domingo, 31 de julio de 2016

8.3.11

BOCETOS PREVIOS DEL CASO MARINA JOYCE





*


Llegué a Marina Joyce por Magnus Mefisto. Magnus Mefisto es mi conexión con lo que pasa dentro del universo youtuber. No suelo seguir a youtubers. Pero a Magnus lo sigo. Y lo banco. Capaz que lo banco porque es oriundo de zona sur, como yo. Entre la gente de zona sur está esa “bancada” nata que existe hacia otro que conoce como vos las peripecias de tener que cruzar un puente para acceder a la grasa de las capitales. Lo banco porque es un gran fan de Stephen King. Lo banco porque una vez me invitó a participar en un sketch televisivo cómico que él tenía a cargo y pude cumplirme el sueño adolescente de interpretar al ET de la tan famosa autopsia Roswell. Ah, Magnus también es muy fan de los X-Files. Y de las conspiraciones. Y las cosas raras. Lo banco por eso, ahora que lo pienso.

Por él me enteré de Marina Joyce, como decía. Él hizo un video explicando el caso: youtuber británica medianamente famosa que se vuelve trending topic mundial cuando su comportamiento se empieza a volver errante, extraño, inquietante. Luego, las preguntas de rigor: ¿la están obligando a hacer los videos? ¡OH! ¡Eso explica el otro detalle: los moretones que aparecieron en su cuerpo! Entonces: ¿maltrato? ¿terroristas? O quizás… ¿problemas con drogas? ¿esquizofrenia? Un viral hecho y derecho: muchas opciones, una buena posibilidad para poder crear una historia y teorías cada vez más alocadas, cada vez más aterradoras, cada vez más reales, porque el miedo alimenta al miedo. Todo ocurriendo en tiempo presente. El hashtag #savemarinajoyce hasta en la sopa.

Cuando me lo contó Magnus Mefisto en su video no pude despegarme de la historia. Quedé atrapado en la tela. La araña del caos, la información que siempre desea ser organizada, catalogada, se avalanzó sobre mí, enfermándome otra vez, devolviéndome mi traje de detective. Yo ya era otra víctima del virus.

Al otro día seguí buscando videos de Marina Joyce.

Todos los días chequeo que siga viva. Leo con escepticismo pero con una taquicardia feroz las nuevas conspiranoias que se actualizan minuto a minuto.

*

Uno de los detalles del caso Marina Joyce que más me perturba es la existencia de un supuesto video del que se dice que estuvo colgado en la cuenta oficial de la youtuber por unos cuantos minutos antes de ser borrado. El video te deja un par de escalofríos por lo que denomino el “Heather Donahue Style”:

No se ve nada, se escucha un llanto. Mocos, susurros.
Marina Joyce, o una muy buena imitadora, diciendo a sus seguidores que no concurran a una reunión que se había anunciado en su twitter. Un pedido desesperado y reiterativo: “NO VENGAN. ESTÁ TODO ARREGLADO”.

Se puso el ojo sobre el carácter de la citada reunión, que ya había sido puesta en tela de juicio por haber sido anunciada para las 6.30 de la mañana, algo por demás inusual.
3 de Agosto a las 6.30 de la mañana, para ser más exactos.
Se empezó a hablar de un posible atentado. Ante la controversia y la velocidad de los rumores, la reunión se dio de baja desde la cuenta oficial y se propuso otro punto y otra hora de encuentro, esta vez para el 6 de Agosto. Una reunión para aclarar todo, para que Marina Joyce pueda terminar de demostrar que está bien. Pero hasta ese día puede pasar cualquier cosa. O no puede pasar nada. Pero que no pase nada no es lo interesante.

