Todavía no termino de adivinar si Mayo
está repleto de convicciones o accidentes
-sólo sé que la caída es real-
(1)
*
Lo
primero que recuerdo es estar tirado en una cama que ya no me pertenece, los
brazos estirados, los puños cerrados.
-¿Confiás
en mis golpes?
-…
-No
quiero ser uno más… y menos para vos… Prometí golpes, ¿te acordás?
Y
mientras lo menciono recuerdo otra cosa que nada tiene que ver con esa promesa.
O sí. Me acuerdo de la lluvia y el frío, de apretarnos fuerte bajo la parada de
un bondi que tardaría una eternidad. Me acuerdo de lo tonto que me sentí.
-Nunca
vas a ser uno más, para nadie.
-Estoy
habando de vos…
-…
Después
viene un bache, una incertidumbre de pensamientos inconexos, de música un poco
alta, de palabras volando deprisa: la poesía anunciando lo inevitable. De nuevo
estoy en la cama, ahora solo. Las manos ya no son puños, y se pegan a mis ojos.
Estoy desnudo, mojado, empapado, tiemblo. De nuevo el recuerdo de la lluvia. No
puedo recordar si cerré la ducha. Hay un sonido que no me deja concentrarme.
Tardo un rato en darme cuenta de que ese sonido es mi llanto.
Me
duermo, quizás la última noche en paz.
Uso
la palabra. “desgastar” al otro día, por la mañana, ni bien me despierto. La
ilusión empezó ahí. Así. Dije muchas cosas, pero ella estaba dormida. Cuando
las tuve que repetir, ya entrada la mañana, ya el sol habiendo secado el rocío
de mi furia, sólo pude repetir “desgastar”. Una y otra vez.
Se
le puso fecha y hora.
*
Y
antes de traspasar el umbral (o en el umbral- llegado el momento vas a
descubrir lo inútil de describir en un antes-durante-después) una voz. Y nunca
conocí una voz real sin la necesidad de narrar. No preciso oídos, preciso voces
que puedan preguntar. Y dibujé el plano de un viaje en pepa, entendiendo por
primera vez la lógica intrínseca de las cosas, esa lógica de la que venía
hablando con nada de pudor. Se me quebró algo.
-Pero
vos no estuviste ahí.
-Ahora
sí.
Y
me volví a quebrar.
Y
visité una de las tantas sedes del infierno, una que queda en el lugar que
menos pensás, y me traje de recuerdo la mordedura de la muerte, con veneno duro
y eficaz incluído. ¿Qué me importaba? Había una birra en la mochila y unas
ganas terribles de no parar, porque el motor ya largaba humo y no soy de los
que saben administrar.
Después,
la última noche y la ausencia de mirar. Me enceguecí con todo y me quedó un
lindo vacío para recordar: me dormí en el sillón, abrazado a Linda, una perra
caniche a la que nunca le quisimos cortar la cola, preguntándome lo que me
pregunto cuando me quiero hacer mal: “¿me extrañará?”.
Ella
llegó tarde y me dijo que fuera a la cama.
Sonreí.
Dije
que sí.
Y
volví a cerrar los ojos.
Soñé
con fuego, serpientes, transpiración.
*
Abrí
los ojos y sentí miedo de ir al baño: sabía que el espejo me devolvería una
imagen escamosa, una lengua partida, ojos brillantes. Mi ex –mascota (juro que
nunca le dije: “mascota”) ya no estaba conmigo. El pelo se me pegaba en la
frente. La espalda ardía.
Empecé
a armar el bolso, sin meditar.
*
Una
charla hermosa, única, llena de sonidos que no salían ni de mí ni de mi mejor
amigo.
Hablo
de enamorarse, del tiempo, de los corazones, del desajuste de las cosas, de la
cobardía, de la idea de “una casa”, de mis 26 años (tema que saco a colación
para remarcar mi proximidad con los 27). También hablo de cómics, del nuevo
disco de alguna banda, de los libros que robé en la feria del libro… hablo de
muchas cosas, como me pasa cuando estoy bien… Y hay nubes bajas, muy blancas,
contra una inmensidad celeste que abruma. Y es una terraza. Amo las terrazas.
