domingo, 11 de diciembre de 2016

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MIENTRAS TODO LO DEMÁS SE MUERE



Hay bondis que sabés que no sólo te retrasan.
Hay bondis cuyas paradas son un desafío, porque no sólo está el tiempo en peligro. Hay un aura de ansiedad en el banco vacío, en el cartel descolorido… hay montañas de puchos, puchos de los de verdad y de los otros, esos que se pueden volver mentolados con sólo apretarles algo en el filtro, una maravilla de tecnología, hermoso, muy lindo, pero vos estás solo, seguís solo, esperás solo… otra vez sentado bajo ese número que ya empezás a confundir con una secuencia de divino carácter alquímico… porque algo que tarda tanto debe estar bueno, tiene que valer la pena, no puede ser que sólo signifique Pompeya o Valentín Alsina o cualquier otro destino, obvio que no, seguro, si un día te subís a la hora indicada y justo se alinea la cantidad precisa de pasajeros, si justo no hay otros vehículos que auspicien de testigos, seguro de pronto, después de pasar a más de 120 un semáforo en rojo, aparecés en otro lado, en un universo alternativo, en una realidad paralela, y te recibe el Rey de la Líneas con Demoras y te deja hacerle un par de preguntas o las que quieras, ya que esperaste tanto no nos vamos a poner en putos, te dice.
Y ahí te quiero ver. Ahí tenés que pensar rápido, tenés que ser ágil, separar lo importante de lo mundano, discernir cuáles conceptos son tan abstractos que tienen la capacidad de resultar contradictorios, preguntar de modo directo sin dejar de ser una representación universalizada de todo lo que te pasó y te pasa y te va a seguir pasando, obviar interrogantes sobre el amor, para no parecer tan novato.
Todo un tema decidir así de rápido cosas que podrían cambiarte la vida. Te reflejás en los lentes de sol espejados del Rey de las Líneas con Demoras, que espera tus palabras, sin apurarte, con algo que no podés saber si es resignación (para él sólo sos otro más) o confianza ciega (el no sabe nada de vos)… Ahí descubrís que los bondis que tardan mucho te estaban entrenando en el arte de focalizar los pensamientos.
Esperás. Esperás con la vista fija  en el horizonte. Esperás la luz. Esa luz. El bondi.
El bondi que sigue sin venir…
Porque hay bondis que uno tendría que aprender a ignorar… pero no. Hay un plan secreto debajo de la ingenuidad. Siempre hay un plan por debajo de la ingenuidad. Una necesidad. Un trauma no resuelto ligado a andá a saber qué ventanilla o que discusión o qué intercambio accidental de miradas. Toda una red de decisiones tomadas para que termine siendo necesario ir a sentarse a ese purgatorio, a las once de la noche, como si no supieras…
Hay bondis con los que te pasan cosas.
Bondis llenos pero cuyas paradas, te acabás de dar cuenta, siempre están vacías excepto por un único sujeto. Un Esperador solitario, ese que ahora sos. Porque una vez que sos un Esperador no hay otra cosa que puedas ser más que un Esperador. El Esperador ya no puede concentrarse en lo que venía leyendo, ya no se deja llevar por lo que está sonando en los auriculares. El Esperador… espera.
Un Esperador que se tambalea en la cuerda floja de la razón, que tiene sólo dos posibilidades: convertirse en un idiota o en un sabio. Un Esperador que tarde o temprano aprieta los puños y entrecierra los ojos y comprende que todo lo que tiene que hacer es darle vida al deseo… y algo se empieza a prender fuego en esas pupilas temblorosas por las lágrimas que implica el esfuerzo de crear lo que se necesita, porque eso de necesitar lo creado es una trampa y asumirlo te empuja a la próxima epifanía y no sabés si acabás de romper el mundo o sólo transcurrió el tiempo que tenía que transcurrir y justo justo justo en ese instante el resplandor azulado te congela los pensamientos…
El bondi.
¿Lo creaste vos?
¿Eso es lo que siempre venís a hacer acá solo?

Para cuando las puertas de esos bondis se abren delante tuyo vos ya estás volviendo de zarpado viaje.



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