jueves, 22 de diciembre de 2016

¿dónde van los mayas cuando llueve?

4 años después
reflexiones de otro sobreviviente



Hoy es 22 de Diciembre.
Si el mundo se hubiera acabado en aquel ya mítico 21 de Diciembre de 2012, hoy cumpliríamos un nuevo año de ya no ser. Aunque si ya no se es no se cumplen años y sólo podemos medir las cosas en términos de “año” y “nuevo” porque no nos extinguimos y eso nos permite seguir haciendo lo que más nos gusta: especular.
Como cuando no entendíamos los dibujitos mayas pero se nos ocurrió que hablaban del mundo explotando.

El mundo no explotó y nadie se puso a pensar en que, entonces, los mayas querían decir otra cosa. ¿Qué querían decir? No importa, lo importante es que no dijeron lo que pensábamos que querían decir. Pareciera que los que fracasaron fueron los mayas. O capaz los mayas ya no existan. Cuando dejamos de interesarnos en ellos un mundo sí explotó.

Respecto al fin del mundo que no fue puedo decir 2 cosas:
-Cuando, siendo muy niños, mi prima me dijo: ese día seguro no pasa nada, yo le aposté algo a que sí. Y nos enojamos y nos miramos ofendidos y nos fuimos cada uno a merendar a su casa, sin despedirnos. Cuando la fecha llegó, ella ya estaba estudiando medicina y yo presentando una obra de teatro que hablaba de una ruptura amorosa. Ese día yo estuve feliz y en un momento, sin saber si había perdido o no una apuesta, pensé en mi prima y le deseé, en silencio, apenas dos segundos antes de salir a escena, la misma dósis de felicidad.
-Cuando mi hermana, ocho años más chica, me preguntó sobre el fin del mundo, muy preocupada y con algo parecido al terror en los ojos, le expliqué que lo único que iba a pasar el 21 de Diciembre era que iba a empezar el verano… y que no eran “mayas”, eran “mallas”… todo una movida publicitaria para vender ropa de baño… Se rió. ¿En serio?, me preguntó. Le juré que sí, corriendo a fuerza de convicción todo el temor de su mirada.  

O capaz todo se terminó tan rápido que sólo somos la inercia de aquellos fantasmas que nos habitaban.
Quizás, si algún viajero galáctico se topa con nuestras coordenadas espaciales atraviesa un pueblo embrujado. Escucha voces, gemidos, gritos de furia, declaraciones llorosas de amor, una música terrible e inspiradora…
Profecías de algo, sospechará ese viajero galáctico, mientras se aleja, dejando a otra civilización sola e incomprendida en los confines de la existencia. 


***

domingo, 11 de diciembre de 2016

cuatro bolas y un funeral


EL ÁRBOL DE FUEGO
a Santiago Motorizado, 
por la navidad de reserva.



Antes me re gustaba armar el árbol de navidad.
Ahora no sé si tengo muchas ganas. Y no es que esté más amargado o haya dejado de creer en la magia o algo de eso. Aunque aclaro que por supuesto no soy un ser lleno, llenísimo, de buen humor y mi concepto de magia sufrió un par de mutaciones genéticas y hoy día se me hace difícil separar la conciencia mágica de la guerra.
Sigo teniendo, sin embargo, noches de paz, noches de amor.
No creo estar haciéndole mucho mal a nadie, creo que soy un toque influyente en algunas personas y siempre quiero usar ese poder para hacer el bien. Dejo que la influencia de otros me atraviese. Para bien o para mal. Y no me molesta representar lo que represento, sobre todo porque me gusta mucho encontrar el equilibrio entre si quiero o no tomarme en serio con lo en serio que quiero que me tomen o no.
Como cuando era chico y ya sabía que Papá Noel no existía pero igual pedía los regalos: nunca abusé de eso y me agarré a piñas con un compañerito, en el colegio, porque él sí actuaba, según mi temprana moral idealista, con maldad. Bah, agarré a piñas es un modo de decir. Le dije a la maestra. Y ahora que lo recuerdo, la maestra me miró con algo de lástima y retó a mi oponente pidiéndole piedad por mi tonto romanticismo…

Eso es lo que hago con las cosas que me pasan.
Y me divierte.
Así que no es que no armo el árbol porque me volví más aburrido y ya no disfruto de las pequeñas cosas… todo lo contrario, me encantan los jardines delanteros con luces que titilan. Me gusta ver cómo algunos se encargan de dar forma y orden al cablerío de foquitos mientras otros dejan que el caos domine la situación y la ausencia de patrones hace que uno se maree y todo se vuelva evidencia de un vómito lumínico tan misterioso como el sentido patológico oculto del que se tomó el tiempo para darle forma de estrella a todo el asunto respetando el ritual iconográfico y no haciendo, por ejemplo, algo un poco más original u osado: una figura onda las que forman las líneas de Nazca. O una pija, que es fácil de contornear. Lo que sea. Pero no, la navidad tiene sus símbolos, sus modas anuales, el Papá Noel clásico y el cheto, su variedad etílica propia, un par de discos dedicados exclusivamente a ella, un compilado de pelis imperdibles… quizás no porque sean tan-tan geniales, sino porque las van a repetir hasta que cedas y el fantasma del pasado te robe un poquitito de tu fantasma presente y se convierta en tu fantasma futuro, uno que siempre, al apagar la tele después de los créditos, se sonríe y piensa en algo con sabor a garrapiñadas e ingenuidad. Algo lindo.

Y tampoco es que no lo voy a armar, estoy tratando de explicar por qué no estoy tan entusiasmado con la idea… y no es que me haya topado con la famosa crisis del ser medio-burgués. Cursé dos años en Letras, me fumé en pipa cantidades cósmicas de cinismo, ejercité una indignación sólo igualable a la tempestad de un dios ciego. Y antes de eso estuvo el 2001 y fue una de las primeras veces que abracé a un amigo con lágrimas en los ojos y masticando una cosa peor que esos turrones que te rompen los dientes y no tienen gusto a nada. Ya sé que todo esto es una contradicción y tanto lo sé que seguro termino perdido en un bucle de contradicciones y a último momento voy a estar buscando un regalito, aunque sea algo chiquito, para todos, muy en contra de mi postura antimaterialista y pretendidamente sabia.
Así que capaz sí es crisis de medio-burgués. Uno que cada vez, años tras años, tiene menos plata para pasar las fiestas.

