LA JODA QUE MATA
Un payaso es un tipo que finge
divertirte cuando en realidad te detesta y sólo desea estafar a tus padres. Un
payaso trabaja de payaso pero sin trabajar de payaso. Es algo más perverso. Un payaso te muestra su extravagancia de modo chillón, mientras
tus padres asienten y lo aplauden, como si no vieran la trampa. ¿No están
viendo que tiene la cara pintada, que su ropa no es normal, que hay algo raro
en su modo de dirigirse a los demás? Un payaso hipnotiza a los padres, los
vuelve cómplices silenciosos, los desactiva, elude todas sus barreras de
protección. Un payaso se acerca a tu cara y te dice cosas incomprensibles,
vuelve broma cruel tu llanto. Un payaso abusa de su condición y te demuestra
que no todos los adultos son como mamá y papá, que a veces terminás riéndote de
modo estruendoso, demente. Un payaso es la locura. La locura que no tiene que
ser mala o buena, pero la locura de la que nadie va a salvarte, porque es un
chiste, porque no pasa nada, tranquilo, sólo es un tipo con el rostro blanco y
los labios muy rojos, zapatos muy grandes, voz muy aguda. La locura que ignora
a quienes pagaron la entrada y te observa sin piedad, mientras nadie
sospecha, mientras te empujan a que lo disfrutes: “mirá, un loquito”. Un payaso
es miedo. Miedo a lo que pueda decir para vos y sólo para vos, miedo porque nadie parece entenderlo y casi te obliga a madurar con una increíble fuerza
de voluntad y te repetís, sabedor de las pesadillas que se avecinan: “es un
payaso, es eso y nada más…”, como un exorcismo, como si estuvieras obligado a
entender lo que todos entienden pero nadie te dice, algo que tiene que ver con
la conspiración, con el espectáculo trágico-cómico que todo lo define, algo que
tiene que ver con estar frente a ese sujeto peligroso entendiendo que nadie te
considera en peligro.
Tranquilo.
Batman pelea contra un payaso.
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