R. E. M.
[rumores extraños merodean]
~
Abrí los ojos y vi a dos señoras muy
viejas en mi habitación, a metros de mi cama. Llevaban zapatos llenos de barro,
vestidos largos, bolsas de mandados colgando de sus esqueléticos brazos, el
pelo largo y recogido, sin disimular las canas. Hablaban por lo bajo, no por
respeto, sino porque ciertas cosas sólo pueden ser susurradas. Lo aprendés
cuando aprendés a mentir mirando a los ojos, cuando hacés tu primera promesa de
amor, cuando te amenaza de muerte el mismo ser que por verte vivo daría su alma.
*
Hablaban de una niña desaparecida,
de una mujer colgada de la viga más alta de su casa.
Una de las viejas dijo asesinato.
La otra dijo suicidio,
negando con la cabeza,
casi indignada.
Hablaban de la misma persona…
Ellas, que casi no se
diferenciaban en nada…
porque decir dos veces las cosas no es decir lo mismo
y cuando se giraron,
sincronizadas,
supe qué era lo que preguntaban.
Pensé en una habitación con sólo dos paredes pintadas,
la comida en la basura y la comida recalentada;
las cenizas que conservan la forma de un cigarro,
las palabras hechas humo,
la piel cicatrizada;
las canciones inventadas y sin estribillo,
las canciones nunca escuchadas;
la inspiración rota por un suspiro
y las cosas olvidadas,
escondidas,
siempre,
dentro de las cosas no olvidadas;
los cuentos que antes fueron capítulos de una novela
y la última línea tachada,
las ideas en plena comunión,
nunca expresadas en voz alta,
las lágrimas que despierta el
chiste,
cuando se repite y
ya no da gracia,
la sospecha tras el volante de las carcajadas,
con el tanque medio lleno,
o medio vacío
rumbo a tierras fosilizadas;
las subsecuentes ruinas de un hogar para,
al final,
abrir los ojos a medianoche,
por el grito de un terror ajeno,
cuando acá es allá
y allá… es nada.
*
Quise ser justo y, como la justicia
es una balanza, susurré, como un espectro o como un recuerdo: “sucedió justo lo
que era obvio que nadie esperaba”. Luego cerré los ojos, sin despedirme de las
dos señoras que, en un último instante, me parecieron asustadas.
*
La otra mitad de la noche dormí,
solo en una cama doble, muy consciente de que rápido se correría el rumor de mi
ausencia o de mi muerte. Ella (la niña que ya no era, la mujer que ya no sería),
en su cama también doble, despertaría para escuchar las voces que, sugerentes,
mencionarían mi sombra. Mi sombra y una mezcla desproporcionado de alcohol y
pastillas, mi sombra y saltar por la ventana, mi sombra y un cuchillo, mi
sombra y una bañera rebalsada, mi sombra y, claro, la viga más alta de la casa.
Lo único que hice fue soñar. Y,
mientras no estaba, en la brecha del sueño, ni de un lado, ni del otro,
estuvimos vivos, la respiración lenta y pausada, soñando cosas diferentes,
cada uno sin testigos,
en la misma almohada.
*
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