En
el momento menos esperado, cuando creo que estoy hablando de una peli que
encontré en el cable, sin querer, mi amigo me pone una mano en el hombro y me
dice que me entiende. Que mi personaje lo exige. Que yo siempre quise ser
orgánico. Que estoy teniendo muchos huevos.
Le
digo que “tener huevos” es relativo.
Lo
mismo que el triunfo.
O
el fracaso.
O
la idea de “dar marcha atrás”.
-Para
saber algunas cosas debería vivir dos veces… Y si eso pasa seguro que no voy a
tener acceso a mi memoria.
Nos
reímos.
Después
cuelgo, contándole que en internet hay un texto a modo de diario íntimo en el
que un tipo describe su experiencia con el peyote. El texto está firmado por
David Carradine.
Él
me escucha.
Soy
el Pequeño Saltamontes de mi mejor amigo.
Me
esmero (sin esmerarme de modo racional) en darle un tono épico al final.
La
anécdota termina y bajamos la vista, ambos muy satisfechos, acariciados por el
viento y por la sensación tan fuerte de domingo al mediodía. En un momento él
me codea, me señala la calle: vemos, desde la perspectiva de un dios con bajos
presupuestos y una escala bastante mediocre, a su novia (“señora, señora… están
casados…”, me lo tengo que recordar a cada rato) mientras pasea al perro.
Él
suspira.
Yo
miro para otro lado, para no interrumpir su momento y descubro que haber estado
tan pegado a la pared me dejó los pantalones manchados de blanco.
Me
pongo triste.
Voy
a dejar mi casa, voy a dejar a mi chica, hecho un zaparrastroso.
*
Vuelvo,
para irme.
Termino
el bolso, lo que quiere decir que queda sin cerrarme.
Llamo
un remis.
Me
cago a golpes.
Nos
abrazamos.
-¿Estás
segura?
-Sí.
Sin
palabras me pregunta si yo también.
Sí.
Salgo.
Linda
sale corriendo y ladra.
Después
de hacer malabares para guardar las cosas le doy la dirección al chofer, al
tiempo que un nudo se me forma en la garganta.
Resulta
que no sabe llegar.
Y
yo no puedo contestarle.
Tardamos
mucho.
Me
cobra mucho.
Me
chupa un huevo.
Mucho.
*
Me
recibe un amigo: Lucas. No es mi mejor amigo, el de la terraza. Lucas me conoce
pero no. O al revés: no lo conozco pero sí. No sé. No somos nadie el uno para
el otro: hicimos juntos el colegio y somos lo suficientemente románticos.
No
recuerdo si usamos las escaleras o el ascensor.
Cuando
estamos en el piso 4 le menciono (otra vez) que los pasillos de ese edificio
parecen de psiquiátrico.
Me
dice que me curta.
Me
acomodo, le invado los espacios. Acarició a su perro, que se llama Roto y tiene
un problema de malformación ósea. No puede abrir bien la boca. Lucas lo levantó
de la calle. Me conmuevo con eso.
-Una
semana y me voy…
-Por
mí hacé lo que quieras.
-Una
semana y listo.
-Dale.
*
Viví
con Lucas y Roto casi un año.
*
Me
instalo con una bolsa de dormir, en el costado del colchón que da al vacío. Lucas
se queda con la pared.
No
duermo nada.
Me
arde la espalda.
Estoy
muy borracho, no encuentro el celular.
Dialogo
con Cortázar.
Intento
escribir.
Fracaso.
*
-Mirá,
te trataría de mostrar el barrio, pero son cosas que a vos no te interesan…
-No
es que no me interese… quiero entenderlo a mi modo.
-…
-¿Qué?
¿Qué dije de malo?
-La
birra la podés comprar en los chinos de allá.
Pienso,
y no le digo, que yo antes compraba birra en una almacén, a un tipo que se
sabía mi nombre.
Es
un dato menor, un comentario de mierda.
*
En
mis primeras dos salidas encuentros vinilos rotos en la calle.
Voces
muertas.
*
Lucas
tiene franco martes y miércoles.
El
martes lo acompaño a un bar. Hay mucha luz azul, me endeudo por escabiar poco y
la música es un asco. Lo convenzo para que nos vayamos. En la puerta agarramos
unas postales que están exhibidas: una es de un festi de cine europeo.
-Mañana
hay una peli de Polonia…
-Vamos.
-Bueno.
