Crónicas de un
desconectado (parte I)
Hace unos
días se me rompió el celu. En determinado momento se apagó y luego quedó
loopeando en la pantalla de inicio. Quedó sin poder salir del logo del
fabricante. Quedó atrapado en si mismo, sufriendo una agonía que me dolió, que
me dejó insomne, mirándolo en la penumbra del hogar, mientras mi novia dormía,
mientras los gatos hacían lo que sea que hacen los gatos cuando todo está a
oscuras: miraba el leve resplandor de la pantalla, luego el negro. Luego volver
a empezar. Mi celular, ese del que siempre me desligué, ese del que nunca me
hice cargo para demostrar que lo mío era una consecuencia y no una necesidad
(esa necesidad imperiosa de no estar solos, esa necesidad descarada de no
asumir que listo, ya fue, se nos fue todo de las manos), mi celular, del que
nunca presumí porque no dejaba de darme una terrible y aburguesada culpa, mi
“celu”, estaba dando sus últimas bocadas de aire…
Más de una
vez me pregunté, durante esa noche eterna, si en vez de morbosear con su inminente
y deshonroso deceso no debería seguir con los infructuosos intentos de darle
esperanzas, presionando el botón de prendido/apagado, como si eso pudiera
solucionar algo, como si eso pudiera hacer que las cosas fueran diferentes…
decidí no hacerlo cuando, con terror, me percaté de que si hacía eso corría
riesgo de agotarle más rápido la batería…
Y a eso se
reduce todo: yo no avalaba el existir de mi celular, pero tampoco le deseaba la
muerte.
Como un
buen cobarde, coherente a mi proceder, no me hice cargo.
Lo dejé
perecer.
A las 5.23
de la madrugada me quedé desconectado del mundo.
Pasó así:
Ninguna luz
volvió a encenderse.
***
Crónicas de un
desconectado (parte II)
Creo que a
veces las personas somos como los celulares fallados.
Quedamos
loopeando en el logo del fabricante.
No somos
capaces de sacarle una postal al día, no somos capaces de empatizar con un
pensamiento, para abolir, con la misma arrogancia, algún otro. No somos capaces
de saludar a un desconocido. No somos capaces de hacer un chiste universal
sobre nuestra apreciación personal del último capítulo de la última serie de
moda.
Se nos
arruina la batería.
No somos
capaces de comunicarnos.
Un celular
sirve, ante todo y por sobre todo, para comunicarnos.
Somos un
celular roto.
“[los celulares] se llaman así porque transmiten en una determinada
frecuencia de onda electromagnética dentro de una célula, que es una
región geográfica de unos 30 km2, cubierta por una antena.
Las distintas células poseen un número fijo de frecuencias
de transmisión diferentes, por lo que no se interfieren entre sí. Cuando un
celular llama, se comunica con la célula más cercana, que le otorga una
frecuencia libre al teléfono móvil y se establece la comunicación. Si el
teléfono cruza la frontera entre dos células, devuelve la frecuencia anterior y
toma una nueva de la célula en la que se encuentra.
Lo asombroso es que no nos damos cuenta de éste proceso, porque ocurre en
¡alrededor de 60 milisegundos!”.
Así lo describe Patricio Vargas Cantin (Magister en Física,
P. Universidad Católica de Chile/ Dr. Recursos Naturales, Max Planck Institut
fur Astrophysik, Alemania/ Departamento de Física/ Universidad Técnica Federico
Santa María) en una página de internet que no sé si está buena pero tiene un
diseño horrible.
Una página de internet muy poco visitada, me animaría a
arriesgar.
El logo del fabricante es lo que somos cuando no encendemos
nuestra capacidad celular: el contenido duro, la cáscara, la empresa desnuda
sin capacidad de sacar rédito de su ficción de marca. Nos quedamos mostrando la
cara, la forma, el marketing tras la persona que vendemos a diario. A veces
quedamos así de estancados y desaparece la posibilidad de poder volver
narrativo lo que pasa ante nuestros ojos.
Esa, en definitiva, es la enfermedad celular, la unidad anatómica
de todos los organismos vivos: la enfermedad narrativa, ese algo pretencioso
que va hacia el otro con violenta y genuina desesperación.
Me pareció tan buena idea que pensé en contarle a un amigo.
A mi mejor amigo.
Así de buena me pareció la idea.
60 milisegundos después recordé que mi celular estaba roto y
que la idea se iba a quedar conmigo a solas un rato más y que mejor me quedaba
mirando la ciudad pasar por la ventanilla del bondi y que shhhh…
…
…
…
estás solo.
***
Crónicas de un desconectado (parte III)
La semana pasada nuestra gata cazó un bicho. Nos dimos
cuenta porque se fue a un rincón y gruñía. Imaginamos que, como es habitual, se
trataba de una cucaracha. Cuando le abrimos la boca nos dimos cuenta de que se
trataba de una mariposa. La había herido de modo fatal, pero las alas aún
indicaban que había espasmos de vida en su ser.
“Matala, está sufriendo”, le dije con cobardía a mi novia. Ella me miró largo
rato y luego me dio al pequeño animal, insinuando lo evidente: “si es tan
fácil, matala vos”.
Jaque mate.
Dejé el agonizante cuerpo en el patio, en la maceta más linda, con las flores
más coloridas. A la gata la retamos mucho, algo confundidos: es verdad que
cuando la presa es una cucaracha no le hacemos tanto escándalo. Nos fuimos a
dormir. Transpiré mucho. Tuve pesadillas que no recuerdo.
Lo primero que hice al levantarme fue ir al patio. La mariposa no estaba donde
la había dejado.
De haber tenido mi celular hubiera sabido que esa noche
Leonard Cohen había muerto.
No sé muy bien por qué lloré. Pero lloré. En algún momento.
Cuando los del servicio técnico me dijeron “no lo pudimos
hacer arrancar, no sabemos qué es” ni siquiera me conmoví.
De todos modos, la llamada me había llegado.