En The Blair Witch Project, Heather Donahue usa su cámara para confesarse. El documental es una gran confesión. Una de las escenas míticas es la escena en la que Heather se enfoca la nariz y se echa la culpa por todo, ante su madre y ante las madres de sus amigos. Nos pide perdón por haber sido ingenua, cuando los ingenuos somos nosotros por estar creyendo que nos dice la verdad alguien que olvidamos que estaba actuando. La terrible vuelta de los apócrifos sobre si mismos. Marina Joyce nos pide que no le creamos. La misma autoridad que tiene Marina Joyce para convocarnos a una reunión es la misma que tiene para decirnos que no escuchemos lo que está diciendo. Nos advierte del fraude, vendiendo una historia más real. La youtuber es una mentira. Esto es mi culpa. El juego podría ser el mismo.

Prendo una pipa.
Llueve.
Yo también quiero descubrir cosas.

Vuelvo a mirar todos los videos que hay al respecto, refresco las cuentas sociales de Marina Joyce, después continúo la rutina del día.
3 de Agosto me queda rebotando en la cabeza. Hace un montón que no estaba tan pendiente de las fechas.

*

Me acuerdo de una reunión nocturna en la casa de la hermana de mi mejor amigo. Gente que conozco, gente que no, gente que me cae bien sin razón alguna, mucho alcohol, yo apostándole algo a alguien.
“Vas a ver que es todo mentira”.
“Vas a ver que no”, digo yo.
Miramos la fecha. Sólo es cuestión de horas para saber quién tiene razón.

Hablábamos de una página de internet que en ese momento había logrado generar un peculiar fenómeno. Habían propuesto una fecha, habían anexado una foto, no habían explicado nada al respecto y habían dejado abierto un espacio para las preguntas. A continuación, habían sido misteriosos en todas las respuestas. La gente empezó a ver un fin del mundo, una amenaza, una nueva esperanza. Todo había terminado con el creador de la página asumiendo que la jodita se le había ido de las manos, que no había un mensaje. Había gente con ganas de ver un misterio, no había otra razón para justificar la existencia del misterio en sí. Yo siempre había sabido que ese era un final posible… pero previo a la caída de la máscara había elegido creer. En esa discusión etílica que recuerdo yo conocía la posibilidad de perder, pero no esperaba que fuera mediante una confesión.
Perdí plata, pero lo peor fue nunca terminar de entender el estúpido y vacío desenlace.

Busco el caso de la página fake. 
Me cuesta encontrarlo. Ya pasó mucho. Cuando finalmente llego, descubro que ocurrió hace cinco años. Cinco años casi exactos.
Tardo casi cinco minutos en darme cuenta de lo más significante. Al notarlo quedo atónito.

*

8.3.11. Esa es la fecha que ese caso había puesto de manifiesto. 8.3.11 para el calendario yanqui. 3.8.11 para nosotros. Ese había sido el tiempo presente tope en ese momento. Una trampa en la que había caído. Otro 3 de Agosto. El mismo momento. Hoy queriendo saber cómo termina el chiste Joyce, hace un tiempo deseando que todo lo que se suponía de esa extraña web fuera cierto.

3 de Agosto.
Un desafío.
Una apuesta perdida…

Me ilumino.

*

Todavía puede pasar. Pienso que esa página de antaño parecía hablar de una niña desaparecida, pienso que Marina Joyce puede ser una joven secuestrada. Pienso que tiene sentido. Pienso en alguien pensándolo antes. Pienso en la revancha. Pienso que todo podría ser parte de la misma historia. Que quizás no soy yo sospechando frente a mi monitor, esperando el futuro. Capaz alguien está ajustando los tornillos de un chiste mayor que se viene perfeccionando con el tiempo y del que yo reconozco los bocetos anteriores…
Sí, eso… el mundo me parece un boceto de sí mismo.
Un documental apócrifo.
Pero peor, porque no tiene guión.
Improvisación.
Mentir frente a cámara: eso es la vida real.
Youtubers en acción.
“No vengan, está todo arreglado”.
Joyce dio de baja la reunión el mismo día que un joven escribía (cinco años en el pasado) que no había tenido intenciones de perjudicar a nadie con la página que había creado, que sólo se divertía. Un final simple.
Me decepcioné en ese momento, pero ahora sonrío. La apuesta hablaba de un 3 de Agosto. 
¿Mirá si pasa algo ahora?
Igual… ¿cuándo se gana o se pierde una apuesta si en realidad el azar nunca deja de girar?
¿Qué estuvo primero? 
¿El huevo o la mentira?

