miércoles, 1 de junio de 2016

las percepciones de la puerta

MAESTRO MAYOR DE OBRAS



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Lo primero que hago cuando paso la primer noche en la casa nueva, lo primero que hago para matar el cosquilleo que me dice que debería hacer cualquier cosa que se me ocurra, lo primero que hago para tratar de equilibrar deseo y ansiedad, para congelar al pensamiento que dice que extraño bocha a la persona que tendría que estar acá conmigo, lo primero que hago es, sí, colgarme con uno de los detalles menos convencionales del lugar. ¿Por qué? Porque pasar tu primer noche en un lugar que antes que vos conoció otra conciencia humana es un poco abrumador. Es un lugar que quizás haya guardado en su intrincada y curiosa arquitectura ecos de peleas que quizás sean un espejo porvenir o quizás no. Un lugar que posiblemente guarde los secretos de cada uno de los miembros de la familia que antes lo usó como recipiente de magias y miserias: alguien lloró en este baño; alguien guardó un secreto en este cuarto; en este otro alguien se creyó especial. Acá, el secreto y el egocentrismo se cruzaron y hubo una pelea. Si me paro en este rincón todavía escucho el ruido de las tazas, de todos esos desayunos, explotar sobre mi cabeza. Porque cuando la gente se pelea rompe cosas, porque se siente viva cuando pelea, porque el romance es, en momentos así, la antítesis pura del materialismo… es, incluso, la revancha de lo único puro, el enojo, la idea sincera de no pensar en las consecuencias, y enojarte porque esa persona jamás podría entenderte y asustarte porque sin esa persona no podrías concebir ciertas cosas que son tan tuyas que descubrís que no te pertenecen es tan abrumador como un lugar nuevo, la primera noche.

*

Este rincón de la casa me hace pensar en recuerdos que vendrán después y que tienen un primer plano de mi mejor amigo. Me confiesa cosas. O escribimos una peli juntos. Da igual. Está bien.

En la terraza mi novia y yo vamos a estar más enamorados que nunca. Voy a invitar a comer a mis viejos.
No voy a pensar en las cosas que me hacen mal, en la culpa y en el sentimiento de lo inminente, del meteorito final. Ella va a seguir siendo esa persona indescifrable y voy a reírme aunque sea muy seria la conversación. Vamos a seguir siendo dos.
Y eso también está bien.

*

Los muebles viejos, los que el dueño aún tiene que venir a retirar, las cosas de una última pareja, una de hace unos tres años (o eso asegura el dueño), no me intentan morder, no abren sus cajones para mostrarme un par de medias agujereadas de las que salen gusanos, no abren sus puertas para que un rostro gigante me dicte las tres verdades de la vida, sin ojos, sin lengua. Los muebles están muertos, porque saben que no hay mejor estrategia: ¿a quién no le causa curiosidad la muerte? Por eso, me explico: no me intentan morder. Me van a morder.
Voy a ser un tipo común, que se murió de tanto fumar, muerto antes de ansiedad.
Voy a ser el detective que descifró todo y nunca compartió la revelación con nadie. Y que también se murió. Capaz de fumar mucho, sí.
¿A quién no le causa curiosidad la muerte?

*

Escribir poesías ya no me parece tan malo. Pienso que hice bien en escribir poesías. Sé que van a volver. Eso que dije que ya no tenía nada para sorprenderme, el lugar del que me alejé indignado, con un poco de terror… toda esa adicción, esa idea rotunda de que no puede haber mejor plan, todas esas promesas… Ahora sé que puedo estar de pie otro round y todavía voy a recibir todos los golpes. Sin embargo no voy a dejar de mirar con asombro el rostro de mi adversario y, no sé si por los golpes, por optimista irrecuperable o por qué, lo veré cada vez más decrépito.
La poesía aún no ganó ninguna guerra.
Nadie murió en manos de la poesía.

*

¿Qué es lo que necesitabas para volver?
¿Sólo esto?
¿Sólo la sensación de pertenencia?
¿Sólo el hogar?

¿La poesía es sólo un lugar?

*

Todo comenzó, o eso dejé entrever en un principio, cuando, por pura necesidad, me fijé en los detalles en lugar de ver el todo.
Fue entonces cuando la vi.
Estaba tirado sobre un colchón que aún mantenía su nylon de fábrica, un colchón que no dejaba de sacar notas temblorosas de cada uno de mis movimientos, un colchón incómodo de tan nuevo.
Observé la pared que tenía enfrente.
A mi espalda una ventana por donde entrará el sol, donde las gotas de lluvia van a acompasar madrugadas dulces o llenas de pesadillas, delante de mí, dibujada en la pared, con la sutileza de un trabajo bien hecho pero no tanto, una puerta.
Sí, en una de las paredes de esta casa, la que está frente a la cama en la que voy a morir (no literalmente, espero) y voy soñar (no hay modo de que eso no sea literal), hay una puerta que el cemento, el esmero (no tanto) y la pintura, no pudieron ocultar del todo.

No pienso, como debería o como temía, en que tengo que pasar la mejor noche del mundo, que tengo que llevarme al límite, si después de todo es mi primer noche solo. No estoy triste.
Pienso que muerto y soñando voy a usar esa puerta.
Sólo estoy… ansioso. Con ganas de fumar.

*

La casa ya ejerce poder sobre mí.