En
la parada del bondi nos da un ataque de optimismo y buena vibra. Levantamos de
la basura unas maderas de color muy bien embaladas que no sabemos para qué
serían (parecen algo de oficina) y las llevamos, dispuestos a resolver el
misterio.
Las
tiramos pasados los diez días, cuando ya nos cansamos de que estorbaran el paso
del dormitorio a la sala de estar.
Mientras
tanto soy parte de la casa: ya tomo decisiones, como levantar basura.
*
La
peli se llama “Sala de Suicidas”.
*
La
proyección era en una especie de embajada francesa en la que también había una
expo de fotos. Todas fotos muy vergas, pretenciosas.
La
sala se llenó rápido de turistas. Cuando apagaron la luz, una voz en un
exquisito francés dijo que apagáramos los celulares. Escuché murmullos en
muchos idiomas.
Por
tres segundos me convencí de que no estaba en un cine: estaba en un avión.
Ojalá
existiera la chance de irse de cualquier lugar del mundo en cualquier momento.
Un
mundo feliz.
*
Un
bar ruso.
La
peli nos gustó.
Hablo
y hablo de una de las escenas finales, fascinado.
Después
trato de expresar lo que está pasando en mi cabeza.
No
puedo.
Decido
besar al silencio con un beso muy (MUY) ruidoso.
*
Ya
no tengo casa propia, ni novia ni mascota.
Puedo
decir que no fue tan duro, siempre y cuando entendamos que sí.
*
Descubro
que los chinos del barrio son peor de lo que esperaba: ni siquiera me dicen
cuánto les debo, se limitan a señalar la caja registradora. Decido hacer una
compra “grande” para no tener que lidiar a diario con tan triste show.
Dos
cajones de birra que terminan molestando el paso entre la sala de estar y el
comedor.
*
La
luz de la cocina del departamento no anda.
La
cocina tiene una ventana que da directo a unas vías de tren.
Arden
las madrugadas.
Mi
espalda es un infierno.
No
puedo dejar de mirar.
Y
pienso.
Y
pienso.
Trato
de hacerme amigo de la playstation. Me dura una hora. No sirvo para esas
mierdas. Vuelvo corriendo a la ventana.
Me
doy cuenta de que ese es el lugar que me corresponde.
En
el trabajo duermo.
Bah,
me desmayo.
*
Descubro
un espejo en la computadora.
Y,
a veces, en mi celular.
Qué
verga incluir la palabra chat y/o sms en medio de una narración.
Otra
vez, una voz.
“Deberíamos
vivir más cerca”.
Divago
sobre la idea de las distancias.
Me
acuerdo de cuando me enamoré (casi perdidamente) de una piba entrerriana que
escribía poesía. Hablábamos mucho. Un día escribió la mejor poesía del mundo.
Cuando
se conectó estaba dispuesto a decirle que si alguien me dedicaba una poesía así
yo podía caer rendido… hasta tenía pensado tomarme el tren. Sin embargo ella
tomó la posta, muy entusiasta:
“Hoy
me besó… El pibe que me gusta me besó”
(claro,
porque hablaba de un pibe que le gustaba, pero yo ignoraba esa parte porque no
me parecía entretenida)
Me
mordí la lengua (los dedos), antes de seguir:
“¿Fue
por la poesía?”
“¿Eh?”
“¿Le
dedicaste la poesía esa que publicaste el otro día?”
“Eeeeeeh,
sí… se la dediqué, pero él no sabe, no le cabe leer”.
A
eso le siguió un emoticón.
Uf,
me desenamoré de movida.
No,
para ser justo no fue tan rápido, pero me desenamoré a full.
Igual,
lo que quiero remarcar, es que me enamoro igual de fácil que cuando era apenas
un niño.
*
El
viernes toca un amigo.
Lo
voy a ver, solo.
Me
cuelgo hablando con un flaco que tiene un plan maestro para llenar toda la
capital de plantas de marihuana. Hablamos un rato largo sobre eso, con la
seriedad de estrategas súper expertos en el arte bélico. Entre data y data
descubro que es conocido de un pibe que cursaba guión en la misma escuela que
yo. Un pibe con el que me llevaba muy bien y con el que habíamos escrito una
saga que narraba el fin del mundo mezclando los estilos de Richard Kelly (mi
héroe del cine) y Kevin Smith (su héroe del cine).
