INNECESARIO ANECDOTARIO AUTOCOMPASIVO
(o: domingo super-star)
*
IMPRESIONES SOBRE DOS MUJERES QUE SE VUELVEN A VER DESPUÉS
DE MUCHO TIEMPO
Una mujer que lleva un bolso de Kittie se encuentra con una
mujer que tiene a un niño de unos dos años en brazos. Se abrazan por sobre el
pequeño, con una torpeza que no califica de tal. La desprolijidad no es
desprolijidad propiamente dicha: hay elegancia en lo que hacen. Hay elegancia,
quizás, porque no fingen el afecto: la sorpresa, por ser genuina, les permite
sonreír y abrir mucho los ojos. Y levantar la voz, aunque no las escucho.
Tienen la misma edad, casi treinta. O treinta apenas pasaditos. Seguro se
conocen de la secundaria. Es una intuición. Se les nota. Casi amigas en una
época de su vida, desconocidas ahora.
Una mujer con un bolso de Kittie, otra con un niño. Unas dos, mezcladas,
cruzadas, haciendo trompos. ¿Cuántas cosas tuvieron que pasar para que esas dos
mujeres se volvieran a chocar en esa esquina?
¿De qué sirve toda esa energía? ¿De dónde sale?
El fervor del encuentro les dura lo que tarda el semáforo en cambiar de color,
de pasar de rojo a amarillo, de amarillo a verde: es un tiempo que puede
parecer poco, pero, sobre todo, es el tiempo suficiente. Tres colores para un
acto que no precisa de más vueltas. Tres actos. ¿Luego del saludo?
Veamos.
A los límites de la sonrisa se le aflojan los elásticos, las pupilas pierden
brillo y las voces, aunque sigo sin escucharlas, se llenan de falsetes, de
titubeos que menean sus caderas entre el no mentir y el no ser del todo
sincero. Todo inconsciente, pura táctica de supervivencia, nada grave, sin
alarmas. Las cosas no van bien.
Ambas, cada una de las mujeres, se acomodan con un gesto corporal, como
redescubriendo el peso que las acompaña. Un bolso. Un nene de dos años. Se
percatan de eso. Con una sincronía absoluta para el desastre, una acaricia la
circunferencia del pálido rostro de la gatita pop al tiempo que la otra toca el
flequillo de ese chico que ya se muestra ofuscado, que busca abrazarse a su
madre para esconder su existir, harto de recibir roces, halagos, mimos.
El gesto despectivo es idéntico en ambas: no hay maldad, hay validación de la
realidad cotidiana de cada cual.
Para cuando el colectivo arranque, para cuando estas dos mujeres desaparezcan
de mi vida y desaparezcan la una de la vida de la otra, para cuando el chiste
no sea tal, lo voy a entender. Una mujer u otra, mientras el colectivo se pone
en movimiento. Mientras tanto soy yo, vislumbrando un milagro, viendo cómo todo
lo imposible se convierte en todo lo dicho; un destello furioso que se grabará
como amnesia en las mujeres involucradas pero será esta fotografía de turista
que me llevo orgulloso y conmovido.
Lo primero que me pasa cuando lo veo acercarse es que pienso
en Quilmes. Pienso eso, lo que significa que mi cabeza se llena de imágenes
veloces, saturadas de sol, con bordes que empiezan a quedar desgastados, como
si los recuerdos, después de tanto tiempo, en lugar de afianzarse se estuvieran
velando. Tren, remera de Ramones negra y grande, pelo peinado con gel, un amigo
que curtía look hardcore y escuchaba ANIMAL. Peatonal, galerías donde rara vez
gastaba un peso, tiendas de rock y olor a porro, charlas que se borraron, que
fueron abundantes. Desfile de otra gente, de gente otra: más remeras de los
Ramones, más hardcore. Una plaza al final, enfrente de una iglesia, en la que
nunca pude comulgar como “pibe que para ahí”. Una mirada de refilón,
curiosidad, que la tarde se haga fuego, volver a Wilde.
Tiene una remera de Nirvana. No es cualquier remera de Nirvana. Es una remera
en la que se ve estampada el acta de defunción de Cobain. La reconozco de toque
porque un amigo la tenía, un amigo que tenía un collar de Offspring pero escuchaba otras cosas. Un amigo que no venía a Quilmes con
nosotros. En algún momento tuve un problema con esa remera. Esa remera me
enojaba, no me parecía algo de buen gusto. Me parecía morbo y ridícula. Me
parecía una remera tonta.
