sábado, 10 de octubre de 2015

stand by me

SOBRE LOS BENEFICIOS DE CONVERTIRSE EN LA PARADOJA
(o: “de por qué se recomienda tener un mejor amigo”)



La vida es esa película que decimos que es nuestra favorita, que supimos que fue nuestra favorita, que no puede ser otra cosa más que nuestra favorita. Una película que sabemos que en realidad no recordamos tanto, porque de ella sobrevivió lo que sólo se podía consumir una vez antes de perder pureza: sobrevivió la intención. La vida es como esa película favorita: intención en su máxima expresión.

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La amistad es algo que siempre se mira para atrás, siempre es el “no volví a tener amigos como los de los 12” de la peli “Stand by me”, porque la amistad conforma ese tiempo perdido que es el presente, el presente más continuo, no el que se vive, sino el  que se recuerda en el momento.

La amistad es un fotograma que resulta epifánico y sagrado, la más conservadora de las rebeldías, la rebeldía genuina, no la que rompe un esquema, porque eso es suicida, sino la que primero se entiende como síntoma del modelo a cambiar y por entenderse gira sobre sí misma y su giro es tan orgánico que nadie lo duda, nadie lo sospecha, nadie nada: es un momento de los que suceden cuando no estás esperando algo tan genial, porque te basta con la imaginación: siempre ganás vos… la amistad siempre es un momento crucial donde la realidad puede meter la cola y tenés un testigo de vos, otro, y capaz que en serio a eso se reduce esto de estar vivo. Es un momento violento, queda claro que la amistad es un virus, un ente invasor que carcome a la raza humana que alguna vez supo de ella. Ya nunca saberse más nada.

Nada más para saber: la amistad siempre se mira para atrás, porque cualquiera puede esperar cosas del amor, exigirle al amor, exigir amor, pero la amistad es más espontánea, por eso nadie piensa en generar un amigo: uno busca enamorarse, la amistad a veces existe porque sí, y sí, es estar enamorado de un modo que no sabías: el modo de amarte, tanto como para confiar en que podés sostener la ilusión ajena. Un amigo, otro, es un poco hacerse cargo del mundo. Y la rutina y las cosas que no sabías que podían llegar a volverse aburridas. Sí, siempre podemos encontrar nueva diversión, pero en un momento nos divertimos sin estar buscando nada y fue tan puro que trajimos cómplices y mirá lo que pasó: al cómplice le salieron ganas de hablar y darle forma tangente a nuestra forma y la forma que nunca vamos a ser.

La amistad siempre se mira tan para atrás que termina reflejando un futuro. La amistad es una paradoja: algo que nunca existe un segundo después: siempre es. Como una peli que te gusta mucho (onda “Stand by me”) y se permite nunca repetirse en tu cabeza. Como un milagro cuyo milagro es saberse milagro. Como una peligrosa conciencia al cubo, porque en realidad ningún milagro vale menos por ser uno de tantos milagros. El milagro siempre es milagro. Imaginate ser consciente de eso.

Por eso la amistad se mira para atrás: la amistad te mira. Decodifica en veloces ecuaciones de nostalgia y fé todo el hilo conductor de momentos de solemnidad, solemnidad de uno contra otro, que de un momento a otro se ven y miran lo mismo: lo que se proyecta en la cabeza del otro, y verse así, de frente, es tener siempre un pasado en una cabeza que no tiene problemas en reproducir el suceso: el suceso divino de la amistad, que como toda religión tiene a su mártir, el amigo imaginario asesinado, corriendo por las venas a la velocidad de la luz, a la velocidad del rayo, atravesando las vías que llevan al cadáver, para ser eternos, no-solos, durante una pequeña fracción de tiempo.

Como a los 12.
Y los amigos que no volví a tener.


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