Entiendo con naturalidad que la navidad es triste. Antes era triste porque terminaba, porque nunca parecían suficientes mis intentos por sacarle el mejor provecho, siempre lo podría haber hecho mejor y me iba a dormir temblando de ganas de que todo volviese a empezar y era paciente en toda mi impaciencia. Ahora soy impaciente en todas mis pausas y la  navidad es triste porque empieza.
Como sea… no me quita el sueño la tristeza.

Respecto a los fuegos artificiales: durante años me divirtieron. Fui el tirador más veloz de cañitas voladoras de zona sur. Las disparaba al cielo, las disparaba en paralelo al asfalto, apuntaba a cosas. Era precavido, profesional y, por sobre todo, certero. Donde ponía el ojo ponía la cañita voladora. Con los fosforitos era más torpe y decidí alejarlos de mi vida cuando uno me explotó en la mano.
Después conocí los fuegos de verdad. Hacen mucho menos estruendo, pero arden mucho más tiempo.
Quiero decir: empecé a tomar en las fiestas y tuve mejores cosas que hacer.

Tuve tres días para armar el arbolito… y todavía no lo armé. Tres días. Hay más de tres ausencias si comparás una navidad de antes con una navidad de ahora. Capaz si pienso en la muerte es porque en la navidad se celebra un nacimiento. Estemos de acuerdo o no, el juego preponderante es armar la casita con los animalitos, ponerle los reyes, el ángel, la madre, el señor que va a tener que mantener al pibe toda la vida… ¿y el pibe que nace es Papá Noel, por eso su presencia en ésta festividad? No. Eso tendría sentido si quisiéramos tener una mínima línea de coherencia en las cosas… pero no queremos. Y el que nace no es Papá Noel.
Nace el hijo de dios, una y otra vez.
En el medio, chau a dos abuelos y una abuela. Y si querés sigo con la lista.
Abajo del árbol de navidad se produce un milagro. ¿Es el árbol de navidad el árbol de la vida? ¿Por eso el pesebre? ¿Para regar con la luz divina ese árbol generalmente muerto o de mentira y obligarlo a parir el fruto más prohibido de todos los tiempos: la esperanza en forma tonta e infantil?
Me doy cuenta ahora que la navidad fue la cosa que más compartí, por ejemplo, con mis abuelos que ya no están. Y cuando digo que la compartimos es de verdad. Ellos estaban ahí y yo estaba ahí.

Mis abuelos me regalaban libros de terror, siempre.

No sé por qué pienso en que todos terminamos siendo adornos de árboles de navidad. La idea no tiene mucho sentido y no sigue la línea argumental. Muchas de mis ideas son así, como Papá Noel.
El tema es que aún no armé el árbol de navidad justamente porque no quiero ver romperse sus adornos. Preferiría ahorrarme pasar por ese poético momento en el que las bolas rojas se conviertan en pedazos de algo esparcidos por toda la casa, lastimando si uno va descalzo. Sencillamente, no quiero. Y tengo gatos. Y estoy seguro que el árbol va a terminar tirado.
Todo esto va a pasar.

Pienso en un chiste: Jesús naciendo y todos felices y de pronto ¡PUM!
Un árbol de navidad gigante, proveniente de un universo superior o inferior o de otro universo y punto, acaba de aplastar a todos. Alrededor del árbol, sangre.
Las ramas empiezan a incendiarse, seguro por alguna fogata que iluminaba la precaria morada.
Me río solo.
Si no hubo sobrevivientes, ¿hizo ruido el árbol al caer?

Lo voy a armar en unos días.
Y seguro obtenga respuestas.

En navidad, más que nunca, la ausencia de respuesta es una respuesta.





85

MIENTRAS TODO LO DEMÁS SE MUERE



Hay bondis que sabés que no sólo te retrasan.
Hay bondis cuyas paradas son un desafío, porque no sólo está el tiempo en peligro. Hay un aura de ansiedad en el banco vacío, en el cartel descolorido… hay montañas de puchos, puchos de los de verdad y de los otros, esos que se pueden volver mentolados con sólo apretarles algo en el filtro, una maravilla de tecnología, hermoso, muy lindo, pero vos estás solo, seguís solo, esperás solo… otra vez sentado bajo ese número que ya empezás a confundir con una secuencia de divino carácter alquímico… porque algo que tarda tanto debe estar bueno, tiene que valer la pena, no puede ser que sólo signifique Pompeya o Valentín Alsina o cualquier otro destino, obvio que no, seguro, si un día te subís a la hora indicada y justo se alinea la cantidad precisa de pasajeros, si justo no hay otros vehículos que auspicien de testigos, seguro de pronto, después de pasar a más de 120 un semáforo en rojo, aparecés en otro lado, en un universo alternativo, en una realidad paralela, y te recibe el Rey de la Líneas con Demoras y te deja hacerle un par de preguntas o las que quieras, ya que esperaste tanto no nos vamos a poner en putos, te dice.
Y ahí te quiero ver. Ahí tenés que pensar rápido, tenés que ser ágil, separar lo importante de lo mundano, discernir cuáles conceptos son tan abstractos que tienen la capacidad de resultar contradictorios, preguntar de modo directo sin dejar de ser una representación universalizada de todo lo que te pasó y te pasa y te va a seguir pasando, obviar interrogantes sobre el amor, para no parecer tan novato.
Todo un tema decidir así de rápido cosas que podrían cambiarte la vida. Te reflejás en los lentes de sol espejados del Rey de las Líneas con Demoras, que espera tus palabras, sin apurarte, con algo que no podés saber si es resignación (para él sólo sos otro más) o confianza ciega (el no sabe nada de vos)… Ahí descubrís que los bondis que tardan mucho te estaban entrenando en el arte de focalizar los pensamientos.
Esperás. Esperás con la vista fija  en el horizonte. Esperás la luz. Esa luz. El bondi.
El bondi que sigue sin venir…
Porque hay bondis que uno tendría que aprender a ignorar… pero no. Hay un plan secreto debajo de la ingenuidad. Siempre hay un plan por debajo de la ingenuidad. Una necesidad. Un trauma no resuelto ligado a andá a saber qué ventanilla o que discusión o qué intercambio accidental de miradas. Toda una red de decisiones tomadas para que termine siendo necesario ir a sentarse a ese purgatorio, a las once de la noche, como si no supieras…
Hay bondis con los que te pasan cosas.
Bondis llenos pero cuyas paradas, te acabás de dar cuenta, siempre están vacías excepto por un único sujeto. Un Esperador solitario, ese que ahora sos. Porque una vez que sos un Esperador no hay otra cosa que puedas ser más que un Esperador. El Esperador ya no puede concentrarse en lo que venía leyendo, ya no se deja llevar por lo que está sonando en los auriculares. El Esperador… espera.
Un Esperador que se tambalea en la cuerda floja de la razón, que tiene sólo dos posibilidades: convertirse en un idiota o en un sabio. Un Esperador que tarde o temprano aprieta los puños y entrecierra los ojos y comprende que todo lo que tiene que hacer es darle vida al deseo… y algo se empieza a prender fuego en esas pupilas temblorosas por las lágrimas que implica el esfuerzo de crear lo que se necesita, porque eso de necesitar lo creado es una trampa y asumirlo te empuja a la próxima epifanía y no sabés si acabás de romper el mundo o sólo transcurrió el tiempo que tenía que transcurrir y justo justo justo en ese instante el resplandor azulado te congela los pensamientos…
El bondi.
¿Lo creaste vos?
¿Eso es lo que siempre venís a hacer acá solo?