Después
nos peleamos (seguro que por mi culpa) o nos dejamos de hablar (seguro que por
mi culpa).
Trato
de resumirle eso a mi interlocutor pero está en otra. Acepto de su faso y me
dispongo a disfrutar, sin nada de pretensiones, de la banda que toca antes de
la banda de mi amigo: resulta que me estoy adentrando al mejor reci de mi vida.
El lugar es chico, es un primer piso de una especie de casa tomada convertida en antro-bar.
La
banda se llama Ojos sobre el mar. Son de Misiones.
En
un momento llego a sentir que si mi historia llegara a escribirse mi biógrafo no
podría, jamás, obviar esa noche.
Me
lleno como nunca.
Y
me vacío como siempre.
Pero
más.
*
Es
la primera vez que vuelvo muy drogado al departamento.
El
pasillo de psiquiátrico se hace pegajoso. Se estira. Se contrae.
Respira.
Dicen
que los locos tienen voces en su cabeza.
*
Por
esas cosas que suceden en el momento oportuno/no-oportuno recibo un llamado de
una mina con la que salí un tiempo. Hago memoria y recuerdo que nunca hizo tal
cosa durante los 2 meses que duramos juntos: 2 meses en los que yo me encargué
de romperle el corazón con paciencia y puntualidad asesina.
Decido
no atender.
Y
sobre eso, no hay más nada que decir.
*
Me
levanto de no-dormir ansiando la voz.
No
sincronizamos.
Es
raro.
Porque
no, pero sí.
O
sí, pero no.
*
Me
invitan al rodaje de una peli de la que escribí el guión.
Voy
con ella, que es la vestuarista.
Nos
hacemos preguntas tramposas.
Yo
perdí la noción del tiempo: pasaron siglos.
Ella
sacude la cabeza: “mañana se cumple una semana”.
Algo
se nos está yendo.
*
Es
un día de rodaje largo y llego a fastidiarme: recuerdo por qué elegí ser
guionista.
En
un momento subo con el director de la peli al techo de un enorme galpón para
poner unas mantas sobre unas claraboyas. Subir al techo es peligroso, tenemos
que caminar por una cornisa muy angosta. Puedo ver los patios traseros de casas
lujosas: piletas, césped bien cortado. Los perros nos ladran.
No
nos caemos de pedo, pero me paso todo el día imaginándome ahí, tirado entre
tanta pulcritud. Me maldigo por no saber pintar.
-Sería
un cuadro hermoso…
-¿De
qué hablás, Matías?
-Nada,
dejá.
Yo.
Boca
abajo.
Una
mujer gritando.
Mis
pantalones negros aún manchados de blanco.
Las
flores aplastadas.
Volver
es horrible.
El
eco es horrible.
*
A
dos cuadras del departamento hay un parque. El parque tiene una feria los
domingos. Voy con muchos ánimos pero la termino recorriendo en pocos minutos.
Tengo
la urgencia de decirle algo a Lucas.
Entro,
agitado:
-Ok,
sí, va a ser más de una semana.
No
despega su vista del monitor.
Agrego:
-Gracias…
-No
seas gil.
Fin.
*
Pasan
dos días y el dolor en la espalda toma forma: picaduras pequeñas, una al lado
de la otra, una franja de unos 5 centímetros , que van del costado derecho
hasta la mitad de la espalda.
El
doctor se ríe.
-El
nombre vulgar de esto es “culebrilla”… te quema los nervios… Vas a sentir mucho
dolor. En la creencia popular si la culebrilla avanza y se tocan las puntas te
morís…
Se
ríe con más fuerza. Anota el nombre de muchas pastillas.
-Pero
no te asustés… Te salió por el estrés. Tenés las defensas bajas.
Risa.
Yo
nada.
Se
rinde.
-También
podés ir a una curandera, pero es importante que sepas que eso no serviría de
modo real…
No
me conoce ni un poco.
Me
cae mal.
Rotundamente.
La
curandera se llama Magdalena y vive en la calle Magdalena. Cosas de curandera.
Es
rubia, grandota, unos 60 años. Huele a bebida fuerte, dulzona… Su casa no tiene
estampitas ni santos ni nada. Lo único que veo por todos lados son juguetes
(entre viejos y nuevos) y fotos (entre viejas y nuevas) de niños.