*

Mientras tanto, la evidencia se acumula.

*



EL CASO, AL DÍA DE LA FECHA, SIGUE ABIERTO


jueves, 28 de julio de 2016

51


SOMOS LA CONSPIRACIÓN
Tristes cuatro acordes del juglar que habló sobre nosotros en el futuro que nos imaginamos




¿Qué nos estamos diciendo?
Sí.
La pregunta es esa.
Más allá de que nos estén escuchando:
¿qué nos estamos diciendo?
Sí.
Porque están escuchándome.
Porque te escuchan.
Pero
¿puede la velocidad del cazador
alcanzar el origen de la conspiración?
El origen de la conspiración somos nosotros.
Una casta de desterrados.
Los perdedores del mundo.
Los paranoicos que no tienen nada que perder.
Por eso nos preocupamos.
Porque así es más genuino.
Somos románticos.
Esto no se trata del huevo o la gallina.
Somos nosotros escapando.
Son ellos persiguiendo.
Los que conspiramos somos nosotros.  
Sin embargo fueron astutos:
suplantaron velocidad por información.
A nadie le interesa ir atrás si va entretenido.
Se vendieron como enemigos
para que todos habláramos lo mismo.
Como en el caso Roswell.
Nos acercaron. A vos y a mí.
Ahora creeme cuando te digo
que estas palabras no pierden conciencia de lo que son.
No son sólo un falso cadáver
en una mala filmación.
Te lo grito porque no me importa que nos escuchen.
Lo grito porque por mucho que lo intercepten
vos lo vas a descifrar antes
confío en eso
sino no se explica;
es estornudarnos en la cara:
somos la enfermedad que crearon.
No nos pueden detener.
Nosotros somos
la conspiración.
Quiero que eso te quede claro.
Siempre alguien escucha.
Me estás escuchando.
Te están escuchando.
No hay nada más importante.
Vos preocupate por tener algo para decir
Y te van a escuchar.
Somos infinitos.
Desde que la energía se transforma.
Somos

conspiración. 






domingo, 24 de julio de 2016

justicia

LA JODA QUE MATA


Un payaso es un tipo que finge divertirte cuando en realidad te detesta y sólo desea estafar a tus padres. Un payaso trabaja de payaso pero sin trabajar de payaso. Es algo más perverso. Un payaso te muestra su extravagancia de modo chillón, mientras tus padres asienten y lo aplauden, como si no vieran la trampa. ¿No están viendo que tiene la cara pintada, que su ropa no es normal, que hay algo raro en su modo de dirigirse a los demás? Un payaso hipnotiza a los padres, los vuelve cómplices silenciosos, los desactiva, elude todas sus barreras de protección. Un payaso se acerca a tu cara y te dice cosas incomprensibles, vuelve broma cruel tu llanto. Un payaso abusa de su condición y te demuestra que no todos los adultos son como mamá y papá, que a veces terminás riéndote de modo estruendoso, demente. Un payaso es la locura. La locura que no tiene que ser mala o buena, pero la locura de la que nadie va a salvarte, porque es un chiste, porque no pasa nada, tranquilo, sólo es un tipo con el rostro blanco y los labios muy rojos, zapatos muy grandes, voz muy aguda. La locura que ignora a quienes pagaron la entrada y te observa sin piedad, mientras nadie sospecha, mientras te empujan a que lo disfrutes: “mirá, un loquito”. Un payaso es miedo. Miedo a lo que pueda decir para vos y sólo para vos, miedo porque nadie parece entenderlo y casi te obliga a madurar con una increíble fuerza de voluntad y te repetís, sabedor de las pesadillas que se avecinan: “es un payaso, es eso y nada más…”, como un exorcismo, como si estuvieras obligado a entender lo que todos entienden pero nadie te dice, algo que tiene que ver con la conspiración, con el espectáculo trágico-cómico que todo lo define, algo que tiene que ver con estar frente a ese sujeto peligroso entendiendo que nadie te considera en peligro. 

