EL NIÑO MÁS TURBADO DEL MUNDO
(I)
(o de cómo tus días se vuelven una
aguja en un pajar)
"Por todas las irrupciones y erupciones, ¿acaso nunca lograremos huir de la escuela?"
Ferdydurke, W.G.
*
El niño no pudo dormir.
Pasó largas horas en divagaciones de
paseo circular, semi-perdido y sin asumirlo, por bosques embrujados internos.
Tocó el pico de tristeza a eso de
las 3 de la mañana, cuando llegó a la conclusión, con los ojos cerrados, el
colchón convertido en cama de hojas secas, de que nada puede estar embrujado si
uno está solo. Lejos de ser un consuelo, la chance de que el bosque finalmente
no estuviese poseído por el espíritu vengativo de una Bruja, de la bruja más
mala, de la come-niños, lo llenó de un abrumador pesimismo, algo referido a
estar defraudado, el “modo defraudado” que tiene que ver no con las
expectativas conscientes sino con las inconscientes. Así de defraudado. Y se
sintió miserable y supo que ese no sería su fin, que no moriría esa noche en su
habitación, que no se lo llevarían los monstruos, que era su propio miedo al
miedo el que lo mantenía insomne, tan eléctrico y débil.
Supo que la batalla era real, sí,
pero que el otro mundo, la posibilidad de otra posibilidad real, no lo era, o
se alejaba. Se preguntó si vivir se mira caminando o si es la vida la que
camina. Se vio viendo que algo se iba. Entendió que lo que veía era un mañana
vivo, contenido en un continuo presente. No supo si el punto final era lo
próximo o si surgiría el cuadro dentro del cuadro y tanto lo trató de adivinar
que le dolió la cabeza, parpadeó largo y
capaz (se dijo) “me morí” o capaz (se dijo) “me dormí”.
Para las 4.03 ya estaba fingiendo
que no sabía qué estaba sucediendo en realidad y la pregunta-mentira se hizo
espiral hasta el aburrimiento, hasta la alienación de su yo “receptor” y
quizás, se dijo, dando cierre al ciclo mental precedente, de pronto sobresaltado,
“esto es un sueño en el que estoy despierto”.
Concluyó en que nada había de
diferencia entre estar o soñar.
O morir, si se quiere.
Cuando el reloj con motivo infantil de
la mesa de luz dio las 4.30, el reflejo del niño que se traslucía en su cristal
era el de un niño agotado y sabio por partes iguales. Resultó que al niño, la
duda sobre la propia duda le había dado una genuina prueba de existencia y
pensó que antes de ser cualquier cosa, uno, en primera instancia, es evidencia,
porque lo que importa es cómo te lean, cómo te completen, qué signifiques para
otros. Así fue que el niño descubrió que hay una única cosa más importante que
la duda propia: la duda ajena.
Dejó de sentirse triste. Hasta las 6
estuvo muy tranquilo, como si estar sin poder dormir no lo acongojara, planeando
en intermitencias por autopistas líquidas de madera o de nubes, percatándose,
con solemnidad, de cada movimiento de luz, siguiendo el rastro a las sombras,
tan lentas y tan inevitables, en un estado de deslumbramiento puro, deslumbramiento
del que ya no puede confiar en su deslumbramiento, deslumbramiento del que se
sabe ilusión, deslumbramiento estúpido.
Después, un poco antes del amanecer,
sintió que estar bien sólo tiene un contrapunto de equilibrio anímico: estar
susceptible. Y fue apenas sentirlo para que el casi quedarse dormido, el casi
entender algo, el posible sueño, la posible muerte, se codificara en un
violento y rotundo escalofrío y de pronto todo desapareció de sus facciones y
la madurez que lo había maquillado se evaporó y algo en su forma de apretar los
labios perdió dramatismo y se inflaron sus cachetes y volvió a creer de pronto
en la Bruja, de pronto hasta se sorprendió pensando que la Bruja le resultaba
atractiva, la Bruja no iba a dejar de estar ahí, matando niños, sólo porque él
quisiese o no, y fue sentirlo y el despertador le rompió los tímpanos y el sol
le quemó las pupilas y, veloz, el agua en el rostro se llevó lo mejor de él,
para dejarle la chance más pura, esta vez en carne viva, carne que se contraía,
acalorada, ante los sabores de esa noche que se extinguía y que rápido la memoria
selectiva se encargaba de patear lejos.
El día que el niño no pudo dormir
descubrió que estar despierto es una mentira tras otra.
O una especie de embrujo, se dijo a media
mañana, la mañana que siguió a la noche sin dormir, mientras observaba abstraído
a la maestra, al tiempo que sus compañeros intercambiaban en secreto almanaques
de señoritas desnudas, robados de la peluquería del barrio, donde rostros jóvenes,
un futuro, prometían futuras noches de no pegar un ojo, eso que ya le había
pasado aún antes de que pudiera entenderlo.
Estar enamorado pero seguir siendo un animal.
-A ver quién se anima a decir qué quiso decir
el autor con esto sobre la inocencia perdida…
Y qué feo ser
para la Bruja sólo un niño más.
*
Fin de la parte primera
Fin de la parte primera
Estuve a punto de repetir una mentira pero me acordé que estoy susceptible.
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