MAESTRO
MAYOR DE OBRAS
***
Lo primero que hago cuando paso la
primer noche en la casa nueva, lo primero que hago para matar el cosquilleo que
me dice que debería hacer cualquier cosa que se me ocurra, lo primero que hago para
tratar de equilibrar deseo y ansiedad, para congelar al pensamiento que dice
que extraño bocha a la persona que tendría que estar acá conmigo, lo primero
que hago es, sí, colgarme con uno de los detalles menos convencionales del
lugar. ¿Por qué? Porque pasar tu primer noche en un lugar que antes que vos
conoció otra conciencia humana es un poco abrumador. Es un lugar que quizás
haya guardado en su intrincada y curiosa arquitectura ecos de peleas que quizás
sean un espejo porvenir o quizás no. Un lugar que posiblemente guarde los
secretos de cada uno de los miembros de la familia que antes lo usó como recipiente
de magias y miserias: alguien lloró en este baño; alguien guardó un secreto en
este cuarto; en este otro alguien se creyó especial. Acá, el secreto y el
egocentrismo se cruzaron y hubo una pelea. Si me paro en este rincón todavía
escucho el ruido de las tazas, de todos esos desayunos, explotar sobre mi
cabeza. Porque cuando la gente se pelea rompe cosas, porque se siente viva
cuando pelea, porque el romance es, en momentos así, la antítesis pura del
materialismo… es, incluso, la revancha de lo único puro, el enojo, la idea
sincera de no pensar en las consecuencias, y enojarte porque esa persona jamás
podría entenderte y asustarte porque sin esa persona no podrías concebir
ciertas cosas que son tan tuyas que descubrís que no te pertenecen es tan
abrumador como un lugar nuevo, la primera noche.
*
Este rincón de la casa me hace
pensar en recuerdos que vendrán después y que tienen un primer plano de mi
mejor amigo. Me confiesa cosas. O escribimos una peli juntos. Da igual. Está
bien.
En la terraza mi novia y yo vamos a
estar más enamorados que nunca. Voy a invitar a comer a mis viejos.
No voy a pensar en las cosas que me
hacen mal, en la culpa y en el sentimiento de lo inminente, del meteorito
final. Ella va a seguir siendo esa persona indescifrable y voy a reírme aunque
sea muy seria la conversación. Vamos a seguir siendo dos.
Y eso también está bien.
*
Los muebles viejos, los que el dueño
aún tiene que venir a retirar, las cosas de una última pareja, una de hace unos
tres años (o eso asegura el dueño), no me intentan morder, no abren sus cajones
para mostrarme un par de medias agujereadas de las que salen gusanos, no abren
sus puertas para que un rostro gigante me dicte las tres verdades de la vida,
sin ojos, sin lengua. Los muebles están muertos, porque saben que no hay mejor
estrategia: ¿a quién no le causa curiosidad la muerte? Por eso, me explico: no
me intentan morder. Me van a morder.
Voy a ser un tipo común, que se
murió de tanto fumar, muerto antes de ansiedad.
Voy a ser el detective que descifró
todo y nunca compartió la revelación con nadie. Y que también se murió. Capaz
de fumar mucho, sí.
¿A quién no le causa curiosidad la
muerte?
*
Escribir poesías ya no me parece tan
malo. Pienso que hice bien en escribir poesías. Sé que van a volver. Eso que
dije que ya no tenía nada para sorprenderme, el lugar del que me alejé
indignado, con un poco de terror… toda esa adicción, esa idea rotunda de que no
puede haber mejor plan, todas esas promesas… Ahora sé que puedo estar de pie
otro round y todavía voy a recibir todos los golpes. Sin embargo no voy a dejar
de mirar con asombro el rostro de mi adversario y, no sé si por los golpes, por
optimista irrecuperable o por qué, lo veré cada vez más decrépito.
La poesía aún no ganó ninguna
guerra.
Nadie murió en manos de la poesía.