Tranquilo.


Batman pelea contra un payaso.

*




sábado, 23 de julio de 2016

Julio, una charla TED.

FOTOGRAMA CONGELADO DE UNA VIDA



Me despierto temprano y cansado, con un dolor frío que me sube por la espalda, que por momentos se vuelve nudo entre los omóplatos y me estruja, retorciéndome en posiciones dignas de un poseído. Pero mi único demonio es el frío. El frío en su complejidad. El frío en su crudeza. El frío porque es frío y nada más. El frío porque no hay otra cosa. Frío. Frío el pelaje del gato, frío el piso bajo mis pies, frío el inodoro, los azulejos, fría el agua caliente, dos veces fría el agua fría. Frío el toallón. En algún momento mientras me baño descubro que el problema no es el frío en sí, pero está bien. Sirve de excusa y viene bien tener excusas.

Julio podría ser una excusa. Una excusa completa, una mentira. Julio como Cortázar, que viene bien con el sobretodo y la bufanda. Julio como un tema de Boom Boom Kid, nada más que Boom Boom Kid se escucha en Primavera. Se escucha en Primavera pero con tristeza de Invierno. Así que Julio. Tiritando pongo a hervir el agua. Me estoy enfermando, debería tomar un té en lugar de un café. Un té de esos medicinales que vienen en polvo. Esos que son como tomar lavandina con limón. Comprarme dos de esos y que me retuerzan la panza pero me saquen este malestar gripal de ojos llorosos, de nariz roja, de agua que se escurre por el bigote; esta picazón en la barba, este cosquilleo en los dientes, esta garganta hecha de vidrio. Miro al café con culpa, le pido perdón en silencio. Después me visto y salgo.

A dos cuadras de casa me agarra un ataque de estornudos. Esos que vienen uno detrás de otro, brutales, veloces, ruidosos. Siete estornudos consecutivos. Un espasmo, siento las vibraciones de mi cuerpo, el electroshock, la cabeza desenfrenada, de atrás para adelante, la saliva escapándose como en un bombardeo de gérmenes, como si yo fuera una letal arma biológica fuera de control. Siete descargas al hilo. Siete descargas que al finalizar me dejan aturdido, un poco sordo, un poco ciego, torpe. No llego a preguntarme qué es esa sombra. La veo y la choco, de frente, sin mucho tiempo para el drama intermedio.

El choque ocurrió antes que la consciencia del mismo. Es un modo menos trágico de sufrir un accidente, pero también es un modo más intenso. Realidad y yo, de frente. Sombra y yo, de frente. Árbol y yo, de frente. ¡PUM! Seco. Concreto. Lo que dura dura. Dura la realidad cuando te la morfás de lleno a las 9.15 de la mañana, un sábado. Sé  que esto recién empieza, que hay días que no son para subirse al ring. No importa que te sea inevitable subir al ring. Pelea perdida, amigo.

Voy al Chino, con un corte en la frente. La farmacia más cerca de casa siempre está hasta las pelotas de viejos que tardan mucho en sacar el número, hacer la cola, caminar hasta la caja, pedir, dudar, pedir más, quejarse, pagar, salir. No. En lugares así envejecés. El Chino me roba con el precio de la birra y me intoxicó con jamón un par de veces. Pero no me roba vida. Bah. En fin. Directo a la caja. El chino del Chino está solo, con las manos juntas apretadas entre sus piernas, sonriente, mirando al tipo de la verdulería, que le cuenta cosas que no son interesantes en tono bajo, sin mirarlo, mientras tira lechugas malas. El chino tiene frío y me hace darme cuenta de que tengo el pelo mojado. Los hombros del buzo húmedos, la espalda hielo.

