viernes, 1 de abril de 2016

1 de Abril

¡BATMAN VS SUPERMAN!
¡Crítica definitiva!

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Estimado e ingenuo lector, usted ha sido… ¡estafado! ¡Ha sido víctima de un engaño!

Claro que también podemos ver el otro lado de la moneda, podemos ver lo mismo del mismo modo que lo ve el espejo, y podríamos concluir que usted, lector, ¡sólo ha sido el objetivo de una simple, inofensiva e insignificante broma! ¡Sí! ¡Porque aquí no hay ninguna crítica (¡y mucho menos una definitiva!) de Batman vs Superman! ¡Feliz April Fools´ Day, lector!

¿Eh?

¿Cómo? ¿No sabe lo que es el April Fools´ Day? Es como el Día de los Inocentes y se festeja en algunos países en esta época porque… Bah. No tiene sentido.

Ahora siento, mal predispuesto e ignorante lector, que sí, que lo estafé. Pero en el mal sentido. Si usted no sabe que hoy es el día de los inocentes, mi inocente broma no es más que un sin sentido. Ahora me siento en la obligación de enmendar las cosas… pero no… ¡No piense que voy a gastar mi tiempo escribiendo sobre esa estúpida y sensual película! No. No voy a hacerlo por mucho que usted esté ansioso de seguir leyendo cómo algunos la destruyen con un odio infantil al tiempo que otros, adictos al crack cultural, la aplauden de pie y babeando. No. No quiero actuar como un niño ni como un drogadicto…

Pero sí puedo acceder a hacer algunas observaciones sobre otra historia del ancestral encapuchado… Una que casualmente sucede un primero de Abril. En Gotham, por supuesto, más precisamente en el Arkham Asylum.

Bien. Déjeme tomar aire.
Uf. Y pensar que sólo quería divertirme…

En fin... sígame, lector. Es por acá.

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DESDE AFUERA

La década del 80 llegaba a su fin, los 90s estaban en la puerta. Frank Miller y Alan Moore habían sentado las bases para un universo de superhéroes mucho más realista. Un universo politizado, adulto, áspero, de maduración pesimista y tono lúgubre. La solemnidad de los héroes pedía altura. Ya no eran los ojos de los niños elevándose para mirar pasar al tipo de traje colorinche. Ahora eran los ojos de los héroes puestos sobre nosotros. Una mirada seria, de esas que tácitamente conllevan un movimiento de negación con la cabeza, algo que suele indicar desencanto. Los superhéroes se desencantaban, cosa que tenía a todos muy preocupados. Entendiendo que la sesuda tarea de entender a los superhéroes en estas condiciones no era del todo atractiva, el escocés Grant Morrison, que ya se ganaba la vida como guionista luego de soltar, como quien no quiere la cosa, títulos como Animal Man y la Doom Patrol (tranqui, 120), tuvo la idea de, otra vez, llevar las cosas a otro nivel. Fue entonces cuando nació Arkham Asylum: A serious House on Serious Earth (1989), que fue ilustrada por un genial Dave McKean y tiene la particularidad de ser (de nuevo, tranqui 240) la novela gráfica original más vendida de todos los tiempos.  

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Así lo describe el mismísimo Morrison en Supergods: “…yo decidí plantar mi bandera en el mundo de los sueños, de la escritura automática, de las visiones y la magia. Arkham Asylum iba a ser denso, simbólico, interior, una respuesta intencionada a la corriente predominante de realismo hollywoodiense. Nuestra historia nos permitiría explorar un ícono estadounidense de una manera hierática, llena de alusiones y deliberadamente no estadounidense. Era una historia de dementes y marginados, una historia que no se desarrollaba en el mundo real, sino en una mente, en la mente de Batman, nuestra mente colectiva.”

