miércoles, 8 de junio de 2016

tres tristes tiempos

CONDENSADOR DE CHAMUYOS


***

Se hace evidente en la desolación del despertar, en la confusión que hace un giro sobre si misma y deja a la rutina persiguiendo polvo, en la sensación de trasfondo oblicuo, y es por eso que no puedo hacer menos que empezar a conjeturar, mientras mis pies tocan el piso de lo que entiendo como mío pero de lo que desconfío, porque, ¿puedo asegurar que ésta fue siempre mi habitación? ¿puedo asegurar que siempre desperté en este costado de la casa? ¿puedo jugarme algo y decir que al menos la casa sí es mi casa?

 Puedo decir que sí, sin abrir la boca y sin asentir con la cabeza, pero pasando las palmas aún dormidas en cosquilleos, escépticas, por la sábana arrugada, limpia pero gastada, tan ausente de todo, tan carente de motivación existencial que lastima… y puedo pensar que mañana será techo de un refugio improvisado o motor fantástico para poder volar… pero al despertar es siempre un elemento más del decorado, nada que amerite un “buen día” de mis entrañas para afuera.

 El silencio, ese silencio que no elijo, conspira para que pueda sospechar un poco más: al no conocer mi voz puedo validar las otras voces, las que se esconden bajo un único disfraz, el de “mis pensamientos”. Y, al ponerme de pie, el recuerdo es una premonición, las ansias un reflujo de vómito que quedó como manifiesto de la juventud en el balcón de un lugar por siempre desconocido. “Juventud es todo eso antes del cambio”. Un cambio que no es mío, absorbo, haciendo pasear mis ojos por los libros, que son la constante vida del flashback que me tiene de protagonista, los libros que, a diferencia de las sábanas, gritan con el silencio de sus sueños, porque cuando me despabilo ellos se van a dormir y me dejan en este sitio, esta constante que fue modificada por otro, un alguien que, desesperado y épico en la búsqueda de su redención, rehace la historia todo el tiempo, de principio a fin, a veces encaprichado con el pasado, a veces culpando al futuro, a veces al revés. Alguien que va y viene en un tiempo que se ralentiza en mi minuto a minuto, segundo a segundo, haciéndome despertar día a día, vida a vida, dentro de un mismo cuerpo, con diferentes pistas, que me toma toda una eternidad resolver, que me llevan a un destino que siempre epilogo acostándome, muy satisfecho o destrozado.


Y espero algo del mañana, pero el mañana nunca llega, porque sigue siendo ese viajero temporal egoísta el dueño de mi devenir, ese sujeto que encontró la libertad en base a ignorarme, en base a ni siquiera pensar en mi y muchos menos en mi evidente, súper evidente, esclavitud presente. 


***
otro modo de decirlo:
TRES TRISTES TIEMPOS

Llueve.
Tres tiempos se cruzan en una esquina.
Un accidente inesperado.
Pero inevitable.
Es lo que pasó.
Lo que iba a pasar.
Lo que está pasando.
Siempre queda vacía una de las calles.
Saber el futuro no es saber qué va a pasar con lo que va a pasar.
Saber el pasado no es saber qué va a pasar con lo que pasó.
Saber el presente no es saber qué va a pasar.
Sigue pasando que discuten.
Y llueve.
Los tres tiempos.
Uno nació viejo.
Otro está creciendo.
El otro sabe que uno nació viejo y que el otro está creciendo: no se puede definir a sí mismo.
Mientras evalúan el desastre se cruzan los “¡qué loco, ¿no?!” con los “qué mal”, con los “ahora voy a llegar tarde… ya fue, me da igual”.
La calle vacía sigue vacía y ninguno admite que el accidente fue porque todos iban al mismo lugar. Ninguno quiere que el otro sepa. Así que los tres tiempos se quedan hablando de pavadas o se echan culpas o intercambian números de teléfono o se dan consejos retorcidos o se ignoran descaradamente.
Llueve con más fuerza.
Cae un rayo.
Cayó un rayo.
Caerá un rayo.
Tres tristes tiempos
pierden el tiempo
en un temporal.  

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