FOTOGRAMA CONGELADO DE UNA VIDA
Me despierto temprano y cansado, con un dolor
frío que me sube por la espalda, que por momentos se vuelve nudo entre los omóplatos
y me estruja, retorciéndome en posiciones dignas de un poseído. Pero mi único
demonio es el frío. El frío en su complejidad. El frío en su crudeza. El frío
porque es frío y nada más. El frío porque no hay otra cosa. Frío. Frío el
pelaje del gato, frío el piso bajo mis pies, frío el inodoro, los azulejos, fría
el agua caliente, dos veces fría el agua fría. Frío el toallón. En algún
momento mientras me baño descubro que el problema no es el frío en sí, pero está
bien. Sirve de excusa y viene bien tener excusas.
Julio podría ser una excusa. Una excusa
completa, una mentira. Julio como Cortázar, que viene bien con el sobretodo y la
bufanda. Julio como un tema de Boom Boom Kid, nada más que Boom Boom Kid se
escucha en Primavera. Se escucha en Primavera pero con tristeza de Invierno. Así
que Julio. Tiritando pongo a hervir el agua. Me estoy enfermando, debería tomar
un té en lugar de un café. Un té de esos medicinales que vienen en polvo. Esos
que son como tomar lavandina con limón. Comprarme dos de esos y que me retuerzan
la panza pero me saquen este malestar gripal de ojos llorosos, de nariz roja,
de agua que se escurre por el bigote; esta picazón en la barba, este cosquilleo
en los dientes, esta garganta hecha de vidrio. Miro al café con culpa, le pido
perdón en silencio. Después me visto y salgo.
A dos cuadras de casa me agarra un ataque de
estornudos. Esos que vienen uno detrás de otro, brutales, veloces, ruidosos. Siete
estornudos consecutivos. Un espasmo, siento las vibraciones de mi cuerpo, el
electroshock, la cabeza desenfrenada, de atrás para adelante, la saliva escapándose
como en un bombardeo de gérmenes, como si yo fuera una letal arma biológica
fuera de control. Siete descargas al hilo. Siete descargas que al finalizar me
dejan aturdido, un poco sordo, un poco ciego, torpe. No llego a preguntarme qué
es esa sombra. La veo y la choco, de frente, sin mucho tiempo para el drama
intermedio.
El choque ocurrió antes que la consciencia del
mismo. Es un modo menos trágico de sufrir un accidente, pero también es un modo
más intenso. Realidad y yo, de frente. Sombra y yo, de frente. Árbol y yo, de
frente. ¡PUM! Seco. Concreto. Lo que dura dura. Dura la realidad cuando te la
morfás de lleno a las 9.15 de la mañana, un sábado. Sé que esto recién empieza, que hay días que no
son para subirse al ring. No importa que te sea inevitable subir al ring. Pelea
perdida, amigo.
Voy al Chino, con un corte en la frente. La
farmacia más cerca de casa siempre está hasta las pelotas de viejos que tardan
mucho en sacar el número, hacer la cola, caminar hasta la caja, pedir, dudar,
pedir más, quejarse, pagar, salir. No. En lugares así envejecés. El Chino me
roba con el precio de la birra y me intoxicó con jamón un par de veces. Pero no
me roba vida. Bah. En fin. Directo a la caja. El chino del Chino está solo, con
las manos juntas apretadas entre sus piernas, sonriente, mirando al tipo de la
verdulería, que le cuenta cosas que no son interesantes en tono bajo, sin
mirarlo, mientras tira lechugas malas. El chino tiene frío y me hace darme
cuenta de que tengo el pelo mojado. Los hombros del buzo húmedos, la espalda
hielo.