El tan mencionado Arkham Asylum no es más que el hospital psiquiátrico que tiene la ardua misión de contener en su interior a los dementes de la ciudad que Batman custodia. Allí van a parar esas mentes enfermas que el hombre murciélago captura. Allí la locura no tiene un fin, sino que todo lo contrario: allí la locura se multiplica al tiempo que se vuelve fractal de si misma. Todo se hunde y todo se eleva, todo se vuelve mundano y celestial en partes idénticas: Arkham Asylum posee una arquitectura particular, desobediente, espejada, infinita.

Entremos.


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DESDE ADENTRO

1 de Abril. Los internos del Arkham Asylum toman el psiquiátrico. Ya extorsionaron al personal policial, amenazando con asesinar a los internos que quedaron de rehenes. Ya se divirtieron y es hora de hacer un último pedido: que entre Batman. “Te queremos a ti, aquí con nosotros en el manicomio… donde perteneces”, dice el Joker en la línea telefónica. Batman accede al pedido para luego hacer una confesión a Gordon: “Batman no le teme a nada. Pero yo sí tengo miedo. Temo que Joker tenga razón respecto a mí. A veces yo cuestiono la racionalidad de mis actos y temo que al atravesar las rejas de ese asilo, cuando entre a Arkham y las puertas se cierren tras de mí… sea como llegar a casa”.

Bienvenido.

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Bruce Wayne es vulnerable. Bruce Wayne le teme a la locura. Bruce Wayne está atrapado por sus actos, como si hacer lo que hace no fuera lo que desea, sino lo que sucede. Como si no fuera dueño de ese ser oscuro que, como él dice, no le teme a nada. Bruce Wayne no va a aparecer sin su disfraz en toda la historia (excepto cuando lo vemos de niño) pero sin embargo sabemos que está ahí, incómodo, asustado, debatiéndose entre las garras de su propia creación. Porque el monstruo acude al llamado, pero la experiencia es para el hombre… las respuestas las necesita ese que tiene que saber si lo que hace tiene sentido, ese que tiene que aprender que a veces todo es un poco más casual, que no es necesario que todo tenga una consecuencia. O quizás sea que el sentido es tan elevado que es imposible siquiera intentar entenderlo. Así se retira el hombre de la aventura, confundido y abatido, sin saber si le jugaron una broma realmente pesada o si acaba de reír último y mejor.

El monstruo, sin embargo, sale victorioso, porque al monstruo le alcanza con sobrevivir. Con seguir siendo un futuro anclado al pasado.

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La historia de Batman es puesta en paralelo con la historia de Amadeus Arkham, el fundador del asilo en cuestión. Amadeus es un personaje quebrado que, de niño, luego de la muerte de su padre, tiene que hacerse cargo de su madre, una mujer que, tal como describe en sus diarios: “ha vuelto a nacer, en otro mundo. Un mundo de presagios y señales insondables. De terror y magia. Y símbolos misteriosos”. Hablamos, claro, del mundo de la locura.

Desde pequeño, el bueno de Amadeus tiene que lidiar con la locura ajena, con la soledad. ¿Qué es la locura ajena? ¿Qué es la soledad? ¿Existe la locura ajena en la soledad? ¿Qué es el otro? ¿Se puede habitar un otro? Amadeus no termina eligiendo las capas ni los calzoncillos sobre los pantalones… Amadeus vive en otro traje. En su madre. Amadeus, de mayor, estudia la locura, convierte la casa de su madre en Arkham, se dedica a una causa noble… Amadeus necesita, por sobre todo y como Wayne, entender. La racionalización de su vida lo lleva a encontrar en sí al monstruo, un monstruo conjurado por un demonio aún mayor, el mismo que acosaba a su madre. Amadeus encuentra en el terror de su madre, el terror de su propia locura y, antes de morir, deja un críptico mensaje escrito con sus propias uñas en el piso de su celda: el demonio mayor debe ser encerrado, debe ser convocado a su casa de origen, el asilo, para por fin ser atrapado, para que la cordura pueda prevalecer, para que termine, de una vez y para siempre, el nefasto dominó de horror que amenaza constantemente con dejarnos solos, frente a la locura de un mundo simplemente caótico.