Para cuando las puertas de esos bondis se abren delante tuyo vos ya estás volviendo de zarpado viaje.



~

jueves, 1 de diciembre de 2016

esa no es forma de decir adios




Crónicas de un desconectado (parte I)

Hace unos días se me rompió el celu. En determinado momento se apagó y luego quedó loopeando en la pantalla de inicio. Quedó sin poder salir del logo del fabricante. Quedó atrapado en si mismo, sufriendo una agonía que me dolió, que me dejó insomne, mirándolo en la penumbra del hogar, mientras mi novia dormía, mientras los gatos hacían lo que sea que hacen los gatos cuando todo está a oscuras: miraba el leve resplandor de la pantalla, luego el negro. Luego volver a empezar. Mi celular, ese del que siempre me desligué, ese del que nunca me hice cargo para demostrar que lo mío era una consecuencia y no una necesidad (esa necesidad imperiosa de no estar solos, esa necesidad descarada de no asumir que listo, ya fue, se nos fue todo de las manos), mi celular, del que nunca presumí porque no dejaba de darme una terrible y aburguesada culpa, mi “celu”, estaba dando sus últimas bocadas de aire…
Más de una vez me pregunté, durante esa noche eterna, si en vez de morbosear con su inminente y deshonroso deceso no debería seguir con los infructuosos intentos de darle esperanzas, presionando el botón de prendido/apagado, como si eso pudiera solucionar algo, como si eso pudiera hacer que las cosas fueran diferentes… decidí no hacerlo cuando, con terror, me percaté de que si hacía eso corría riesgo de agotarle más rápido la batería…
Y a eso se reduce todo: yo no avalaba el existir de mi celular, pero tampoco le deseaba la muerte.
Como un buen cobarde, coherente a mi proceder, no me hice cargo.
Lo dejé perecer.
A las 5.23 de la madrugada me quedé desconectado del mundo.
Pasó así:



Ninguna luz volvió a encenderse.

***

Crónicas de un desconectado (parte II)

Creo que a veces las personas somos como los celulares fallados.
Quedamos loopeando en el logo del fabricante.
No somos capaces de sacarle una postal al día, no somos capaces de empatizar con un pensamiento, para abolir, con la misma arrogancia, algún otro. No somos capaces de saludar a un desconocido. No somos capaces de hacer un chiste universal sobre nuestra apreciación personal del último capítulo de la última serie de moda.
Se nos arruina la batería.
No somos capaces de comunicarnos.
Un celular sirve, ante todo y por sobre todo, para comunicarnos.
Somos un celular roto.

“[los celulares] se llaman así porque transmiten en una determinada frecuencia de onda electromagnética dentro de una célula, que es una región geográfica de unos 30 km2, cubierta por una antena.

Las distintas células poseen un número fijo de frecuencias de transmisión diferentes, por lo que no se interfieren entre sí. Cuando un celular llama, se comunica con la célula más cercana, que le otorga una frecuencia libre al teléfono móvil y se establece la comunicación. Si el teléfono cruza la frontera entre dos células, devuelve la frecuencia anterior y toma una nueva de la célula en la que se encuentra.
Lo asombroso es que no nos damos cuenta de éste proceso, porque ocurre en ¡alrededor de 60 milisegundos!”.

Así lo describe Patricio Vargas Cantin (Magister en Física, P. Universidad Católica de Chile/ Dr. Recursos Naturales, Max Planck Institut fur Astrophysik, Alemania/ Departamento de Física/ Universidad Técnica Federico Santa María) en una página de internet que no sé si está buena pero tiene un diseño horrible.
Una página de internet muy poco visitada, me animaría a arriesgar.

El logo del fabricante es lo que somos cuando no encendemos nuestra capacidad celular: el contenido duro, la cáscara, la empresa desnuda sin capacidad de sacar rédito de su ficción de marca. Nos quedamos mostrando la cara, la forma, el marketing tras la persona que vendemos a diario. A veces quedamos así de estancados y desaparece la posibilidad de poder volver narrativo lo que pasa ante nuestros ojos.
Esa, en definitiva, es la enfermedad celular, la unidad anatómica de todos los organismos vivos: la enfermedad narrativa, ese algo pretencioso que va hacia el otro con violenta y genuina desesperación.

Me pareció tan buena idea que pensé en contarle a un amigo. A mi mejor amigo.
Así de buena me pareció la idea.
60 milisegundos después recordé que mi celular estaba roto y que la idea se iba a quedar conmigo a solas un rato más y que mejor me quedaba mirando la ciudad pasar por la ventanilla del bondi y que shhhh…
estás solo.