Pido los tés sin perder un segundo más, de pronto
paranoiqueado con la idea de una neumonía. Me dice que no hay. “¿Cómo?”. No lo
puedo creer. Casi me parece una ofensa lo que me está diciendo. Chino forro. No
deja de sonreír y saca una caja que está oculta detrás de él, en el piso. Es
una caja llena de medicamentos. La pone delante de mí y no dudo en hundirme en
ella, buscando las tan preciadas dósis de ese meo químico horrible. No preciso
mucho tiempo para descubrir que el chino forro no me miente. Saco un par de
pastillas para el dolor de cabeza, otras para el estómago, otras que no sé qué
son y se las extiendo. Él guarda la caja, me estafa con lo que anota en la máquina
registradora y remata: “¿Algomá?”. Me duele el frío, me duele porque no dormí
nada, me duele porque pensé demasiado, porque vivo entre pausa y pausa, nadie
nunca descansa en mi cabeza. Se sobrecalientan mis circuitos y el fuego destruye
algo que tiene que ver con la regulación de la temperatura. Me prendo fuego y
me muero de frío. No puedo más. No sé de hace cuánto, no sé muy bien por qué. “¿Algomá?”,
repite. Sonrisa. Frío sin intención. Frío de lejanía. No sé qué edad tiene, no
lo podría calcular. “Whisky”, suelto, junto a una nubecita de vapor, “Una
petaca de whisky”. Me da la más barata y me la cobra como si fuera la más cara.
Mocos que no son mocos siguen bajando por mi
nariz. Me limpio. Los pañuelitos están fríos de tan mojados. Estoy podrido de
sonarme la nariz. Ni me la sueno, porque si la sueno no sale nada. Me limito a
vaciarla porque no deja de estar llena. ¿De dónde sale todo este líquido? Tomo
otro poco de whisky, tomo otra pastilla random. Se me ocurre una gran idea: puedo
hacer dos bollitos y taparme ambos orificios, para no tener que dejar de leer
cada quince segundos. Tapo el derecho y tapo el izquierdo. Al rato me doy
cuenta que no es una boludez respirar por la boca. Además me arde respirar por
la boca, me asfixio. Me saco los bollitos, con brusquedad. Así siempre: pienso
que encontré una solución y me expongo a un suicidio estúpido.
Dejo de leer, sigo tomando, busco algo para
ver. Pienso en algunas series de las que hablan todos, se me infla el cerebro de
pensar en todas las temporadas que tendría que ver para estar al día. No. Me da
frío la distancia que tengo con el mundo. No voy a poder hablar de éste libro
de Pablo Ramos con mucha gente. Pero seguro voy a decir más de quinientas
veces: “no, no vi Games of Thrones”. Es injusto. Es una excusa sentirlo injusto.
Es frío en mi soledad, mi soledad de abrigo, mi soledad que no está mal, mi
soledad que siempre es bienvenida, que es mi hogar, pero que nunca viene sola,
que siempre es algo más, que siempre es tan importante que me abruma, que hace
que nunca podamos besarnos y entregarnos a la idea de soportar el frío de a
dos, una soledad que me salva y me deja vivo… vivo y ajeno. Lejos. Soledad. Frío.
Busco un documental, nada me parece lo suficientemente importante. Busco una
charla TED, me pasa lo mismo. Pero al menos las charlas TED duran poco. No
llegamos al mediodía y estoy casi borracho, cada vez con más frío y eso me
viene un poco bien de tanto venirme mal. Creo que no tengo ganas de pensar.
En la charla que elijo mientras me tapo con una
frazada que me da una comezón horrenda, un tipo habla de experimentos en los
que se busca que los animales encuentren patrones para conseguir, por ejemplo,
comida. El remate del chiste es que cuando los patrones no existen y son
azarosos los animales terminan creando un patrón, suponiendo que eso es lo que
causó la recompensa. Tienden a suponer que hay un patrón antes de creer en el
azar. Somos animales. Como ratas o palomas. Los patrones no existen. O se
convierten en superstición. No sé cuál sería mi amuleto. No sé cómo interpreto
los movimientos, pero reacciono de tal modo que la historia se hace legible. O
la historia es legible. Es una cuestión de hacer foco o de asumir que estás
viendo una película. Veo mis manos. Veo la pantalla ya apagada de la pc y veo
mi rostro. Me imagino en TED, dando una charla. Un montón de veces elaboré monólogos
extensos, pretenciosos y originales en mi cabeza. Podría dar una charla TED.
