martes, 5 de julio de 2016

ojo con la relatividad

LO QUE DURA UN PARPADEO


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Se achica la porción de cielo que veo desde acá, desde mi nuevo ángulo, que, ante la imposibilidad de ser mejor descripto, es el de “tirado”, simbiótica unión con el asfalto, y es novedosa la certeza de que así, igual que parado, mi perspectiva me hace pensar, siempre, que algo está bajando, que siempre queda el exterior reducido al lente todopoderoso de mi subjetiva, que tirado, parado, incluso boca abajo, siempre va a ser un modo de reposicionarme y conjeturar mi visión en torno a un estático mundo, que se mueve, sí, pero para abajo, de algún modo no hay otro modo que no sea el de “para abajo”, y ahora es un telón, y otro, en otra posición, seguro se sienta tentado a advertir que el telón no está bajando, sino que está avanzando, cubriendo todo, claro, entiendo, no me quedan dudas, pero no puedo asimilarlo, porque si me resulta novedoso, como digo, es porque creo que mi próximo paso es el que voy a dar sin levantarme, voy a empezar a caminar por el aire, voy a caminar muy recto, imitando el recorrido de la madera del palo de luz, pero más lejos, directo al sol, para llegar cuando el telón que ya está bajando sea total oscuridad y dueño y amo y señor y me obligue a estirar la mano y descorrerlo y poder, andá a saber si por primera vez, tener un contacto con todo lo que no soy yo ni sos vos pero nos mantiene vivos y acosados y perseverantes en premisas conclusivas, porque “el telón se cierra” y quiero decir con esto: baja, como la manivela de un detonador, hipnótico y eficaz, porque sólo existe ese bajar, si lo otro es nada es porque ese bajar tiene una consecuente explosión de fondo, y la explosión es estar ciego y caminar sin saber muy bien qué pasa, pero con las manos extendidas y tocar en algún momento las telas, que nunca, ya jamás, podría confundir con nubes en la negrura de mi cabeza, caminar por las paredes, insisto, pero sin que haya paredes, el colmo de la ansiedad, justo ahora, que todo baja tan lento y no sé muy bien si que no me importe está tan mal, si está bien que baje y baja, como desinflado, como sacando al aire, estropeado o más relajado, sin plan, porque se soltó, porque la obra tenía un final abrupto, porque llevaba enrollado desde hace mucho, para otra cosa, y se quedó dormido y bueno, mejor tarde que nunca, qué mal señor telón, qué mal llegando tarde a la función o al final de la función o para dar la bienvenida a una audiencia que ya está dispersa, porque, a veces, si no ponés un telón que se abra nadie le presta atención al drama, porque entienden que todo tiene que tener un principio y si no anunciás ese principio entonces después no te quejes si nadie te está escuchando, ahí, cuando te cubrís de un halo sagrado y terminás siendo sincero, con temblores y resaca de grandeza, inmunidad, cosa eterna y cosa que nunca envejece no significa cosa joven y hay algo benevolente en creerlo, algo que no sé cómo pero se relaciona de algún modo con el reflejo que queda grabado en las retinas una vez que los fuegos artificiales ya dieron lo mejor de sí: un chispazo que cae, en un lugar imaginario, como sigue cayendo el telón y todo, a izquierda, a derecha, a mi espalda, donde sea, en todas las partes que pronto quedaran prensadas, compactadas, formando esa densidad de una única parte que es el público cuando no hay luz, expectantes o dormidos, células en oposición, debatiéndose, en perfecta armonía, un segundo antes de que los aplausos concluyan y las manos, ya exentas de su tortura, bajen, hacia el regazo, hacia el hambriento bolsillo, para palpar un cigarro o, tal vez, hacia otra mano, la mano de la unión metafórica, que desciende, hasta el centro de mi yo, ya caído, acá tirado, en solitario, ojos cerrados, FIN.

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