Ese demonio es descripto por Amadeus como un murciélago.

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Arkham Asylum es la historia de esa enorme casa devenida en psiquiátrico, más precisamente la historia del cerebro afiebrado de esa casa, de las mentes que allí colapsaron otorgando textura a las paredes, sangre a las cerraduras, vida propia a los reflejos. Los internos escaparon de sus celdas y si bien todos tienen un plan, poder encargarse de Batman, no se organizan para crear en conjunto una trampa. Son locos, no trabajan en equipo. Cada cuál tiene su dominio, su lugar de reflexión, su rincón de reproches, cada cuál pide, como Wayne, como Amadeus, entender, hacerse escuchar, extrapolar la soledad, encontrar a alguien del otro lado. Batman está ahí para escucharlos y, aunque nos dicen que ellos salen a cazarlo por esos infernales corredores, el que siempre avanza es Batman, él atraviesa puertas, él une las habitaciones y es ese azar el que teje la constelación que de a poco empieza a ahondar profundo en su interior, en su cruda y frágil realidad. ¿Por qué hacer esto? ¿Por qué hacerlo de éste modo? ¿Qué hacer, de nuevo, con tanta locura ajena? Nadie niega la existencia del demonio, pero… ¿para qué existe el demonio? El demonio hiere su carne humana, se estigmatiza al principio, recibe la lanza al costado hacia el final, se diviniza como símbolo: escapa, comprueba su miseria, golpea, recuerda; recuerda como recuerda Amadeus el nacimiento de la casa, una casa que de niño dice percibir como “real” y que luego entiende como un lugar vivo, que quiere comunicarse con él. La experiencia recae en el recuerdo, se recorre desandando, en un hipnótico espiral que gira, que no taladra, que no es un remolino alterando las aguas, se vale de sí sólo para girar, otra vez y otra vez y otra vez y quien quiere ser el salvador se descubre asesino y culpa y el inocente quiere evitar la tragedia y nunca se acepta culpable.

Lo importante es que hay fatalidad. Y si hay fatalidad hay un dios. Un alguien al que poder quejarse, al que poder entender de un modo u otro, un alguien a quien poder negar. Cuando alguien dice que, ya que lo atraparon, es hora de desenmascarar a Batman, el Joker proclama que eso es una tontería, que la verdadera cara de Batman es esa… la de Batman. Lo acepta tanto que es doloroso para todos… menos para él. Los demás buscan redención, y un iluminado Sombrerero Loco, exclama: “a veces… a veces creo que el asilo es una cabeza. Estamos dentro de una gran cabeza y existimos porque nos sueña. Quizás es tu cabeza, Batman. Y Arkham es un espejo. Nosotros somos tú”.

Pero ese 1 de Abril, el demonio elige a otro de los mortales para convertirlo en la expiación definitiva. Y ese alguien es Harvey Dent. Dos Caras.

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Junto con el grupo de internos se encuentran dos doctores del asilo que deciden quedarse dentro del lugar por razones personales y profesionales. Son una trampa y no. Son causa y efecto, se anulan entre sí, son víctimas de su propia intervención en ese lugar. Son daños colaterales. Son los que pagan todas las consecuencias caras. Los que no están ni encerrados ni fueron invitados. Y sin embargo todo sucede por uno de ellos. Y todo termina por uno de ellos. ¿Qué fuerzas protegen a esa casa? ¿O es la casa alimentándose? ¿Acaso la casa engaña, ese primero de Abril, a los internos y a Batman y los usa de excusa para seguir alimentándose? ¿Tan secundaria es la historia que vemos delante nuestro? ¿Tan hambrienta está la locura de seguir sumando adeptos?