*
¿Qué es lo que necesitabas para
volver?
¿Sólo esto?
¿Sólo la sensación de pertenencia?
¿Sólo el hogar?
¿La poesía es sólo un lugar?
*
Todo comenzó, o eso dejé entrever en
un principio, cuando, por pura necesidad, me fijé en los detalles en lugar de
ver el todo.
Fue entonces cuando la vi.
Estaba tirado sobre un colchón que
aún mantenía su nylon de fábrica, un colchón que no dejaba de sacar notas
temblorosas de cada uno de mis movimientos, un colchón incómodo de tan nuevo.
Observé la pared que tenía enfrente.
A mi espalda una ventana por donde
entrará el sol, donde las gotas de lluvia van a acompasar madrugadas dulces o
llenas de pesadillas, delante de mí, dibujada en la pared, con la sutileza de
un trabajo bien hecho pero no tanto, una puerta.
Sí, en una de las paredes de esta
casa, la que está frente a la cama en la que voy a morir (no literalmente,
espero) y voy soñar (no hay modo de que eso no sea literal), hay una puerta que
el cemento, el esmero (no tanto) y la pintura, no pudieron ocultar del todo.
No pienso, como debería o como
temía, en que tengo que pasar la mejor noche del mundo, que tengo que llevarme
al límite, si después de todo es mi primer noche solo. No estoy triste.
Pienso que muerto y soñando voy a
usar esa puerta.
Sólo estoy… ansioso. Con ganas de
fumar.
*
La casa ya ejerce poder sobre mí.
*
Descubro con rapidez mi lugar
especial. Aunque en realidad puede ser que no lo haya descubierto con tanta
rapidez. Sí puedo asegurar que ni bien fui conciente de que buscaba un lugar
especial, lo encontré.
Me siento en un escalón que tiene el
pequeño patio de la casa nueva. La perspectiva deja los brotes de una planta delante
de mí. La planta en cuestión es uno de los pocos sobrevivientes que no tiene
pudor en mostrarse vivo. La regué. No me debe nada. Está viva.
Yo voy a meditar o ella va a
meditar.
Primero no reconocerá eso que
llamamos ojos y tampoco eso que llamamos lengua. Luego aprenderá a reconocer
mis facciones, como si las recordara de otra vida. Una vida en la que alguien
la regaba de un modo más genuino que el dueño que hace tres años pasa y le tira
un vaso de agua, con la rutina escondiendo (y no tanto) el sentido rotundo de
la obligación.
Yo también voy a aprenderme tus
rasgos, planta del patio.
Voy a recordarte.
No voy a dejar que te crezcan
gusanos.
*
Me baño cuando me siento un poco más
relajado, sólo porque sé la tensión que implica bañarte sabiendo que estás
aislado de todo. Por eso que una escena del cine se haya hecho tan famosa: la
ducha es vulnerabilidad.
Y para colmo de males, no tengo
cortina que separe la ducha del resto del baño. No voy a poder consolarme con
la estupidez de mis gloriosos últimos segundos. No, voy a ver mi final desde el
principio.
Me baño mal, rápido.
Vuelvo a sentirme un poco más
relajado cuando me seco, cuando el sonido de la ducha no amenaza con transformarse
en la marcha nupcial críptica que me una de una vez por todas con la señorita
de la guadaña.
*
Paseo descalzo, sé que me estoy
convirtiendo en el medio de transporte para un polvo que me excede en vida, con
el cual no tengo manera alguna de comunicarme. Él es cenizas, yo no sé. No
quiero pensar en eso. Eso es futuro y esto es presente. Pierde el que no lo ve.