-Tenemos
que hacer un tratamiento de 9 días.
Asiento,
con valentía.
Me
pone una crema sobre las ronchitas minúsculas.
Después
tomillo.
-¿Para
qué es?
-Para
que no te irrites con la ropa… Y tiene rico olor.
-Sí,
posta.
Me
cae bien.
Rotundamente.
*
Me
tomo una pequeña licencia.
Escucho
mucha música.
Se
me cierra la garganta.
Me
obsesiono con el número 9. Después, por culpa de una buena historia que
recuerdo de golpe, con el 52.
Me
baño poco.
Paseo
a Roto.
Lucas
no deja de repetir que Roto tiene más salud que yo.
Todo
se pone difuso, los días se parecen mucho.
Me
emborracho.
Me
desmayo.
Tomillo.
Otra
vez borracho.
Pienso.
Doy vueltas.
Hago llamadas. Me quedo insatisfecho,
siempre.
Planeo un rodaje para el fin de semana.
Le pongo muy poca onda.
Pienso en Ouroboros.
Me miro mucho en el espejo.
Me siento con el sex-appeal de un
espantapájaros.
Pienso en serpientes y círculos.
Pienso en trampas.
Muestro los dientes.
Me conmuevo.
Camino de una punta a la otra de la
cocina.
Me memorizo los horarios del tren.
Fumo pegado a la ventana, para no
perderme los detalles.
Cuando menos me lo espero escribo una
poesía.
Me doy cuenta que tiene una dedicatoria
explícita.
Me doy cuenta después de haberla
terminado.
La doblo con delicadeza (la escribí en
un papel) y la guardo, entre asustado y fascinado.
Y otra vez.
*
El
jueves me siento mejor.
Amago
con salir, pero no puedo.
Mejor
no significa bien.
*
El
viernes hay ensayo para el rodaje de un corto que escribí hace poco más de un
mes.
Hago
de director de actores, porque eso me gusta. Me gusta ver la transformación.
Ser el guía, después dejarme atravesar.
Mi
magia está intacta.
VEO
la historia.
El
actor principal es un pibe que conozco del secundario pero con el que nunca
generé empatía… Nos unió la causalidad de reencontrarnos y el hecho de que yo
tuviera una produ y él una pasión por actuar. De pronto me doy cuenta de que
somos más parecidos de lo que creíamos.
Se
llama Pedro. El personaje del corto también.
Me
dice que es una redundancia.
Me
ahorro de decirle que redundante sería ponerle Matías.
-Mañana
rodamos –digo, al final del día.
“Mañana”,
más allá de que sí rodamos, fue el día en que cambió todo.
*
Seguimos
en el viernes.
Brindamos
para festejar lo bien que salió el ensayo.
Después
yo brindo de más.
Me
voy con una amiga al reci de Poseidótica, una bandaza.
Humo
del Cairo abre. Y estalla.
Cuando
terminan compramos una birras caras y caretas. Entre el choque de personas
(hace calor, calor, calor, calor) me encuentro con un flaco que es dibujante y
al que admiro mucho. Nunca nos habíamos cruzado en persona a pesar de que
estamos armando juntos un proyecto de poesías/dibujos. Nos abrazamos e
intercambiamos cumplidos. Estoy feliz.
Está
vendiendo fanzines con sus obras.
Le
pido uno.
Me
dice que me lo regala.
Se
lo pago de prepo y digo algo tonto como: “vos nunca le pongas publicidad y yo
no tengo drama en pagar”.
Nos
reímos.
De
golpe se acercan amigos de él. Más de 5. Capaz que 8.
Me
rodean:
-¿Vos
sos Matías Oniria? ¿El de los textos y los conejos?
Se
me abalanzan, entre risotadas. Me palmean la espalda, la culebrilla, me dicen
cosas que no registro bien. Me ofrecen birra y porro, pero no logro sincronizar
movimientos: asentir, devolver saludos cordiales… Me mareo. No me conocen.
Ninguno. Sólo me leyeron.
Me
da un ataque de algo.
Les
termino dando mi cerveza y mi porro y me voy adelante, a perder los oídos.
*
Poseidótica
arranca y en el segundo tema quedo hipnotizado. Hay una pantalla con proyecciones.
Entro en trance.