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La doctora explica al Batman recién entrado en Arkham los métodos que usaron para tratar el mal de Dos Caras: “nosotros lo apartamos de la moneda y le dimos un dado. Así le dimos seis opciones de decisión en lugar de dos, le fue tan bien con el dado que le dimos una baraja de Tarot…”. Batman no duda en replicar que “pero ahora… ¿no puede tomar una simple decisión como ir al baño sin consultar las cartas? A mi me parece que destruyeron eficazmente su personalidad, doctora”.

Cuando Batman empieza a huir, o cuando empieza a conectar los puntos azarosos de una trampa que en realidad no existe como tal, Dos Caras se queda mirando la luna por una de las enormes ventanas y rememora su moneda, la simpleza de su moneda, y encuentra en esa nostalgia un modo de mirar al cielo y ser honesto y estar triste y permitirse unos segundos de lucidez sin segundas intenciones: “es un gran dólar de plata que dios lanzó en un volado… y aterrizó del lado tachado, ¿verdad? Así hizo el mundo”.

La historia de Batman, de Amadeus, de la casa, nos teje la idea de una conexión en base a peces payasos que alguna vez existieron allí, en una gran pecera… Peces que hacen una alusión directa al villano más mítico del encapuchado pero que recién se re-simbolizan y hacen girar la tésis de la historia cuando se cruzan y forman el signo de piscis, la atribución astrológica de la carta de la luna en el Tarot. La luna que Harvey mira, la luna que ahora lo mira a Harvey encerrado en esa casa, como encerrada estaba la cabeza de la mujer de Amadeus en una casita de muñecas luego de que un demente se la cortara.


Cabezas muertas dentro de casitas de muñecas, castillos hechos con cartas de tarot y un demonio que desanda lo andado y le otorga a Dos Caras la posibilidad de que vuelva a ser el de siempre, el de blanco y negro, el de la vida no tan complicada. Le da una moneda y se entrega: depende qué salga él se queda o se va, porque, dice: “Arkham tenía razón. A veces es la locura lo que nos hace ser lo que somos. O quizás el destino”.
Dos Caras vuelve ansioso a su antigua cosmovisión… Pero esta vez miente. Acaba de decidir mentir, quizás en agradecimiento por recuperar un poco de la cordura que le habían arrebatado, quizás porque ahora ya no puede no mentir.
Batman sale de la casa y el Joker lo saluda: “Y no lo olvides: si todo se complica… aquí siempre habrá un lugar para tí”.
Mientras tanto Dos Caras destruye el castillo de naipes, más dueño o más prisionero. Más libre. O todo lo contrario.

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VUELVA PRONTO

Palabras más, palabras menos, eso es lo que puedo decirle, estimado lector, al respecto de Arkham Asylum, esa historia que ocurre un primero de Abril y que cuento para no sentirme un estafador por no hablar de Batman vs Superman. Tengo miedo de reírme solo de los chistes, lector. Por eso lo obligué a recorrer este camino, porque nunca sé qué tan inocentes somos. O que tan locos estamos. Llego a la conclusión de que nada es necesario, pero todo es inevitable.

“¡Sólo soy un hombre!”, grita Amadeus. “¡Niño de mami!”, grita quien casi asesina a Batman. Y Batman obliga a que alguien mate. El demonio es el dios. Y viceversa. Atrás, siempre, la humanidad. Accidente o destino. ¿De qué podemos escapar? ¿de qué no? ¿Cuál es, finalmente, el sentido del chiste cuando no hizo gracia y debemos tratar de explicarnos? ¿será que sólo somos divinidades tontas y pretenciosos intentando sacarle una sonrisa a la razón?

¿Estoy sólo divagando, haciendo que usted, lector, pierda su preciado tiempo?
De ser eso, de limitarse todo a eso y nada más (“¿así termina todo? ¿todos nuestros sueños, esperanzas y aspiraciones? ¿sólo en vómito?”), si sólo signifiqué un extenso spoiler, déjeme repetirle algo: feliz April Fools´ Day, estimado lector.
(y no se haga tanto problema… más tiempo hubiera perdido en el cine viendo ya sabe qué)
Gracias. Y vuelva pronto.


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