Pido los tés sin perder un segundo más, de pronto paranoiqueado con la idea de una neumonía. Me dice que no hay. “¿Cómo?”. No lo puedo creer. Casi me parece una ofensa lo que me está diciendo. Chino forro. No deja de sonreír y saca una caja que está oculta detrás de él, en el piso. Es una caja llena de medicamentos. La pone delante de mí y no dudo en hundirme en ella, buscando las tan preciadas dósis de ese meo químico horrible. No preciso mucho tiempo para descubrir que el chino forro no me miente. Saco un par de pastillas para el dolor de cabeza, otras para el estómago, otras que no sé qué son y se las extiendo. Él guarda la caja, me estafa con lo que anota en la máquina registradora y remata: “¿Algomá?”. Me duele el frío, me duele porque no dormí nada, me duele porque pensé demasiado, porque vivo entre pausa y pausa, nadie nunca descansa en mi cabeza. Se sobrecalientan mis circuitos y el fuego destruye algo que tiene que ver con la regulación de la temperatura. Me prendo fuego y me muero de frío. No puedo más. No sé de hace cuánto, no sé muy bien por qué. “¿Algomá?”, repite. Sonrisa. Frío sin intención. Frío de lejanía. No sé qué edad tiene, no lo podría calcular. “Whisky”, suelto, junto a una nubecita de vapor, “Una petaca de whisky”. Me da la más barata y me la cobra como si fuera la más cara.

Mocos que no son mocos siguen bajando por mi nariz. Me limpio. Los pañuelitos están fríos de tan mojados. Estoy podrido de sonarme la nariz. Ni me la sueno, porque si la sueno no sale nada. Me limito a vaciarla porque no deja de estar llena. ¿De dónde sale todo este líquido? Tomo otro poco de whisky, tomo otra pastilla random. Se me ocurre una gran idea: puedo hacer dos bollitos y taparme ambos orificios, para no tener que dejar de leer cada quince segundos. Tapo el derecho y tapo el izquierdo. Al rato me doy cuenta que no es una boludez respirar por la boca. Además me arde respirar por la boca, me asfixio. Me saco los bollitos, con brusquedad. Así siempre: pienso que encontré una solución y me expongo a un suicidio estúpido.

Dejo de leer, sigo tomando, busco algo para ver. Pienso en algunas series de las que hablan todos, se me infla el cerebro de pensar en todas las temporadas que tendría que ver para estar al día. No. Me da frío la distancia que tengo con el mundo. No voy a poder hablar de éste libro de Pablo Ramos con mucha gente. Pero seguro voy a decir más de quinientas veces: “no, no vi Games of Thrones”. Es injusto. Es una excusa sentirlo injusto. Es frío en mi soledad, mi soledad de abrigo, mi soledad que no está mal, mi soledad que siempre es bienvenida, que es mi hogar, pero que nunca viene sola, que siempre es algo más, que siempre es tan importante que me abruma, que hace que nunca podamos besarnos y entregarnos a la idea de soportar el frío de a dos, una soledad que me salva y me deja vivo… vivo y ajeno. Lejos. Soledad. Frío. Busco un documental, nada me parece lo suficientemente importante. Busco una charla TED, me pasa lo mismo. Pero al menos las charlas TED duran poco. No llegamos al mediodía y estoy casi borracho, cada vez con más frío y eso me viene un poco bien de tanto venirme mal. Creo que no tengo ganas de pensar.

En la charla que elijo mientras me tapo con una frazada que me da una comezón horrenda, un tipo habla de experimentos en los que se busca que los animales encuentren patrones para conseguir, por ejemplo, comida. El remate del chiste es que cuando los patrones no existen y son azarosos los animales terminan creando un patrón, suponiendo que eso es lo que causó la recompensa. Tienden a suponer que hay un patrón antes de creer en el azar. Somos animales. Como ratas o palomas. Los patrones no existen. O se convierten en superstición. No sé cuál sería mi amuleto. No sé cómo interpreto los movimientos, pero reacciono de tal modo que la historia se hace legible. O la historia es legible. Es una cuestión de hacer foco o de asumir que estás viendo una película. Veo mis manos. Veo la pantalla ya apagada de la pc y veo mi rostro. Me imagino en TED, dando una charla. Un montón de veces elaboré monólogos extensos, pretenciosos y originales en mi cabeza. Podría dar una charla TED. Bien. ¿Sobre qué? ¿Cuál es el problema? Pienso. Baja la temperatura, otra vez el vapor de mi respiración. Pichón de dragón. Escupo fuego para derretir la nieve que nunca va a terminar de rodearme. Un dragón polar. Frío.

