenta de que estoy deprimido ya estoy bastante deprimido como para tratar de indagar el dónde o el por qué. Cuando me doy cuenta de que estoy deprimido, suspiro, empiezo a caminar con la cabeza gacha, en un estado de ansiosa somnolencia, y empiezo a preguntar hasta cuándo. Es una pregunta que no ocupa la primer plana de mis pensamientos, pero es la que se esconde tras la sucesión de malas noticias en las que se transforma mi realidad.

Debo aclarar, llegado este punto, que no creo que haya en esa sucesión de malas noticias una conciencia organizadora ni malas noticias propiamente dichas. Creo que todo es una mala noticia si uno tiene la cabeza lo suficientemente abierta como para percibirlo. Sí, todo es eso, una cuestión de perspectivas: las cosas nunca resultan bien, pasa que uno está engañado creyendo que sí.
No se trata de ausencia de dios o desamor en el universo o nada de eso.
Es más simple: hay muchas pretensiones.

*

Se terminaba Mayo.
Arrancaba Junio, con un zumbido en mi cabeza, con un presagio en la piel, solo, sin monedas para volver a ningún lado, la promesa de una muerta absurda.

*

Esta historia podría haber comenzado en cualquier momento, porque esto es lo que soy. Pero sólo puede terminar acá, en esta anécdota, una en la que descubría que mi SUBE no tenía saldo, una en la que el cielo se nublaba, una que termina, por fin, con mi rostro empapado pero mis dientes al descubierto, sonriendo. Una que sucede treinta días después de lo que yo tomé como punto de referencia. Una que me demostró que te podés acostumbrar y desacostumbrar a todo.

No quiero ser el que dicen que soy.
No soy quien digo ser.

¿Quién soy si no soy para nadie?

*

Pensé: tengo todo por delante.
Treinta días y dejé de sentirme triste.

*

En el bondi de regreso, después de comprar un boleto a un tipo que me miró mal, pensé lo siguiente: algún día voy a leer esto y no voy a reconocerme. Y apenas voy a recordar algunas cosas y otras van a estar ahí porque así lo planifiqué y ese entonces tendrá otros puntos de referencia igual de intensos. Lo digo, lo reclamo, lo imploro, lo exijo, lo escribo.
Mi dolor es cicatriz.
Soy yo, persiguiendo la mala suerte, corriendo por la espalda del mundo, buscando encontrarme; una culebrilla sincera y perseverante, que va tras el drama, para tener una excusa más para hablarse, para preguntarse “hola, ¿quién sos?”.

*

Al bajar del bondi encontré a un perro bajo la ya inevitable lluvia. No era Linda ni era Roto.
Le confesé que ya me sentía mejor. Me gruñó.

*

Pasaron unos cuantos años.
Vuelve a ser Mayo.
Tal como sospeché, algunas cosas no me las acuerdo, en otras, me miento.
Ahora tengo un gato.
Vivo solo.
No sé cómo ni por qué ni cuándo. Pero vuelve a pasar, con la misma intensidad.

El dolor crea elipsis. Nada sucede. Todo es Mayo.


*

Ojalá esté ahí para percibir el final.
Si no llego a ver cómo termina es porque me rendí en el medio.
Si sobrevivo prometo dejar constancia de que lo vi venir y me asusté.


Resumiendo:

¿Soy yo o mi voz?
¿quién acaba de hablar?
¿qué tan accidental fue lo inevitable?


*




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