CONDENSADOR DE CHAMUYOS
***
Se hace evidente en la desolación del
despertar, en la confusión que hace un giro sobre si misma y deja a la rutina
persiguiendo polvo, en la sensación de trasfondo oblicuo, y es por eso que no
puedo hacer menos que empezar a conjeturar, mientras mis pies tocan el piso de
lo que entiendo como mío pero de lo que desconfío, porque, ¿puedo asegurar que
ésta fue siempre mi habitación? ¿puedo asegurar que siempre desperté en este
costado de la casa? ¿puedo jugarme algo y decir que al menos la casa sí es mi
casa?
Puedo
decir que sí, sin abrir la boca y sin asentir con la cabeza, pero pasando las
palmas aún dormidas en cosquilleos, escépticas, por la sábana arrugada, limpia
pero gastada, tan ausente de todo, tan carente de motivación existencial que
lastima… y puedo pensar que mañana será techo de un refugio improvisado o motor
fantástico para poder volar… pero al despertar es siempre un elemento más del
decorado, nada que amerite un “buen día” de mis entrañas para afuera.
El
silencio, ese silencio que no elijo, conspira para que pueda sospechar un poco
más: al no conocer mi voz puedo validar las otras voces, las que se esconden
bajo un único disfraz, el de “mis pensamientos”. Y, al ponerme de pie, el
recuerdo es una premonición, las ansias un reflujo de vómito que quedó como
manifiesto de la juventud en el balcón de un lugar por siempre desconocido. “Juventud
es todo eso antes del cambio”. Un cambio que no es mío, absorbo, haciendo
pasear mis ojos por los libros, que son la constante vida del flashback que me
tiene de protagonista, los libros que, a diferencia de las sábanas, gritan con
el silencio de sus sueños, porque cuando me despabilo ellos se van a dormir y
me dejan en este sitio, esta constante que fue modificada por otro, un alguien
que, desesperado y épico en la búsqueda de su redención, rehace la historia
todo el tiempo, de principio a fin, a veces encaprichado con el pasado, a veces
culpando al futuro, a veces al revés. Alguien que va y viene en un tiempo que
se ralentiza en mi minuto a minuto, segundo a segundo, haciéndome despertar día
a día, vida a vida, dentro de un mismo cuerpo, con diferentes pistas, que me
toma toda una eternidad resolver, que me llevan a un destino que siempre
epilogo acostándome, muy satisfecho o destrozado.
Y espero algo del mañana, pero el mañana nunca
llega, porque sigue siendo ese viajero temporal egoísta el dueño de mi devenir,
ese sujeto que encontró la libertad en base a ignorarme, en base a ni siquiera
pensar en mi y muchos menos en mi evidente, súper evidente, esclavitud
presente.
***
otro modo de decirlo:
TRES TRISTES TIEMPOS
Llueve.
Tres tiempos se cruzan en una esquina.
Un accidente inesperado.
Pero inevitable.
Es lo que pasó.
Lo que iba a pasar.
Lo que está pasando.
Siempre queda vacía una de las calles.
Saber el futuro no es saber qué va a pasar con
lo que va a pasar.
Saber el pasado no es saber qué va a pasar con
lo que pasó.
Saber el presente no es saber qué va a pasar.
Sigue pasando que discuten.
Y llueve.
Los tres tiempos.
Uno nació viejo.
Otro está creciendo.
El otro sabe que uno nació viejo y que el otro
está creciendo: no se puede definir a sí mismo.
Mientras evalúan el desastre se cruzan los
“¡qué loco, ¿no?!” con los “qué mal”, con los “ahora voy a llegar tarde… ya
fue, me da igual”.
La calle vacía sigue vacía y ninguno admite que
el accidente fue porque todos iban al mismo lugar. Ninguno quiere que el otro
sepa. Así que los tres tiempos se quedan hablando de pavadas o se echan culpas
o intercambian números de teléfono o se dan consejos retorcidos o se ignoran
descaradamente.
Llueve con más fuerza.
Cae un rayo.
Cayó un rayo.
Caerá un rayo.
Tres tristes tiempos
pierden el tiempo
en un temporal.
*
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