***

Crónicas de un desconectado (parte III)

La semana pasada nuestra gata cazó un bicho. Nos dimos cuenta porque se fue a un rincón y gruñía. Imaginamos que, como es habitual, se trataba de una cucaracha. Cuando le abrimos la boca nos dimos cuenta de que se trataba de una mariposa. La había herido de modo fatal, pero las alas aún indicaban que había espasmos de vida en su ser. 
“Matala, está sufriendo”, le dije con cobardía a mi novia. Ella me miró largo rato y luego me dio al pequeño animal, insinuando lo evidente: “si es tan fácil, matala vos”. 
Jaque mate. 
Dejé el agonizante cuerpo en el patio, en la maceta más linda, con las flores más coloridas. A la gata la retamos mucho, algo confundidos: es verdad que cuando la presa es una cucaracha no le hacemos tanto escándalo. Nos fuimos a dormir. Transpiré mucho. Tuve pesadillas que no recuerdo. 
Lo primero que hice al levantarme fue ir al patio. La mariposa no estaba donde la había dejado. 

De haber tenido mi celular hubiera sabido que esa noche Leonard Cohen había muerto. 
No sé muy bien por qué lloré. Pero lloré. En algún momento.


Cuando los del servicio técnico me dijeron “no lo pudimos hacer arrancar, no sabemos qué es” ni siquiera me conmoví.
De todos modos, la llamada me había llegado.






sábado, 26 de noviembre de 2016

de cuando te la aplican

BIOLOGÍA APLICADA



-A ver… es simple… mirá, cerrá el puño… miralo así, de costado, hacé de cuenta que ese es el ano del gatito, ¿me seguís?
Lo observé. Los lentes se le habían bajado un poco por el puente de la nariz y sus ojos me escrutaban sin ningún cristal poniendo filtro entre él y yo.
Suspiré y volví a mirar el ano ficticio que había formado con mi mano. Me resigné. Volvía a encontrarme en una situación ridícula. Y redoblaba mis apuestas, a ciegas, sin quererlo pero sin pausa.  Había generado un portal de mierda frente a mi cara… todo porque un veterinario pervertido había decidido empezar así su respuesta a mi inocente pregunta de cómo identificar el sexo de los gatitos que había tenido la gata que mi novia había levantado de la calle hacía una eternidad de diez días en el pasado.
Asentí. 
Él no pareció muy convencido pero, luego de echarme una mirada fugaz, como desestimándome, como si el raro fuera yo, volvió a su ano. Se acomodó los lentes y siguió.
-Bien. Al ano lo mirás bien de cerca, para hacer foco… es como cuando buscás pulgas… cuando hacés bien el foco sobre los pelos empezás a encontrar un montón de pulgas que antes no… acá igual. Hacé foco… no sé cómo explicártelo mejor… -volvió a mirarme inclinando la cabeza, creando nuevamente una rampa para sus lentes que, por lo visto, estaban teniendo la mañana más divertida de su existencia, subiendo y bajando, subiendo y bajando-. Es muy importante lo del foco. Porque si no hacés foco no te vas a dar cuenta jamás del sexo del gato…
Asentí, poniendo especial esmero en parecer involucrado con la causa de hacer foco.
-Puedo usar una lupa –propuse con un entusiasmo nato e idiota que tengo de siempre ser un buen alumno en las ridiculeces de la vida.
-No, no, no, no… -movió la cabeza con una violencia que me pareció sobreactuada. Estuve a punto de desarmar mi ano e irme. Pero él seguía con el suyo firme y casi me pareció un desafío quedarme en el lugar, con los dos kilos de comida y la bolsa de piedras sanitarias ya empezando a pesar en la otra mano-. Lo importante es ver bien todo el contorno del ano, no verlo agrandado y nada más… no hace falta agrandarlo…
Ya no asentí, pero le sostuve la vista, como un caballero. Él, que ya se notaba que me subestimada de modo grosero pero que a la vez traslucía una mínima esperanza hacia mi capacidad de poder interpretar sus indicaciones sobre cómo descubrir la presencia de un pene o una vagina, miró para la derecha, hacia los consultorios, y me hizo un gesto, para que me acercara.
Ya no había vuelta atrás, me acerqué. Nuestros anos casi se chocaron.
Su voz se convirtió en un susurro.
-Un amigo se volteó un traba una vez… sin saber que era un traba, ¿eh? ¿Entendés? No hay nada de malo en voltearse un traba… pero si no sabías que era un traba es todo un tema… él se dio cuenta pero ya estaba en el baile… y listo, a bailar... –se me acercó otro poco. Los anos a dos centímetros. Se pasó la lengua por los labios antes de seguir-. La moraleja es que no sólo hay que tener los ojos abiertos: hay que saber enfocarse. Una vez enfocado, sí, hacé de tu culo un pito si querés…
Se incorporó con rapidez, al tiempo que una de las puertas se abría. Nuestros anos se desarmaron, como culposos. Nos paramos rígidos y con sonrisas tontas frente a una chica de unos veintitantos años que nos estudió durante unos breves segundos y luego levantó unas planillas que traía en las manos.
-Doc, la perra de los Rodriguez está lista para la castración…
El veterinario abrió los ojos de par en par, como si se hubiera olvidado de la presencia de la perra de los Rodriguez.
-Muy bien, muy bien…
Con gesto apurado me dio la mano y me dijo que era un gusto, que muy bien de mi parte levantar gatas de la calle. Luego le dijo a la chica que me explicara cómo diferenciar a un macho de una hembra. Lo dijo así, y lo dijo como guiñándole a ella un ojo con las palabras.
Me sentí mal. Y peor me sentí cuando caí en la cuenta de que, en el saludo final, habíamos entrelazado nuestros anos.
La puerta se cerró tras el “doc”.
Luego, la chica de veintitantos tomó la mano que aún no había superado el trauma y la apretó entre las suyas:
-Los gatos cogen mucho. Son muy sensuales aparte de sexuales. Y capaz que a tu gatita la agarró más de un gato… es probable que los gatos que tengas no sean todos del mismo padre… las gatitas de la calle suelen ser muy promiscuas… Y los gatos de la calle un poco obstinados– habló con dulzura-. Pero a vos te interesa el sexo, ¿no?  
Sin apuro pero con convicción, llevó mi mano hasta su entrepierna.
Se puso seria. Las palabras me cayeron con una importante gravedad agregada.
-Si abajo del ano ves una rayita es una gata… si ves algo como un punto es un pene. Cuesta verlos. Porque capaz que los gatos son la prueba de que el tamaño no importa… ¿Acaso no escuchaste a una gata gemir, alguna vez? Uf. Es una fiesta. Los gatos se re enfocan a la hora de garchar... Imaginate si se hicieran la paja con la misma intensidad...
Pude notar todo el brutal latir de su erección.
Esa mañana, en esa veterinaria, se me llenó la mano de preguntas.