*

Descubro con rapidez mi lugar especial. Aunque en realidad puede ser que no lo haya descubierto con tanta rapidez. Sí puedo asegurar que ni bien fui conciente de que buscaba un lugar especial, lo encontré.
Me siento en un escalón que tiene el pequeño patio de la casa nueva. La perspectiva deja los brotes de una planta delante de mí. La planta en cuestión es uno de los pocos sobrevivientes que no tiene pudor en mostrarse vivo. La regué. No me debe nada. Está viva.
Yo voy a meditar o ella va a meditar.
Primero no reconocerá eso que llamamos ojos y tampoco eso que llamamos lengua. Luego aprenderá a reconocer mis facciones, como si las recordara de otra vida. Una vida en la que alguien la regaba de un modo más genuino que el dueño que hace tres años pasa y le tira un vaso de agua, con la rutina escondiendo (y no tanto) el sentido rotundo de la obligación.
Yo también voy a aprenderme tus rasgos, planta del patio.
Voy a recordarte.
No voy a dejar que te crezcan gusanos.

*

Me baño cuando me siento un poco más relajado, sólo porque sé la tensión que implica bañarte sabiendo que estás aislado de todo. Por eso que una escena del cine se haya hecho tan famosa: la ducha es vulnerabilidad.
Y para colmo de males, no tengo cortina que separe la ducha del resto del baño. No voy a poder consolarme con la estupidez de mis gloriosos últimos segundos. No, voy a ver mi final desde el principio.
Me baño mal, rápido.
Vuelvo a sentirme un poco más relajado cuando me seco, cuando el sonido de la ducha no amenaza con transformarse en la marcha nupcial críptica que me una de una vez por todas con la señorita de la guadaña.

*

Paseo descalzo, sé que me estoy convirtiendo en el medio de transporte para un polvo que me excede en vida, con el cual no tengo manera alguna de comunicarme. Él es cenizas, yo no sé. No quiero pensar en eso. Eso es futuro y esto es presente. Pierde el que no lo ve.
Lavé el piso con comportamiento neurótico antes de mudarme: pasaba el trapo, caminaba sobre mis pasos, veía mis huellas, las borraba, volvía a pasar el trapo, así hasta cansarme, así al infinito. Y volvía a empezar como el ouroboros más preciso del cosmos entero. Y eso no es lo que importa, porque entre cerámica y cerámica hay espacios que guardan la circulación vital de esta nueva vida. De cualquier vida que haya sido nueva. Por eso sé que las plantas de mis pies ya están completamente ennegrecidas, sin importar mi reciente paso por la ducha y su invitación descarada al crimen, mi crimen.
Paseo descalzo, estudio lo que un día será mi escritorio, no el definitivo. Recuerdo que en mi casa anterior, la casa inmediatamente anterior, la de ayer, escribí una novela policial con aspiraciones psicodélicas. También unos cuantos cuentos, algunas reseñas, notas, desgravé entrevistas. Y, al principio, poesías.
Por un rato no me puedo mover. Y no sé cuanto tiempo pasa: cuando vuelvo en mí estoy otra vez en la cama.
Mirando la no-puerta.

*

¿La poesía es cualquier lugar?

*

Pero como la ingenuidad es el mayor de los pecados cuando una acción encuentra su repetición, como me considero un buen fan religioso de mi mismo, dejo de mirar la puerta, me pongo de rodillas y me giro sobre el colchón que no deja de quejarse en su idioma plástico. Hacia la ventana. Hacia el patio, hacia las estrellas que se ven y las posibles. Entre ecos de luz quizás ya ausente, que viaja en el tiempo exclusivamente para mi, por mi, para hablarme de lo que será.
Imaginó la secuencia sexual inevitable: mi novia en el marco de la ventana, casi desnuda, yo detrás de ella. Imagino la ferocidad del cámara lenta. Imagino esa parte del amor que tiene que ver con eso, o con el romanticismo y sus excusas. Tengo una erección. Porque sus tetas van a estar del otro lado de la ventana, rebotando, por los gritos apagados pero estridentes en su opacidad descarada, porque su mirada va a estar centrada en alguna estrella, como la mía, ahora, y va a sentir esto que siento, quizás por la misma telepatía que usan los astros, esa sesión de espiritismo que tiene su eje en la electricidad que todo lo une.
Ya envidio sus pensamientos, que son los que me inundan: la lejanía de todo, el calor de ser un punto concreto de energía dentro de un lugar inmenso más de lo imaginable, la sensación de que no sería errado colgar una maceta o quizás un farol alimentado por una vela, lo superfluo, lo único, lo vital.
Pienso en masturbarme, pero estoy demasiado exhausto como para seguirme la corriente. Estoy muriendo. Estoy a punto de soñar.
Finalmente soy el asesino.
Lo que los otros ven del otro lado, cuando espían, con los ojos cerrados, lo que se siente no ser uno mismo.

Antes de volver a acostarme me percato de que todo el tiempo la planta del patio me estuvo “observando”. Me da un poco de pudor.  

*

Después de años de insalubres y productivos insomnios, productivos al menos para mi ego, me duermo temprano.
Como si fuera la mejor noche de la historia del mundo.
Ni borracho ni drogado ni con la garganta ardiendo.
Me duermo.

*

Es entonces cuando la puerta que ya no está se abre sin romper su estructura: está ahí.

*

Las imágenes del funeral, ese que ocurre dentro de mí, el que trascurre del otro lado de la puerta, tienen la forma de versos sutiles pero incandescentes, ancestrales pero jóvenes por siempre: se proyectan sobre las ansias de todo ser vivo hoy desvelado.
Y por un segundo veo mis raíces, veo todo lo que va a seguir creciendo.
Veo, ante todo, que nunca dejamos de estar en casa.
Ninguno de nosotros.
No importa dónde.
Seremos nuevos, hasta que ya no lo seamos, hasta quedar yuxtapuestos a la dura y concisa noción de realidad como visagras o como una abertura mal tapiada.

*

Morí que soñaba,
por vez primera.  


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