Bien. ¿Sobre qué? ¿Cuál es el problema? Pienso. Baja la temperatura, otra vez el vapor de mi respiración. Pichón de dragón. Escupo fuego para derretir la nieve
que nunca va a terminar de rodearme. Un dragón polar. Frío.
Mi viejo siempre me dice que la clave es tomar
distancia. Caminar unos pasos hacia atrás. Cierro los ojos y camino al revés. El problema, lo que el frío sigue dibujando de excusa, es que todo sigue
siendo abstracto, pero ahora está lejos y parece más chico. Me sorprendo. ¿Es ésta
la epifanía? ¿Alejarse para verlo más chico, alejarse para crear una ilusión óptica?
Camino otro paso. Otro. Lo que veo delante de mí no parecen problemas. Parece
una tormenta, ruido blanco, interferencia. Frío de desconexión, muerte. Tomar
distancia. Ahora te entiendo, pá. Si tomás distancia todo está muerto. Si tomo
distancia no tengo problemas, no tengo frío, estoy en la cama, bien cubierto,
con alcohol en la sangre, viviendo del único modo que se puede vivir: vivo.
Después la moral, la culpa, la responsabilidad,
el frío transformándose en algo más que una estación, el frío enfermando, el frío
destruyendo, el frío y las calles, el frío y las miradas que ya no encuentro,
el frío y las ilusiones que volví témpanos con mis suspiros de amargura, el frío
y mi ceño fruncido y mi juego de nunca ser feliz, el frío y yo enamorándome
siempre, sin saber cómo seguir ahora que parece que entendí el patrón, como una
paloma o una rata, ahora que entendí la magia y la voluntad. Retrocedo un paso
más y pierdo equilibrio. Caigo. No hay nada si te vas muy atrás.
Sé que algún día El Joven Manos de Tijera va a
ser una peli muy vieja. Muy. Un tipo onda Frankenstein gótico que escucha The
Cure y hace esculturas de hielo. Romanticismo. Pienso que quizás la vida sea
muy fría y complicada, pienso que nada es moderno, pienso que podría caer toda
una vida porque capaz que el árbol no me lo llevé puesto, capaz del árbol me
caigo, como se caen las hojas cuando mueren. ¿Qué las convence para que se
suelten? Capaz no las convence nada. Capaz a veces te chocás un árbol y generás
lo que se considera una reacción natural de los árboles… o también podría serte
sincero y decirte que siento frío, sí. Que el Invierno está atrás de todo y ya.
Que cae frío del cielo. Que dios también es éste frío. Que el frío existe.
Existe como existe mi temprana ausencia de conciencia. Existe como existirá
mañana el verano de una resaca que hoy todavía es pérdida rotunda, que hoy me
deja con los labios morados de tanto besar secretos, que hoy me marchita y me
deja esperando la colisión que me haga tomar coraje y saltar.
En el sueño hago una fogata con ramas secas. Soy
una peli nueva basada en una peli vieja. Soy fílmico sobreimpreso, soy árbol
muerto, libro, otro autor. Soy acá y todo lo que debe ser porque es y todo lo
que debe ser porque es así. El descubrimiento del fuego y el descubrimiento del
papel, la idea de copiar, de transmitir, de volver biblia el chiste juglar. Calor.
Historia. Darle vida a lo que no la tiene. Darle vida a lo que sino sería
muerte. Darle vida a lo que sino estaría lejos. Luchar contra el frío para, por
fin, entregarse al Invierno y despertar siempre temprano, siempre
cansado, no dormido, sino que recién aterrizado.
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