***


viernes, 25 de noviembre de 2016

APRECIACIONES LIBRES SOBRE EL PUNK, LAS DROGAS y JESÚS





-¿Qué me trajiste?
-Un chiste que se va de las manos.
-Ahhh… qué lindo…
-Es que escuché que querías un chiste y pregunté en la tienda de chistes sobre el chiste más popular entre los chicos de tu edad y bueno… me dieron ese…
-Ah, sí… eh… gracias.
-De nada, de nada… te lo merecés.


EL PUNK y LAS EXCUSAS

Las bandas contestatarias no tienen la culpa.
No es que se estancan.
Lo que pasa es que el mundo se acelera, se hace cada vez más punk… y al final era mejor frenar en lugar de seguir corriendo.
Quedarse quieto y mirar cómo el mundo pasa, una y otra vez.
No digo que yo esté de acuerdo.
Tampoco me parece mal.
Además, la imagen del cadáver bonito se opone conceptualmente a la idea de persistencia.
Persistir a veces no es siempre golpear, sino que también golpear siempre en el mismo lugar.

La clave es la repetición: SIEMPRE.

Y a eso se le llama “causa”.
(de “religión” hablaremos más adelante)

*

Si el punk más genuino ahora me parece un poco superficial no significa que el punk o yo estemos mal.
Significa que el punk a veces siempre va a ser punk y yo estoy feliz si mañana alguien puede sentir lo que sentí yo. O que pueda sentir. Y listo.

Y nótese que creo en la existencia de un punk genuino. Creo que todo puede ser genuino o no serlo. El punk por sobre todo. Porque me lo enseñó el punk.
¿Qué cosa con más aspiraciones de pureza y autenticidad que el punk?
Que tenía que dejar de escuchar ciertas bandas punks también me lo enseñó el punk.
No pasan ni dos apreciaciones que el punk ya te está enseñando algo.

Intenso.
Genuino o superficial.

*

Para terminar la trilogía de análisis incompleto y subjetivo del punk (por eso mismo análisis punk) quisiera aclarar que creo con descarado romanticismo que el punk se trata de no estar solo.
El punk es pandilla.

El punk es como una voz en la cabeza.
Algo parecido a “no sos el único”
… y te quedás con la vista clavada en la nada, recontra prendido fuego por el milagro de la eterna empatía.


*

LA DROGA y LA AMISTAD

Me imagino que los apodos de las drogas los inventan los dealers.
Si los inventaran los adictos sería un despelote.
Cada uno le diría a la droga como le pintara y, peor aún, cada uno olvidaría cómo la bautizó con anterioridad.
El dealer, en un punto, asume zarpada responsabilidad. Porque no podés decir lo que se te venga a la mente y pretender que se te entienda.

La misma relación dealer-adicto aplica a amigoquetodavíanoselapuso- amigopuesto.

Todo se resume a: necesito un tiempo para decodificarte.

PD: el tiempo es VIDA. 
                                   
Aguante drogarse de vida.

*

Toda persona que se inicie en un estado de droga-amistad con otra (estado en el que siempre que se juntan las partes ambas están drogadas y/o se drogan) debería sentirse libre de poder contarle a su interlocutor en qué momento justo empieza a sentirse droga-amistada.
Porque las cosas hay que hablarlas.
Porque sino producen enajenación y otro montón de cosas feas.

Entre ellas, que se separe una banda… por ejemplo.

*

Nunca voy a saber si lo que me dijo ese día tenía sentido.
Dije que sí.
Y guardé el secreto.
A veces, y por las dudas, una dósis de mentira es igual a una dósis de verdad.

*

JESÚS y EL ROCK

Un montón de punkys quiebran y siguen sin creer en la iglesia pero re bancan a Jesús.
No es la primera vez que el rock salva a Jesús.

Todos somos demasiados buenos.
Ese es el problema.
Nadie es malo.
Es así de simple.

Malo es sólo una apreciación.
Y Jesús y el rock viven de las apariencias.

*

Ayer entendí la culpa.
Hoy entendí el agradecimiento.

Estar agradecido, no sólo por lo que uno no llegó a romper sino por lo que no se llegó a romper por capricho mismo del destino.
Eso es un montón de equilibrio.
Re místico.

Aceptalo.

Si no lo aceptás no lo podés cambiar.

O te come el ayer.
La culpa.

Entendelo.

Antes de comer damos las gracias, tomados de las manos, con los ojos cerrados, como una tribu que, bajo la supuesta presencia de una divinidad, da rienda suelta a la más concreta de las sinceridades: a pesar de que nunca dejé de ser el culpable, no tengo idea de cómo es que hoy todo llegó a donde llegó.

Me siento lleno de todo.
De nada.   

*

Jesús no sólo no se mató a los 27, sino que, teniendo en cuenta la época en la que nació, vivió bocha de tiempo.
No era como ahora, que a los 30 recién te estás mudando de lo de tus viejos.
Estaba viejo y cansado.
Eso es algo de Jesús que siempre nos encanta ignorar: no fue ningún punk.

Y jamás sabremos si sus amigos y él no estuvieron todo el tiempo re drogados y flasheando cualquiera.  


***



espejito-espejito

Dale a una persona un juego y una respuesta dada vuelta al pie de página y preferirá girar el cuello a tratar de divertirse.
***
Nos aburrimos mucho porque somos demasiado ansiosos. Superamos los desafíos pero todavía no entendimos el chiste. 
Da la sensación de que no nos interesa el contenido. 
Garpa más la conclusión siempre rígida, jamás maleable, no quedarse atascado atrás de ningún concepto, ser intrépido y tenaz en el arte de esquivar a toda velocidad. Y la velocidad es porque queremos que alguien nos siga, porque es nuestro modo de seguir a alguien. Seguir no es lo mismo que acompañar, por si no se entiende. Corremos porque sino habría que intentar llenar la vida de pensamientos y no de estrategias. 
¿Y qué clase de loco podría elegir pensamientos en lugar de estrategias? 
La estrategia es simple: no hay más tiempo, giremos la cabeza, veamos la respuesta, desarticulemos la magia, si total, muy adentro, sabemos que esto, esto que está pasando ahora y acá, es sólo un espejismo creado por el calor de las letras reflejadas en el desierto cerebral… 
pasemos a lo que sigue, a lo que sigue…