Mi viejo siempre me dice que la clave es tomar distancia. Caminar unos pasos hacia atrás. Cierro los ojos y camino al revés. El problema, lo que el frío sigue dibujando de excusa, es que todo sigue siendo abstracto, pero ahora está lejos y parece más chico. Me sorprendo. ¿Es ésta la epifanía? ¿Alejarse para verlo más chico, alejarse para crear una ilusión óptica? Camino otro paso. Otro. Lo que veo delante de mí no parecen problemas. Parece una tormenta, ruido blanco, interferencia. Frío de desconexión, muerte. Tomar distancia. Ahora te entiendo, pá. Si tomás distancia todo está muerto. Si tomo distancia no tengo problemas, no tengo frío, estoy en la cama, bien cubierto, con alcohol en la sangre, viviendo del único modo que se puede vivir: vivo.

Después la moral, la culpa, la responsabilidad, el frío transformándose en algo más que una estación, el frío enfermando, el frío destruyendo, el frío y las calles, el frío y las miradas que ya no encuentro, el frío y las ilusiones que volví témpanos con mis suspiros de amargura, el frío y mi ceño fruncido y mi juego de nunca ser feliz, el frío y yo enamorándome siempre, sin saber cómo seguir ahora que parece que entendí el patrón, como una paloma o una rata, ahora que entendí la magia y la voluntad. Retrocedo un paso más y pierdo equilibrio. Caigo. No hay nada si te vas muy atrás.

Sé que algún día El Joven Manos de Tijera va a ser una peli muy vieja. Muy. Un tipo onda Frankenstein gótico que escucha The Cure y hace esculturas de hielo. Romanticismo. Pienso que quizás la vida sea muy fría y complicada, pienso que nada es moderno, pienso que podría caer toda una vida porque capaz que el árbol no me lo llevé puesto, capaz del árbol me caigo, como se caen las hojas cuando mueren. ¿Qué las convence para que se suelten? Capaz no las convence nada. Capaz a veces te chocás un árbol y generás lo que se considera una reacción natural de los árboles… o también podría serte sincero y decirte que siento frío, sí. Que el Invierno está atrás de todo y ya. Que cae frío del cielo. Que dios también es éste frío. Que el frío existe. Existe como existe mi temprana ausencia de conciencia. Existe como existirá mañana el verano de una resaca que hoy todavía es pérdida rotunda, que hoy me deja con los labios morados de tanto besar secretos, que hoy me marchita y me deja esperando la colisión que me haga tomar coraje y saltar.


En el sueño hago una fogata con ramas secas. Soy una peli nueva basada en una peli vieja. Soy fílmico sobreimpreso, soy árbol muerto, libro, otro autor. Soy acá y todo lo que debe ser porque es y todo lo que debe ser porque es así. El descubrimiento del fuego y el descubrimiento del papel, la idea de copiar, de transmitir, de volver biblia el chiste juglar. Calor. Historia. Darle vida a lo que no la tiene. Darle vida a lo que sino sería muerte. Darle vida a lo que sino estaría lejos. Luchar contra el frío para, por fin, entregarse al Invierno y despertar siempre temprano, siempre cansado, no dormido, sino que recién aterrizado.