En
un momento me giro y veo que un flaco me mira con odio. No entiendo por qué. Lo
miro fijo. Siempre miro fijo. Participé de pocas peleas en mi vida. Prefiero
mirar fijo. Destruir otras cosas.
Vuelvo
a la mía.
Cuando
me vuelvo a girar el gordo mal-agestado no está. Hay una mina. Me mira, pero
sin odio. Entorna los ojos, como si tratara de sacarme una radiografía.
Me
asusto un toque.
Pero
no tardo en volver a la mía.
Me
pierdo de mi amiga.
El
show llega a su fin.
Son
más de las 12.
Es
“mañana”.
*
La
banda es instrumental, creo que estoy un poco sordo. Hace mucho que no escucho
voces, me tomo el tiempo para meditarlo. Son primeros minutos de sábado.
*
No sé cuándo es que empieza una depresión.
Cuando me doy cuenta de que estoy deprimido ya estoy bastante deprimido como
para tratar de indagar el dónde o el por qué. Cuando me doy cuenta de que estoy
deprimido, suspiro, empiezo a caminar con la cabeza gacha, en un estado de
ansiosa somnolencia, y empiezo a preguntar hasta cuándo. Es una pregunta que no
ocupa la primer plana de mis pensamientos, pero es la que se esconde tras la
sucesión de malas noticias en las que se transforma mi realidad.
Debo aclarar, llegado este punto, que no creo
que haya en esa sucesión de malas noticias una conciencia organizadora ni malas
noticias propiamente dichas. Creo que todo es una mala noticia si uno tiene la
cabeza lo suficientemente abierta como para percibirlo. Sí, todo es eso, una
cuestión de perspectivas: las cosas nunca resultan bien, pasa que uno está
engañado creyendo que sí.
No se trata de ausencia de dios o desamor en el
universo o nada de eso.
Es más simple: hay muchas pretensiones.
*
Se terminaba Mayo.
Arrancaba Junio, con un
zumbido en mi cabeza, con un presagio en la piel, solo, sin monedas para volver
a ningún lado, la promesa de una muerta absurda.
*
Esta historia podría haber
comenzado en cualquier momento, porque esto es lo que soy. Pero sólo puede
terminar acá, en esta anécdota, una en la que descubría que mi SUBE no tenía
saldo, una en la que el cielo se nublaba, una que termina, por fin, con mi
rostro empapado pero mis dientes al descubierto, sonriendo. Una que sucede
treinta días después de lo que yo tomé como punto de referencia. Una que me
demostró que te podés acostumbrar y desacostumbrar a todo.
No quiero ser el que dicen que
soy.
No soy quien digo ser.
¿Quién soy si no soy para
nadie?
*
Pensé: tengo todo por delante.
Treinta días y dejé de
sentirme triste.
*
En el bondi de regreso,
después de comprar un boleto a un tipo que me miró mal, pensé lo siguiente:
algún día voy a leer esto y no voy a reconocerme. Y apenas voy a recordar
algunas cosas y otras van a estar ahí porque así lo planifiqué y ese entonces
tendrá otros puntos de referencia igual de intensos. Lo digo, lo reclamo, lo
imploro, lo exijo, lo escribo.
Mi dolor es cicatriz.
Soy yo, persiguiendo la mala
suerte, corriendo por la espalda del mundo, buscando encontrarme; una
culebrilla sincera y perseverante, que va tras el drama, para tener una excusa
más para hablarse, para preguntarse “hola, ¿quién sos?”.
*
Al bajar del bondi encontré a
un perro bajo la ya inevitable lluvia. No era Linda ni era Roto.
Le confesé que ya me sentía
mejor. Me gruñó.
*
Pasaron unos cuantos años.
Vuelve a ser Mayo.
Tal como sospeché, algunas
cosas no me las acuerdo, en otras, me miento.
Ahora tengo un gato.
Vivo solo.
No sé cómo ni por qué ni
cuándo. Pero vuelve a pasar, con la misma intensidad.
El dolor crea elipsis. Nada
sucede. Todo es Mayo.
*
Ojalá esté ahí para percibir
el final.
Si no llego a ver cómo termina
es porque me rendí en el medio.
Si sobrevivo prometo dejar
constancia de que lo vi venir y me asusté.
Resumiendo:
¿Soy yo o mi voz?
¿quién acaba de hablar?
¿qué tan accidental fue lo
inevitable?
*