Si en serio pensás que todo vale tan poco deberías también haber llegado a la conclusión de que no te sirve de nada ser tan capo en un mundo donde el más capo sos vos… ¿No te diste cuentas de que corrés rumbo a la nada porque para vos el horizonte es eso: nada? 
¿Mirá si en lugar de haber girado la cabeza con tanta ambición tonta llegabas hasta acá y recién ahora yo te daba el “ok”, después de toda esta intro, para que, ahora sí, gires la cabeza y se resuma en vos lo que vengo tratando de decir?
Hubiera sido diferente. Lo único que necesito para tener épica en vez de parecer un boludo es que me den una página de argumento. 
Es un truco que parece fácil, pero no lo es. 
Ahí va…

(gracias posta si te la bancaste hastá acá sin haber hecho trampa… me resulta muy emocionante que hayamos superado la barrera de la estrategia y nos hayamos mirado a los ojos así, diciéndonos cosas mientras en realidad le hablábamos al que no está… En fin: girá la cabeza, a vos no te voy a mentir)




martes, 1 de noviembre de 2016

fiel y sin censuras



El Asesino de Mascotas es un cuento de terror para niños de la década del 80 que se volvió de culto y objeto de investigación de varios letrados a razón del misterio que implica la identidad de su autor (algunos hablan de algún famoso escritor ocultándose en el anonimato, otros hablan de un vagabundo y una carta de suicidio, entre muchas otras, casi siempre infundadas, teorías) y por el hecho de que junto con la historia se popularizó la idea de que la misma incluía, en su versión original, dibujos que son descriptos como “simples pero tenebrosos… salvajes e infantiles”.

No hay registro real de un ejemplar que incluya los supuestos y perturbadores dibujos, lo que no ha prohibido que muchos artistas, a lo largo del tiempo, ilustraran la oscura narración, muchos de ellos acusando un estado de trance y especulando, quizás, con los rumores acontecidos para alcanzar algo de popularidad.

La versión que sigue es la que se considera como “fiel y sin censuras”.
Para escapar a la controversia se presenta el cuento sin ilustraciones.

Quedará en cada cuál imaginar las secuencias con la inocencia y la brutalidad pertinentes.


***

EL ASESINO DE MASCOTAS
(versión fiel y sin censuras)


Tuvo una pesadilla con el Asesino de Mascotas.
En la pesadilla, el Asesino de Mascotas vivía en la fábrica abandonada que había junto a su casa.

Despertó y Buki no estaba aullando, a pesar de que eran sus aullidos los que habitualmente lo sacaban del sueño.

El nombre “Asesino de Mascotas” se lo puso él: era una especie de hombrecito con rasgos de viejo y patas de cabra.

No más de un metro cincuenta de alto. Cocinaba perros en una gran cacerola.

El Asesino de Mascotas dejaba que los gatos se desangraran, colgados de árboles esqueléticos propios de un cementerio embrujado.

“No son perros y gatos cualquiera”, se había dicho Esteban en la pesadilla, “…son los perros o los gatos de alguien. Son mascotas…”.

Supo, con terror, que ese bicho horrible mataba animales sólo para causar un dolor en sus dueños.

Si Esteban no hubiera tenido 12 años hubiera sacado una conclusión referida a que el concepto de “dueño” es sólo un arma de extorsión. O algo así.

Como Esteban tenía 12 años optó por la decisión más romántica. Decidió ir a salvar a Buki. 

No le importó lo que le pudiera pasar o sus padres o estar volviéndose loco.
Fue hacia la fábrica abandonada.

Cruzó la casa a oscuras, se escapó a la fría noche, enfrentó las luces amarillentas de la calle.
Todo lo hizo descalzo, en pijama.

La fábrica le guiñaba un ojo desde su ventana rota. Las chapas por las que espiaba de día parecían menos duras, menos peligrosas.

Todo tenía un tinte espectral, todo parecía sensible al menor soplido, todo podía derrumbarse.

Esteban, por primera vez, empujó la chapa.
Ocurrió lo que siembre había sospechado: la fábrica abandonada se abrió.

Rememoró primaveras sentado desde el cordón de enfrente…
Rememoró el miedo.
Rememoró preguntas.
Cruzó el portal.

Estar adentro era un poco como estar afuera.
Parte del techo había desaparecido.


La Luna, testigo morboso de todo. Luna pervertida, borracha, horrible, enajenada.
Comiendo pochoclos.
Esperando el final.

El pasto largo, casi hasta la cintura. Rocío de madrugada. Chirridos. Insectos.
Botellas de cerveza, jeringas.
Símbolos raros.
Forros usados.

Un niño de 12 años con determinación siempre es un héroe.
No dudó.
Su sombra se estiró detrás de él.

La oscuridad lo hizo grande.

Aunque hay que admitir que su voz fue temblorosa cuando dijo, por lo bajo: “¿Buki?”

Se agachó y recogió una rama que había en un pequeño fragmento de tierra seca sin vegetación.

Levató la rama y dijo, con más énfasis: “¡BUKI!”.

A Buki le encantaba jugar con ramas. Lo habían adoptado cuando Esteban había cumplido cuatro. Todos sus recuerdos involucraban a Buki.

Buki había sido abandonado en la puerta de la fábrica, que para ese entonces también ya había sido abandonada.

A la fábrica la habían abandonado hacía mucho.
Habían perdido plata, se había muerto gente.

La gente solía tirar basura en la puerta de la fábrica abandonada. Basura y animales recién nacidos o muy viejos.

A Buki lo habían encontrado recién nacido.
Buki estaba viejo.
“¡Buki!”
Buki no acudió al llamado.

Esteban se giró sobre sí y se encontró al Asesino de Mascotas.

Gritó, asustado.

Un golpe y recordó la vez en la que Buki se había escondido en su mochila y todos se habían asustado.

Otro golpe y recordó su primer caminata a la plaza sin un adulto, llevando a Buki consigo.
Sentirse mayor y sentirse cuidado.

Buki durmiendo en su habitación, Buki bajo la mesa chupándose el pito, con esmero y dedicación.

Buki aullando por las noches, con dolor.
El veterinario y un diagnóstico que Esteban no llega a entender.
Papá y mamá abrazándose, con ojos llorosos.