Lavé el piso con comportamiento
neurótico antes de mudarme: pasaba el trapo, caminaba sobre mis pasos, veía mis
huellas, las borraba, volvía a pasar el trapo, así hasta cansarme, así al
infinito. Y volvía a empezar como el ouroboros más preciso del cosmos entero. Y
eso no es lo que importa, porque entre cerámica y cerámica hay espacios que
guardan la circulación vital de esta nueva vida. De cualquier vida que haya
sido nueva. Por eso sé que las plantas de mis pies ya están completamente
ennegrecidas, sin importar mi reciente paso por la ducha y su invitación
descarada al crimen, mi crimen.
Paseo descalzo, estudio lo que un
día será mi escritorio, no el definitivo. Recuerdo que en mi casa anterior, la
casa inmediatamente anterior, la de ayer,
escribí una novela policial con aspiraciones psicodélicas. También unos cuantos
cuentos, algunas reseñas, notas, desgravé entrevistas. Y, al principio,
poesías.
Por un rato no me puedo mover. Y no
sé cuanto tiempo pasa: cuando vuelvo en mí estoy otra vez en la cama.
Mirando la no-puerta.
*
¿La poesía es cualquier lugar?
*
Pero como la ingenuidad es el mayor
de los pecados cuando una acción encuentra su repetición, como me considero un
buen fan religioso de mi mismo, dejo de mirar la puerta, me pongo de rodillas y
me giro sobre el colchón que no deja de quejarse en su idioma plástico. Hacia
la ventana. Hacia el patio, hacia las estrellas que se ven y las posibles.
Entre ecos de luz quizás ya ausente, que viaja en el tiempo exclusivamente para
mi, por mi, para hablarme de lo que será.
Imaginó la secuencia sexual
inevitable: mi novia en el marco de la ventana, casi desnuda, yo detrás de
ella. Imagino la ferocidad del cámara lenta. Imagino esa parte del amor que
tiene que ver con eso, o con el romanticismo y sus excusas. Tengo una erección.
Porque sus tetas van a estar del otro lado de la ventana, rebotando, por los
gritos apagados pero estridentes en su opacidad descarada, porque su mirada va
a estar centrada en alguna estrella, como la mía, ahora, y va a sentir esto que
siento, quizás por la misma telepatía que usan los astros, esa sesión de
espiritismo que tiene su eje en la electricidad que todo lo une.
Ya envidio sus pensamientos, que son
los que me inundan: la lejanía de todo, el calor de ser un punto concreto de
energía dentro de un lugar inmenso más de lo imaginable, la sensación de que no
sería errado colgar una maceta o quizás un farol alimentado por una vela, lo
superfluo, lo único, lo vital.
Pienso en masturbarme, pero estoy
demasiado exhausto como para seguirme la corriente. Estoy muriendo. Estoy a
punto de soñar.
Finalmente soy el asesino.
Lo que los otros ven del otro lado,
cuando espían, con los ojos cerrados, lo que se siente no ser uno mismo.
Antes de volver a acostarme me
percato de que todo el tiempo la planta del patio me estuvo “observando”. Me da
un poco de pudor.
*
Después de años de insalubres y
productivos insomnios, productivos al menos para mi ego, me duermo temprano.
Como si fuera la mejor noche de la
historia del mundo.
Ni borracho ni drogado ni con la
garganta ardiendo.
Me duermo.
*
Es entonces cuando la puerta que ya
no está se abre sin romper su estructura: está ahí.
*
Las imágenes del funeral, ese que
ocurre dentro de mí, el que trascurre del otro lado de la puerta, tienen la
forma de versos sutiles pero incandescentes, ancestrales pero jóvenes por
siempre: se proyectan sobre las ansias de todo ser vivo hoy desvelado.
Y por un segundo veo mis raíces, veo
todo lo que va a seguir creciendo.
Veo, ante todo, que nunca dejamos de
estar en casa.
Ninguno de nosotros.
No importa dónde.
Seremos nuevos, hasta que ya no lo
seamos, hasta quedar yuxtapuestos a la dura y concisa noción de realidad como
visagras o como una abertura mal tapiada.
*
Morí que soñaba,
por vez primera.
***
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