Lo primero que sé es que la persona que tengo
adelante está un poco borracha, un poco drogada, desvelada desde que el mundo
se creó… rota.
Lo segundo que descubro es que no hay que ser
un genio para saber eso.
Trato, no por tratar de fingir una conmoción
que en realidad ya me caló hasta los huesos, de pensar en un momento triste. Lo
hago porque la tristeza es palpable en el ambiente. Es un pantano. Es el barro
que se forma cuando el presente llueve con furia sobre nosotros. Creo que no
hay mayor parálisis que el presente. Y claro que es bueno vivir en el presente.
Pero en el presente no está el futuro. El presente de verdad está vivo porque
es triste, porque por mucho que lo sepultemos agoniza con una vitalidad capaz
de desintegrar con su onda expansiva a cualquier dios, a cualquier posibilidad.
El único dios vive en el presente. No tiene
tiempo de juzgar, está loco, está sacado, es vulnerable. Por eso le robamos. Por
eso viajo a la velocidad que viajo, por eso nada me detiene cuando aterrizo en
mis últimos llantos. No voy al llanto de la infancia. Ya no puedo. Entiendo el
dolor, no puedo recordar cómo era. Voy al llanto más preciso, busco morder el
nervio adecuado, despertar el reflejo de una emoción reveladora que se pare
frente a toda esa tristeza tan pura y avasallante. Trato de abusar. Increpar. Ser
un héroe torpe y egoísta.
Con la misma velocidad caigo en la cuenta de
que mis dentelladas van a ser todas al aire. Estoy rabioso en un lugar oscuro.
Estoy en el pasado. Esto es el presente.
Acá se vive fuerte.
Acá hubo una muerte.
Abrazo al hijo del difunto y me escucho dándome
vergüenza ajena.
Por suerte, la tristeza, mucho más eficaz que
yo a la hora de mostrarse depredadora, destroza las palabras antes de que
lleguen a calar en el otro.
A nuestra espalda, mientras danzamos con
sutileza en un nudo de brazos que tienen como fin mantenerlo y mantenerme de
pie, un dios se hace el mártir en una cruz, queriéndonos recordar que el también
sufrió.
Nadie le da bola.
En el cajón, alguien retrató a la muerte en el
rostro de un hombre apenas un poco más grande que mi viejo. El abrazo se pone más
tenso y, en ese mismísimo segundo en el que el latido de su corazón retumba
adentro de mi pecho, dejo de ver.
No cierro los ojos.
Me hundo.
En el presente no existe nada.
“Esto está pasando acá y nadie está preparado
para creerlo”.
Me separo del hijo drogado/empastillado/borracho/roto.
Parpadeo. Me duele mirar. Me tomo un segundo para no verme en sus pupilas. En
sus ojos sólo hay permiso para que se hospeden las lágrimas.
Sin llorar siento como se hinchan mis párpados.
Estoy llorando adentro. Algo que nunca me pasó.
Me siento más grande.
Más viejo.
Me prometo no olvidar el presente, pero lo próximo
que pasa es que estamos en el cementerio. Entonces la distancia empieza a
agigantarse.
30 de mayo.
Durante muchos 30 de mayo visité este mismo
cementerio, justo en esta fecha, con una rigurosidad enfermiza y
existencialista. Durante muchos años me dediqué, todos los 30 de mayo, a
sentarme frente a la tumba de un rockero punk reconocido de mi zona que se tiró
de un quinto piso después de perder un partido en la play. Algunos dicen que a
pesar de que se quería morir hubiera sido incapaz de suicidarse. A veces había
otros como yo frente a su tumba. Por lo general había, también, una viola
desafinada.
Cantábamos, emocionados.
La última brisa de presente se evapora en la
ventosa mañana y me deja con las manos en los bolsillos, ya lejos de mi yo con
campera de cuero, mirando como, a unos metros, el mundo sigue girando, quieras
o no.
Perdón, Ricky.
Fue lindo visitarte todo este tiempo. Si podría
despedirme para siempre te diría que ya no uso la campera de cuero porque el abrigo, ahora, viaja conmigo.
Gracias… es importante para soportar el frío en
el que nos metimos por accidente o porque pintó.
El ritual termina de modo fugaz.
Como esos temas que tanto me gustaban.
Es martes.
Los perros nos ladran cuando nos vamos.
Todos estamos borrachos, un poco drogados,
desvelados desde que el mundo se creó… rotos.
Nada es lo mismo, el punk es para siempre,
mañana será otro día.
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