Un aullido.
Un aullido que era de dolor. 
Dolor que no era de Buki.

Luego un silencio.
Un silencio profundo.
Silencio de noche.
Silencio de estar dormido.

Buki ya no está.
El Asesino de Mascotas yace muerto.
Esteban respira agitado, con sangre en el rostro.

Vuelve a pensar en el veterinario y, aunque sigue sin entender, sabe que hizo lo
correcto: “para que no sufra hay que dejarlo ir…”.

“Escapate, Buki…”, piensa, tembloroso, con la vista clavada en la nada: “Ningún monstruo te va a llevar esta noche”.

“Te voy a extrañar”.

Supo la fábrica abandonada, con algo de tristeza, que Esteban ya no volvería a sus misterios del mismo modo que muchas otras cosas habían dejado de volver.

“Siempre te voy a recordar”.

Supo Esteban que nunca saldría de ese lugar.

Alguien, con amor, se había adueñado de su rabia interior.



*

miércoles, 19 de octubre de 2016

vas a cobrar

EN EL MISMO LUGAR


 *

Segundo día consecutivo que paso la mañana en un banco. No un banco de plaza, un banco de esos con máquinas expendedoras de dinero. Igual sí, primero me quedé un rato en la plaza más cercana. Respiré hondo, me preparé para pasarla mal. Ayer fue horrible. Hoy fue peor. Me sentí atrapado, me sentí estúpido, me sentí observado, me sentí manipulado, me sentí rodeado. Todo eso y pobre, porque me quedé sin cobrar. Sigo sin cobrar.

 “¡Vas a cobrar!”, decía mi vieja cuando yo me portaba mal.
Es lógico que cuando no cobro me den ganas de  portarme no muy bien que digamos.
Es psicológico.
La figura de la madre y la figura del banco son la misma cosa, el mismo portal sangriento puesto en natural oposición: el primer hogar propio contra las deudas que genera un monoambiente choto.
Naturaleza misma del capitalismo.

“Andate a la concha de tu banco” y “el puto banco que te parió” deberían ser insultos válidos.

*

La mañana de hoy fue fresca. En un momento, mientras intentaba tranquilizarme, se me erizaron los pelos de la nuca… mi primer suposición fue que el miedo estaba actuando sobre mí. Después me di cuenta de que se había levantado viento.
Miedo y frío.
Son cosas que a veces se confunden.

En la primavera el miedo persiste, el frío no se va.

Entré al banco. Hice tres veces mal la cola. Todo después de haber hecho las estúpidas preguntas de rigor: “disculpame, ¿la cola para preguntar dónde se hacen las colas es acá?”.

Hay gente que a veces, sin querer, explica todo mal. A esa gente la contratan en los bancos para que se paren por ahí y pongan cara de que trabajan en el lugar. Entonces uno les pregunta algo y ellos hacen su gracia.
Siempre sale bien: es decir, mal.  

Me aferré a la mochila y empecé a hacer un recorrido visual veloz por el lugar, sin detenerme en nada, pero al acecho, mostrándome alerta. Estaba paranoico. Adelante mío había más de cincuenta personas. Y la cosa avanzaba con lentitud. Un sonido tipo ding-dong y nosotros dábamos un paso.
Junto al ding-dong un número aparecía en una pantalla de leds. El número indicaba a qué caja tenías que dirigirte. Una pavada. Recorrido fácil.
Ratitas psicológicamente destrozadas, condicionadas.
Ratitas en busca de queso.

*
Al tercer o cuarto ding-dong, es decir tres o cuatro adormilados pasos después, mi cabeza empezó a correr en círculos, desesperada:

Banco. Estructura de mentira dentro de edificio histórico, de histórica y sólida catedral. Babosa dentro de casa-caracol. Banco. El banco son paneles. Todos paneles. Uno al lado del otro. Paneles. Una cosa miserable. Nunca paredes. Ningún lugar en el que apoyarse. Te apoyás y se cae. Todo. Pilas de papees. Papeles que sabes que ya nadie va a leer. Como los carteles en los paneles. Cosas que anuncian cosas que ya pasaron hace rato. Como los graffitis en la calle, a nadie le importan. Envejecen y se los come el tiempo. Los paneles del banco quieren ser paredes, pero son chetas y nacieron así, con el corazón ortiba. Un banco no puede mantenerse en pie. Resoplás, frustrado, y parece que todo podría desmoronarse… aunque es probable que el que se esté desmoronando seas vos. Hipotecas, morosos, préstamos. Caras de incertidumbre, techos altos, risas que salen de algún lado, alerta de hospital y seguimos avanzando por laberintos hechos con cadenas de mentira. Laberinto zig-zag. El cebo es efectivo. Literalmente: el cebo es efectivo. Blanca pulcritud, blancos los bigotes de los rostros amarillentos que a veces se dejan ver. Pura perversión de perfumes caros que huelen grasa. Rostros ajetreados, agujereados, algo más que envejecidos. Rostros que se van a esfumar con el primer viento… polvo apenas condensado en figura humana. El primer viento va a dejar al mundo sin evidencias de lo que era un banco. Imagino papeles de colores lloviendo en una danza hipnótica. Los papeles de colores que hoy vinimos a buscar. Lluvia de próceres, idealistas, animales, todo junto. Cuánta vulnerabilidad. Un único viento. Uno no necesariamente fuerte sino que constante… Uno que termine empujando para finalmente lograr que…

DING DONG.

*

El tipo de adelante no se movió. Se quedó duro en el lugar.
El pánico se apoderó de mí, con un morboso cosquilleo en la panza de la curiosidad. Mariposas terroristas zumbando adentro de las tripas. “Ya está”, pensé, “se cansó… Ahora saca un arma y nos mata a todos…”. La imagen se vestía de surrealismo en mi cabeza: la sangre era brillante, los movimientos de la violencia poéticos en niveles desorbitantes.
“¿Quieren cobrar? Ahora van a cobrar”. Imaginé esas palabras en la boca del posible loquito, me imaginé a mi mismo susurrándoselas al oído, como un regalo por liberarnos a todos del infierno, como homenaje encubierto a mi vieja. Todo un cámara lenta, toda una humanidad volviéndose un bosquejo de si misma, una pintura rupestre luego estudiada por generaciones extraterrestres futuras; explicaciones en los museos del fracaso: “esto de acá representa a un ser vivo que se da cuenta de que todo lo que está haciendo es ridículo… saquen sus propias conclusiones…”.

