EL CÓDIGO CALEFÓN
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El calefón de casa no anda bien: no importa que
lo pongas al máximo, si no abrís más de una canilla el fuego no crece lo
suficiente y terminás usando agua apenas tibia en lugar de agua caliente.
Si querés lavar los platos o lavarte las manos
después de mear, por ejemplo, basta con abrir el agua caliente de la pileta del
baño junto al agua caliente de la cocina, después cerrás la que no tenés que
usar y listo.
Sin embargo, para que el agua caliente de la
ducha salga con una temperatura que no atente contra la salud, sobre todo ahora
que nos acercamos al invierno, las cosas son un poco más difíciles.
*
Abrís la ducha, abrís otra canilla, el fuego se
pone a tope, el calefón da señales de vida, cerrás la canilla que está abierta
de más para poder tener un torrente de agua digno y… si bien la llama no se
apaga, disminuye considerablemente. Probé combinando la ducha con cada una de
las otras canillas de la casa, los resultados fueron los mismos.
Fue entonces cuando redoblé la apuesta: empecé
a abrir la ducha y luego más de una canilla dándole vital importancia no sólo a
las combinaciones hechas sino que también al orden de los factores combinados.
Empecé con notas mentales y no tardé en volcar mis experimentos en la libreta
que hay cerca del teléfono de línea. Después, cuando las pequeñas hojas me
empezaron a incomodar, pasé a un cuaderno número cinco, de hojas lisas. Tejí
recorridos, hice y deshice circuitos internos que nunca lograban dar vida a la
maquinaria. Sufrí muchas frustraciones, me desanimé y mentiría si dijera que no
evalué la chance de empezar a bañarme con agua calentada en una olla. Sin
embargo, cada mañana, tomando de ejemplo a nuestro astro supremo, que se
esforzaba por hacerse notar entre tantas nubes, yo me proponía correr el velo
del misterio para poder rebelarme a la fatalidad, al destino de mártir, a la
pulmonía.
Todo ese tiempo invertido en investigaciones,
en teorías y planificaciones que no dejaron de no tener éxito, todo ese tiempo,
decía, lo pasé sin bañarme. Bañarme era el tope, si accedía a bañarme estaba
pasando a la próxima etapa: la aceptación, la sumisión. Conformismo brutal que
me desvelaba, que me dejaba horas y horas mirando el techo, mientras me rascaba
las costras que ya habían empezado a formarse en mi cuero cabelludo y en otras
partes del cuerpo, mientras repasaba nuevas estrategias, mientras saboreaba aún
el último fracaso.
“¿Habré fallado por mucho? ¿Habré estado más
cerca?”. Así las noches, con atragantadas ganas de rendirme, apestando
desodorante.
Algo que vale la pena aclarar: para cuando
evalué la posibilidad de pedir ayuda a un profesional, el abandono en mí había
sido tal que la propia actividad de relacionarme me parecía ridícula. El
problema había calado profundo: a la suciedad le había sumado inapetencia,
excusas para no ir al trabajo, impuestos acumulados bajo la puerta de entrada,
llamadas sin atender. Más era conciente de lo que me rodeaba, más me urgía dar
un final a la situación, más miedo me daba traspasar un umbral peligroso de
traspasar, perder el hilo, enloquecer. “Tengo que abandonar ahora, que todavía
me doy cuenta de que hay que abandonar”, decía una parte. La otra le decía que
sí, que era verdad, que probábamos una última vez y listo. Entonces me
estrujaba los sesos, me esperanzaba, lo intentaba… ningún cambio… ¿o acaso la
llama está un poco más fuerte que de costumbre? ¿no debería, por las dudas,
intentarlo una vez más, con algún mínimo cambio? Total, si ya había dejado
pasar tanto…
*
Un día, sentado contra los fríos azulejos de
una ducha que estaba cerrada, que goteaba su frialdad sobre mi cuerpo
grasiento, llegué a pensar que un calefón me había derrotado, que mi existir
poseía la épica más triste del mundo.
*
Sin embargo, esta historia no es una historia
donde el horizonte se desdibuja y el delirio desciende sobre un ser para
otorgarle una iluminación que lo recluye a vivir la vida solitaria de los
sabios.
Encontré la secuencia correcta. La descubrí un
día como cualquier otro, un día dentro de lo que era mi nueva rutina, un día
que arrancaba con una ilusión que ya estaba empezando a fundirse con todo el
resto, porque eso es lo que pasa con la ilusión… la volvemos parte de todo y la
matamos. La descubrí sin que nada me indicara particularmente que estaba por
descubrirla, la descubrí porque aún esperaba descubrirla, así de sencillo: no
hubo trascendencia en el momento, fue una cuestión de resultados. Estiré mis
dedos, los coloqué bajo el agua, y de pronto sentí la tibieza convertirse en
algo más. Al rato todo se había llenado de vapor, como si la casa se volviera
en su totalidad una representación de mi cerebro donde los cielos se vestían de
festejos y las calles de niebla y confusión. Cuando lo lográs es igual de
perturbador, es algo de lo que me gustaría dejar constancia.
*
Lo pienso ahora y las lágrimas empiezan a
formarse en mis ojos. Pienso que lo logré, que no tuve que detenerme, que todo
parecería chistoso si no hubiera sido tan intenso, si no hubiera estado tan
cerca de no ser chistoso en absoluto.
*
Abrir el agua caliente de la pileta del baño.
Abrir el agua caliente de la cocina.
Abrir el agua caliente de la ducha.
Cerrar el agua caliente de la pileta del baño.
Cerrar el agua caliente de la cocina.
Cinco pasos.
Las lágrimas brotan frías o mi rostro está muy
caliente por culpa del extenso baño.
Tiemblo de la emoción al pensar que voy a poder sacar esas sábanas sucias y por fin dormir. Un
día, dos. Mil. Otro día de falta en el laburo no va a hacer la diferencia…
mucho menos un día más sin prender el celular. Además se aproxima una tormenta.
Mientras termino de contar mi anécdota de final feliz escucho truenos y hay
olor a humedad en el aire.
Me lleno los pulmones…
Se me ocurre algo.
Quizás, la que se aproxime, sea una lluvia provocada por alguien…
quién sabe… quizás el tiempo se puede manejar como el agua caliente de mi
ducha: haciendo ciertas combinaciones en el orden adecuado.
Primero sonrío, luego pienso en dios.
Sí.
No es descabellado… podría intentar algunas
cosas. Podría hacerlo, sí, ya me demostré que puedo ser metódico y prolijo con
mi trabajo de campo… lo debería hacer ahora… total… son mis últimos días de
licencia de todo, tengo que disfrutarlos… ya voy a poder dormir después, ¿no?
Me pongo ropa limpia. Estoy como cuando recién
empecé, cuando descubría que el calefón no andaba bien y, en lugar de
deprimirme, un optimismo desmesurado me invadía.
Un trueno más cerca.
Una motivación.
Se oscurecen los ambientes.
Prometo ponerme el mismo límite: si veo que
estoy perdiendo la cabeza me retiro. Palabra.
Busco una hoja en blanco, tomo mi lapicera,
procedo al primer experimento:
¿Podré hacer que
llueva caliente?
Es otra pregunta la que palpita furiosa en el
fondo de todo pensamiento: “¿todo sigue siendo cuestión de no rendirse?”.
***
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