EL NIÑO MÁS TURBADO
DEL MUNDO
(II)
(o sobre la hoguera en el ojo ajeno)
para Ferdydurke
*
El niño no intentó dormir.
De pronto no existía para le niño otra lectura más
válida que la que le ofrecía su atormentado instinto: no vas a poder dormir. Como
quien dice un secreto y te guiña un ojo, en una habitación en penumbras, como
quien se mira los pies, al sol, y confiesa que no sabe a dónde, ni por qué, ni
cómo, ni nada; un poco de esto y un poco de ajeno, una locución mental igual a
las que ya conocía, sólo que con un atributo diferente. Nada le costó encontrar
la respuesta a esa pregunta que nunca dejó de estar del lado inconsciente: lo
diferente era que ahora sus pensamientos tenían sombra.
No vas a poder dormir también era un “el niño no pudo dormir”.
No existen las brujas tal como te las imaginás,
porque ese fue el engaño al que te sometió la Bruja. Un engaño por partida
doble, triple, cualquier cantidad de veces, porque lo importante es que se
pueda restar y volver cuenta regresiva y explotar.
El niño no intentó dormir porque luego de la
explosión hubo llamas.
Su cama era fuego. En ese fuego él era el niño,
luego era el niño que se pensaba como niño, luego era el niño que se pensaba como
niño impregnado en las pupilas de la Bruja, ahí, tan cobarde, delante de ella y
sin coraje como para levantarse y decir: “el aula se está incendiando, señorita”.
El fuego sólo se había dedicado a comer, había
creado la elipsis existente entre ese segundo de cobardía y su estado de
autoimpuesta vigilia. Había quedado lleno de cenizas el camino a casa. Tenía
sombra, sí. Pero no podía mirar al fuego a los ojos, porque si tenía sombra era
por el fuego, y la verdad era que había algo de esa sombra que resultaba…
genial. Sorprendente. Tentador. ¡Tentador y estúpido! Sí, eso, se dijo el niño.
Y por un largo rato miró todas las sombras de las cosas que no eran en la
oscuridad. Su cuarto se desnudaba ante él. Y ese fenómeno lo deslumbró.
El niño descubrió, esa misma noche, la insatisfacción
subsiguiente al deslumbramiento. De pronto, cada otra sombra era demasiado
sombra, demasiado poco de sí y ser sombra no sólo no era atractivo sino que lo
remitía a un niño mucho muy anterior: unas latentes ganas de llanto alojadas en
algún lugar entre su boca y su nuca, una sensación de cabeza flotante, de
cabeza tonta, de cabeza nada.
No vas a poder dormir también era una ausencia.
Y la única ausencia era la Bruja y su maldición
y su bosque lleno de trampas y ser devorado y la Bruja al final tan por encima
de todo, porque pesadillas pero ya “no vas a poder dormir”, porque la Bruja lo
sabía y por eso no se reía ni lloraba, porque por eso siempre repetía la misma
pregunta o eso era la hoguera. ¡O eso es la hoguera!, sí, se dijo el niño que
se imaginaba como niño en las pupilas de la Bruja, mientras la prendía fuego
con el poder de su mirada, de su sombra proyectada en perspectiva atroz, casi
tanto que daba vértigos de miedo, casi tanto que era orgullo de tener sombra y
de nuevo el niño con lágrimas y no y la vergüenza y su apretar los ojos fuerte
con el espasmo de la recursividad y el fuego agigantándose en algún lugar o sólo
en su cabeza y el resto de la noche y el vulgar despertar del que no despierta
y el obligado desayuno y el caminar y el astro ardiente y otra sombra y la
posibilidad de un día que se desteje en promesas de quemar y la reclusión y
otra elipsis y descubrir la temprana noche de volver a estar inmerso en una
elipsis o en una fantasía de un nunca acabar, y la Bruja, otra vez girándose para perder su mirada en un punto indefinido entre él y el fuego, entre él y los
otros niños:
-A ver si esta vez alguien se anima… ¿Qué quiso
decir el autor con esto sobre la inocencia perdida?
Y sin ser capaz de predecirlo en sus futuras
tramas conspiranoicas, el niño-sombra-fantasía ve su brazo extenderse y ese
puño que estruja la noche se abre y todo se dispara y aniquilación total de
cualquier otro y una violenta onda expansiva de sombras-fantasías arrasa con el
mundo y la Bruja lo mira y sí, es la hoguera tras los lentes y es algo de la
chispa que baila en su interior, y decide, sin ser capaz de predecirlo en sus
divagaciones pasadas, saltar y sorprender al fuego en su esplendor, y un último
pensamiento referido a la culpa de no ser culpable pero creerse tal y ya nada y
manchar la negra realidad con una blanca mentira: ser otro tronco podrido que
sirva para avivar las lenguas de esa argumentación temblorosa entre un tiempo
que no es y otro.
El niño no intentó dormir, moviendo los labios.
Y qué bueno ser para la Bruja una singular
condena o una respuesta poco satisfactoria pero valiente.
O eso soñar, sin pegar un ojo en toda la noche.
*
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