Otro ding dong.
Los murmullos a mi espalda se intensificaron, mi corazón se aceleró.
El loquito se dio vuelta y pude ver su rostro: unos cuarenta años, bolsas bajo los ojos, barba en forma de púas. El rostro de la tragedia, el rostro vengador, el rostro masacre, el rostro que ocuparía las primeras planas de todos los diarios, rostro que aparecería en los noticieros, rostro que se completaría con alguna biografía exagerada… rostro de un tipo que mataba hormigas de chiquito, rostro de un tipo abusado por su padre, rostro de adulto con niño interno de padres divorciados, rostro de fuma porro, de nihilista, de oficinista ejemplar…
Toda la atención desviada. Nadie hablaría nunca del banco, ni yo podría hacerlo, dado que ya me suponía como primer y orgullosa víctima…
No me importó.

*

Antes del próximo ding dong, justo antes de que los murmullos empezaran a mutar en insultos, el tipo me dirigió una fugaz mirada y salió de la fila. Seguí su paso apurado y torpe, estirando el cuello.
“¿Te cuido el lugar?”, pregunté, sin proponérmelo.
No se volvió a girar.
Una vieja conchuda me metió un codazo para que avanzara.
Avancé, aturdido y decepcionado.

El loquito no volvió.
Ding dong tras ding dong llegué a la caja donde me informaron que faltaba que me registrara en no sé dónde, haciendo no sé cuál fila.
“Ya fue, vuelvo mañana…”, le dije a la mina de aros gigantes y bronceado ficticio.
No me dijo nada, no se solidarizó, no me dijo que lo lamentaba.
Apretó un botón.
Ding dong.

*

Salí ahogado, respiré llenándome los pulmones. Gasté mis últimos pesos en un paquete de cigarros, medio sin saber qué otra cosa hacer.
Caminé hasta la plaza.

El loquito estaba sentado en el mismo banco en el que yo me había sentado por la mañana. Me percaté de que era él cuando ya estaba cerca y me pareció de mal gusto cambiar de rumbo a pesar de que eso quería la parte de mí que empezaba a desintoxicarse de la presencia de otros humanos, mientras no dejaba de dar pitada tras pitada a mi tubito de cáncer.
Me senté a su lado.

“No vuelvas mañana…”, soltó, sin mediar saludo.  “¿Cómo sabés que tengo que volver mañana?”. “No vuelvas”. Me animé. No me animé a mirarlo a los ojos pero me animé: “¿Vas a hacerlos cagar fuego a todos?”. Pareció pensarlo un rato largo. “¿Estás loco, vos?”. Me quedé en silencio. No supe cómo explicarle que el loquito era él. “No vuelvas”, siguió, con tono monocorde. “No te van a pagar. No te van a pagar mañana ni nunca. Si les seguís la corriente vas a terminar viviendo en ese banco…”. La idea me pareció espeluznante: “No quiero vivir en un banco…”.
Nos miramos. Ahí sí nos miramos. Nos miramos fuerte, más que fuerte. No sé qué pensó él, pero yo pensé en mañana, en mi mañana, en todo el mañana.
“¿Tenés una moneda?”.
Luego, otra vez el viento, llevándose lejos la posibilidad de una respuesta.


***


sábado, 10 de septiembre de 2016

señorita muerte

VILLA FALLECER 




Hace un rato vi un video en el que un tipo se muere de verdad. No me impactó la muerte en sí. Me impactó saber que los que yo había visto habían sido los últimos segundos de vida de ese tipo. Segundos estúpidos, carentes de visiones, carentes de una despedida con trompetas de ángeles rubios saludando. Segundos que podrían haber sido otros segundos. ¿O no? Miré el video en el que un tipo se muere más de seis veces, muy a mi pesar. Juró que lo sufrí una vez más que la otra. No es morbo. No es masoquismo. Me dolió. Murió mi estupidez con cada nueva reproducción. Cada vez que el estúpido muere estamos más cerca de la muerte. Yo, hoy, avancé un montón de casilleros. Sí, ya había visto muertes reales en la web. Hoy sentí la muerte de un desconocido con una fuerza avasalladora. Como nunca. Me hice mal a mi mismo mirando eso. Seis veces. La muerte idiota. La muerte como maldición, nunca como recompensa. La muerte que viene y a la que no le importa si ese día ya había pasado otra cosa importante. Porque no sos importante. ¿Sabés qué son las efemérides? Nuestro manotazo de ahogado. Un segundo y estás muerto. Muerto en un calendario. Muerto en un ciclo. Vas a morir y va a pasar un día después de tu muerte… después van a pasar dos o tres semanas. Después nadie va a medir el tiempo en relación a tu muerte. Vas a ser un video tonto con no sé cuántas miles de reproducciones. Asimilación. Registro monótono de la ausencia de épica. Es como un: “a veces no morís, a veces sí”. Ni siquiera es tan dramático. Porque el problema no es la vida. Mucho menos la muerte. Tu muerte no es nada. En el mejor de los casos, una efeméride, una foto que sobrevive. El problema es la conciencia, la sabiduría adquirida de que lo transcurrido siempre es tiempo, que eso se gasta de modo inexorable, que por eso hay que tratar de sacarle algún rédito, porque sucederá, queramos o no. La idea es clara y perturbadora: si quiero que mi muerte quede grabada me conviene tener siempre una cámara prendida. Se trata de eso. De morir de mentira hasta que suceda de verdad. De morir en una pantalla. Capaz para eso grabamos todo. Para que algún día quede registro de todo, para que un día selfies, informes berretas de noticieros berretas, videos de youtube, estados de facebook, tweets, desayunos de instagram y todo lo demás generen un espejo rotundo de la realidad en toda su complejidad y nos quedemos congelados en la milésima de existencia en el que todo permanece vivo: nos hagamos, sin vueltas, pura ficción. Eternos, como una peli… Eso: capaz que algún día todos contemos la misma peli. La vida del Planeta Tierra. En una foto. Como si en vez de un mundo fuéramos un barrio chiquito. Un mapa. Las líneas de la mano del Universo. Un futuro. Villa Fallecer. Una pausa sin muertes.
Una muerte en pausa.


El resto es… ¡ACCIÓN!