lunes, 12 de octubre de 2015

negación doble

EMPÁTICAMENTE HABLANDO: UNA REFLEXIÓN
Nunca todo esto podría no existir.


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La manifestación de espectro/cuerpo que se presenta y representa durante la lectura del subsiguiente apartado es, sin más, la muestra categórica y final de que sos esto: un rapto consensuado, un encuentro de salvación y de nada entre mis deseos febriles de intentar decirlo y tus ganas encubiertas de querer escucharlo, conceptos, dicho sea de paso, que nos envuelven también en su aplicación inversa: siempre busco una voz, siempre gritás, y gritar no existe más que en su forma literaria, porque leer la palabra gritar no es gritar, porque pronunciarla no es gritar, porque tu espectro/cuerpo no es más que mi espectro/cuerpo, aniquilado de experiencia, siempre vivo, a gusto y contra gusto, presente y representado, porque quizás sea la manifestación el único tiempo presente, el sagrado y primordial espacio neutro donde me decís lo que pensás.

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El protagonista del libro se llama El Lector. O se hace llamar El Lector. O no lo sabe, pero todos lo leen como El Lector. Es importante saber que muere en la página 27. Más importante aún es saber que su nombre (su apodo, su ilusión de sí) vuelve a estar presente en la página 28. A partir de entonces la ficción decanta en sugerente carta de amor, despedida, fatalidad. Homenaje. Lo universal, lo que podría ser para todos, se traslada al plano de lo secreto, de lo individual, un susurro de subtexto que exige un destinatario, un lector único, alguien capaz de prestar su oído visual para abrazar ese pedido de ayuda definitivo. Pero, nos preguntamos, ¿puede alguien muerto llevar a sus espaldas un protagónico? ¿Puede alguien muerto leer? La curiosidad es la respuesta: la posibilidad de estar frente a un flashback explicativo que justifique, desde el lejano pasado, el por qué de tan abrupta muerte joven; la posibilidad de un fantasma, de un alma, de un ente, de un “porque sí” inmortal, un contar la historia desde la perspectiva del habitante de la casita embrujada, una rotura de eje metafórica para sentirse más o menos solo, para demostrar que no importa tanto el lugar, todo es más o menos igual; o la posibilidad, por último, de estar frente al milagro,  el dedo divino interviniendo para dar al lector la posibilidad de un Lector. O un Lector para el lector. No un sueño húmedo con lo que ya no está, no un lugar entre las sombras, no el complejo de mártir, no el espíritu acongojado por la ausencia de un espíritu. Nada de eso, sino que un nuevo vórtice para la contradicción, para la fuerza de choque entre los opuestos y el nacimiento de un contexto mayor: uno en el que El Lector del lector (lector de El Lector) no muere y vislumbra al autor, un alguien-algo cuya fé ciega lo mantiene meditando en una metafísica suspensión atemporal, con la vista fija en las páginas de un libro que todo lo absorbe, que todo lo contrae, que tarde o temprano terminará cerrado, olvidado o abandonado, en medio de una habitación o un mundo en blanco, imposibilitando, por sobre todo, la existencia de ese burdo y esencial juego del doble. 


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