jueves, 14 de julio de 2016

la primer cerveza de Bart

BORRACHO EN LA CASA DE VIDEO-JUEGOS
-Homero: la Odisea y el punk-


La primera vez que estuve borracho me sentí adentro de un video juego.
Tocaba botones.
Saltaba con el A.
Atacaba con el B.
Mi interacción con el mundo estaba supervisada por otro yo. Era simple y concreta. Me veía a mi mismo desde adentro haciendo las cosas.
Como en el Counter. O el Doom, si queremos encontrar las fuentes.
Sin pistolas y sin cuchillos, sintiéndome inmortal.
Mis puños delante de mí, cerrados, buscando pelea, recontra amigado con el mundo.
Alguien sabía lo que yo quería y me ayudaba.
Una conciencia. Un jugador. Una vida.
Pero no sólo me veía desde adentro: también me veía desde afuera.
No sólo sentí que todo se desprendía, sentí que era genuino ser un alter-ego, una excusa, un disfraz, insatisfacción vuelta carne, una ilusión.
Verme tan frágil me hizo verme valiente.
Hizo que el resto del mundo pareciera programado como un obstáculo casi ingenuo.
Jugar.
La primera vez que estuve borracho creo que hice un papelón.
Creo que marqué un antes y un después.
No lo hice tan bien y no lo hice tan mal.
Demostré que mi romance con la borrachera recién comenzaba, fui un apasionado.
Me define ese amor: termino conociendo borrachos a todos los que terminan siendo importantes en mi vida. Puede ser que yo los induzca a que se emborrachen, sí.
El génesis es otro. O el mismo.
Una vez, de vacaciones en la costa, me acerqué a un punky que estaba jugando al arcade de los Simpsons en un antro de divertimento para los que no gustábamos del mar y el sol. Peleaba contra el malo del primer nivel e iba perdiendo. Una petaca asomaba del bolsillo de su campera de cuero destruida y llena de parches.
“Está re puesto”, pensé, mientras veía como el joven se tambaleaba en el lugar, mientras su barra de energía disminuía.
“Necesita ayuda”, fue mi siguiente pensamiento.
Una de mis primeras epifanías heroicas.
Me acerqué y, sin mediar palabra, puse una ficha en la máquina.
De reojo lo vi girarse para mirarme, pero me concentré en la pantalla. 
El punky era Bart.
Elegí a Homero. Lento, pero estúpido y obstinado.
Homero.
Borracho.
Esa tarde de lluvia salvamos Springfield. Un borracho y yo.
El punky y yo pelemos por nuestros ideales, par a par.
Durante todo el juego él fue tomando de su petaca.
Para ese entonces yo tenía doce y nunca había tomado nada más crudo que el agua tónica Paso de los Toros.
Al final, cuando nos despedimos y puso una rodilla en el piso para darme la mano, su aliento era horrendo pero sus ojos eran los ojos más vivos que yo había visto en mi vida.
¿Y qué es la vida? La vida son cosas re conservadoras que siempre van a ser revolucionarias de la puerta para adentro. Es el resultante de una contradicción cultural-experiencial. Un amalgama de control y azar.
Un parto de romanticismo.
Video-juego.
A eso se reduce: la realidad sufre el dolor de un parto cada vez que te enamorás y metés otra ficha. Y vos escuchás los gritos.
Destruyendo todo de modo obsceno asoma su cabeza la esperanza.
¿CONTINUE?
Una vida.
No estás solo.
Creo que todos tenemos el requisito mínimo necesario para ser un arquetipo de “borracho”. Del mismo modo todos podemos jugar video-juegos.
INSERT COIN.
Otra botella, para seguir salvando mundos.
Además, es igual de adictivo.
Mi abuela, mi vieja, mi hermana, mi novia, mi ex, mi mejor amigo, el amigo que veo poco, el ex amigo, el amigo nuevo, el compañero de laburo, el ex compañero del ex laburo, éste, el otro, mi viejo.
Todos somos borrachos que aún conservan la esperanza.
Borrachos escondiendo la tragedia, sonrientes y concentrados, tratando de llegar a la pantalla final, quizás calvos, en un lugar que se derrumba.
La primera vez que me emborraché ya escuchaba Ramones, me paraba el pelo y tenía una “cita”. Estaba nervioso y pensé, por alguna razón: “¿qué haría, ahora, ese punky en mi lugar?”.
Después de su primer cerveza, entra en juego Bart.
El resto fue resaca triunfal.
PLAY.