Ahora, mucho menos idealista en lo que concierne a ciertas cosas, mucho más en
otras, pienso que la remera es un buen giro, que es la cultura mordiéndose la
cola. Me doy cuenta, también, de que esa remera tuvo un momento de furor, pero
luego desapareció del mercado, de las calles. Mientras el joven se acerca
pienso que la remera tiene que ser heredada. O que la consiguió en una feria de
usados. Me sorprendo preguntándome si aún se conseguirá en Quilmes. Me tiento,
mientras más nítida se hace la remera, mientras menos pasos nos separan, a
detener la marcha del pibe, decirle algo que no sé muy bien qué sería pero que
se revuelve como un vómito epifánico en mis tripas. Decirle que Cobain no puede
ser lo mismo para él que para mí, que de seguro nos separan unos quince años,
que eso es importante pero recién lo veo ahora y no antes, cuando aún no dejaba
mechones de pelos en los peines después de bañarme. No quiero darle ninguna
enseñanza, se lo diría sólo para escucharlo, para escucharme, para decírmelo a
mí, para extrapolar la épica espejada. Decirlo yo, que sobrepasé en edad al
mártir grunge.
Pero él no me mira, no me da un mínimo pie, y justo cuando
nuestros hombros están a punto de rozarse, cuando todavía estoy a tiempo de
decir “hey” para llamar su atención, me percato de que el mundo que me rodeaba
cuando yo iba a gastar mi tiempo en Quilmes era el mismo mundo que yo soy
ahora.
Queda detrás el acta de defunción de Cobain y el chiste me parece increíble, de
tan bello y tan oscuro en su certeza: un mundo futuro me está observando
mientras miro mi pasado, el mundo que uno siempre ignora pero hacia el que
avanza, sin poder hacer nada para evitarlo.
Sigo caminando, rumbo a casa, con la vista en el piso, por las dudas, con ganas
de escuchar un tema de Nirvana, esa banda que conocí en mi tierna, hermosa y
confusa adolescencia.
*
BREVE
CHARLA DE DOS DESCONOCIDOS EN UN FUNERAL
-¿Usted
cuánto lleva vivo?
-Lo mismo
que usted.
-Eso no
tiene sentido.
-Usted es
la energía surgida de un big-bang. Yo también. Somos lo mismo. En diferentes
espejos de la conciencia, pero iguales.
-…
-Si lo
ofendí…
-No. Todo
lo contrario. Ahora lo entiendo. No existen los tiempos. Todo es energía más o
menos dispuesta al cambio, energía soñadora, diferentes tipos de energía.
Algunas energías son pasado; otras, presente; otras, futuro. Vivimos en un
mundo de energías…
-Es lindo
pensarlo así…
-¡¿Lindo?!
¿Está loco? La energía sería como una cárcel…
-Existiría
la energía como hecho comprobable… sería el resurgimiento de los Coelhos… Nos
querrían obligar a pedirles perdón. Les diríamos que nos chupen las bolas… Momento
épico de la raza humana…
-¡Si la
energía es todo la energía no es nada! ¡Sería como decir: “todo es magia”! En
un punto es el modo más cobarde de aceptar que no existe la magia, que no
sucede la diferencia, que siempre va a ser igual, que ese encuentro de pupilas
no significa nada. No sabemos.
-No hable
por mí.
-No hablo
por usted, digo que mucho no sabemos.
-¿Eso me
incluye?
-Como
quiera. No le voy a mentir. Somos iguales, distinta máscara de sociabilización.
-¿Entonces
somos otra cosa?
-¿Alguna
vez lo dudó?
-A veces
sí… pensé que era medio humano, en serio.
-La
humanidad no existe, es la resaca disfrazada.
-Sí, eso lo
sabía.
-De otro
modo no podríamos estar hablando como nunca hablaríamos, tratándonos así…
-Entiendo.
-No quiero
que se lo tome mal… pero…
-Entiendo,
de verdad.
-Va a ser
difícil…
-¿Qué cosa?
-Despertar.
-Hable por
usted…
-Cuánto
entusiasmo…
-¿Por
asumir que no me pienso despertar?
-Pensé que
decía que no le iba a resultar difícil…
-No nos
estamos entendiendo.
-Raro,
teniendo en cuenta que llevamos vivos la misma cantidad de tiempo.
-Lo
importante es lo otro.
-¿A qué se
refiere?
-En el
medio no morimos la misma cantidad de veces. Ahí reside lo realmente notorio.
-Es
realmente notoria esa conclusión.
-Ajá.
Gracias.
-¿Conocía
al muerto?
-No. Entré
por el café y el whisky. ¿Usted?
-Lo mismo.
Y la calefacción.
-Ah. Un
gusto.
-Un gusto.
~
Lindo post.
ResponderBorrarGracias. Ya lo dijo el presi: "A todas los posts les gustan los piropos, aunque les digan qué lindo culo tenés".
BorrarSalud.