***

martes, 5 de julio de 2016

ojo con la relatividad

LO QUE DURA UN PARPADEO


 *


Se achica la porción de cielo que veo desde acá, desde mi nuevo ángulo, que, ante la imposibilidad de ser mejor descripto, es el de “tirado”, simbiótica unión con el asfalto, y es novedosa la certeza de que así, igual que parado, mi perspectiva me hace pensar, siempre, que algo está bajando, que siempre queda el exterior reducido al lente todopoderoso de mi subjetiva, que tirado, parado, incluso boca abajo, siempre va a ser un modo de reposicionarme y conjeturar mi visión en torno a un estático mundo, que se mueve, sí, pero para abajo, de algún modo no hay otro modo que no sea el de “para abajo”, y ahora es un telón, y otro, en otra posición, seguro se sienta tentado a advertir que el telón no está bajando, sino que está avanzando, cubriendo todo, claro, entiendo, no me quedan dudas, pero no puedo asimilarlo, porque si me resulta novedoso, como digo, es porque creo que mi próximo paso es el que voy a dar sin levantarme, voy a empezar a caminar por el aire, voy a caminar muy recto, imitando el recorrido de la madera del palo de luz, pero más lejos, directo al sol, para llegar cuando el telón que ya está bajando sea total oscuridad y dueño y amo y señor y me obligue a estirar la mano y descorrerlo y poder, andá a saber si por primera vez, tener un contacto con todo lo que no soy yo ni sos vos pero nos mantiene vivos y acosados y perseverantes en premisas conclusivas, porque “el telón se cierra” y quiero decir con esto: baja, como la manivela de un detonador, hipnótico y eficaz, porque sólo existe ese bajar, si lo otro es nada es porque ese bajar tiene una consecuente explosión de fondo, y la explosión es estar ciego y caminar sin saber muy bien qué pasa, pero con las manos extendidas y tocar en algún momento las telas, que nunca, ya jamás, podría confundir con nubes en la negrura de mi cabeza, caminar por las paredes, insisto, pero sin que haya paredes, el colmo de la ansiedad, justo ahora, que todo baja tan lento y no sé muy bien si que no me importe está tan mal, si está bien que baje y baja, como desinflado, como sacando al aire, estropeado o más relajado, sin plan, porque se soltó, porque la obra tenía un final abrupto, porque llevaba enrollado desde hace mucho, para otra cosa, y se quedó dormido y bueno, mejor tarde que nunca, qué mal señor telón, qué mal llegando tarde a la función o al final de la función o para dar la bienvenida a una audiencia que ya está dispersa, porque, a veces, si no ponés un telón que se abra nadie le presta atención al drama, porque entienden que todo tiene que tener un principio y si no anunciás ese principio entonces después no te quejes si nadie te está escuchando, ahí, cuando te cubrís de un halo sagrado y terminás siendo sincero, con temblores y resaca de grandeza, inmunidad, cosa eterna y cosa que nunca envejece no significa cosa joven y hay algo benevolente en creerlo, algo que no sé cómo pero se relaciona de algún modo con el reflejo que queda grabado en las retinas una vez que los fuegos artificiales ya dieron lo mejor de sí: un chispazo que cae, en un lugar imaginario, como sigue cayendo el telón y todo, a izquierda, a derecha, a mi espalda, donde sea, en todas las partes que pronto quedaran prensadas, compactadas, formando esa densidad de una única parte que es el público cuando no hay luz, expectantes o dormidos, células en oposición, debatiéndose, en perfecta armonía, un segundo antes de que los aplausos concluyan y las manos, ya exentas de su tortura, bajen, hacia el regazo, hacia el hambriento bolsillo, para palpar un cigarro o, tal vez, hacia otra mano, la mano de la unión metafórica, que desciende, hasta el centro de mi yo, ya caído, acá tirado, en solitario, ojos cerrados, FIN.

*