sábado, 27 de febrero de 2016

endless vacation


OJALÁ QUE ESTE VERANO NO NOS MATEN




Sentirme punk,
lo que más quiero es sentirme punk.

Quiero la vida eterna de los buenos, la muerte eterna de los malos.
Pablo Ramos, En cinco minutos levántate María.


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Se termina, por fin.

La realidad es que se hizo largo. Al menos para mí se hizo largo. Yo salí de vacaciones la segunda semana de Enero. No la segunda quincena, la segunda semana. Para cuando el año recién cumplía sus diez días de vida yo me encontraba despertando temprano, con el sol ya colándose en la habitación, sin ninguna obligación en mi rutina, con el ventilador imperturbable, siguiendo de punta a punta con el cansino soplar. Miraba el techo, un poco transpirado, un poco con muchas energías. Ansioso. Optimista a pesar de todo. Sin ir más lejos, mi mantra consuelo fue pensar en la gente que se toma las vacaciones en diciembre. “Esas no serían vacaciones”, me dije más de una vez mientras empezaba a memorizar manchas de humedad. Uniendo algunos puntos logré ver la cara de Bill Murray. Repetí en mi cabeza secuencias de una película en la que él se repite una y otra vez. Así que se me hizo largo, pero tampoco me quejo.

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Soy consciente, además, de que se “hizo largo” porque salir de vacaciones fue, en realidad, salir, a secas. Dejé el trabajo, en busca de tiempo. No mucho más plan: tiempo para poder pensar en cómo utilizar mejor mi tiempo, entendiendo por mejor el capricho de sentirme bien haciendo lo que hiciera. Confío en mis ideas. No sé cómo se forman las ideas, pero sé que aparecen, que se pueden cazar. Aprendí a detectar el gusto de las ideas que se acercan. Aprendí a disfrutar del humo que dejan al huir. Las ideas. Me gusta tener ideas. Confío en que, como todo hobbie, éste, el de tener ideas, puede volverse algo más profundo si se le dedica tiempo. Así que: tiempo para pensar. Y que pensando pase algo. Tiene que ver con la posibilidad de hacer que lo que pensás cambie la realidad. ¿O pensabas que literalmente bastaba con pensarlo? Hay que pensarlo y hacerlo, ahí reside el gran espectro metafísico. Podés cambiar la realidad con la mente, claro, estamos de acuerdo. Pero procurá, después, llevar a la práctica. Llevar a la práctica es más fácil que pensarlo, pero pensar también es adictivo. Y entonces otra idea. Y a las ideas que no se concretan se las devoran los de afuera. Se hizo largo porque no fue salir: fue algo parecido a entrar.

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"¿A qué me voy a dedicar?". Eso fue todo Enero. Así termina Febrero. Siento que cada vez lo pienso menos, pero en realidad está sucediendo que antes lo pensaba todo el día sin poder enfocarme. Ahora me enfoco más rápido. Capturo una idea y la disecciono. Están mutando mis mañas de cazador, recién ahora lo puedo ver. “¿A qué me voy a dedicar?”, tiene ecos que no sé por cuánto me van a acompañar. Es una pregunta sólida. Es un desafío. Vuelvo a cerrar los ojos cuando me canso de mirar el techo. Pido. Pretendo algo. Sé que por delante tengo ese día que se disfrazó de vacaciones pero no es otra cosa que un “bienvenido al resto de tu vida”.

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¿Cómo no estar un poco confundido?

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Estoy escribiendo menos. Hay menos excusas. Hay menos mentiras. En un momento me invadía la urgencia. Creo que esa urgencia me enseñó cosas. Y para poder adentrarme en esas enseñanzas, en búsqueda de otras enseñanzas, necesito, acá vamos de nuevo: tiempo. Ahora, de a poco, empecé a no correr con las historias. Son historias que no salen por reacción. Son historias-acción. Tomo mucho aire antes de ponerme a escribir. Tengo tanto tiempo para pensar que siento culpa. Escribir es mi pasión. Obvio que hacer lo que me hace feliz me da un poco de culpa ahora que no tengo otra cosa para hacer. Cuando escribo siento gratitud. Escribo menos, pero dejo que el blanco de la hoja me ilumine. Ya no soy violento. Soy más certero cuando pego, busco la fuerza. Es violencia, está bien, pero en otro nivel. No se me ocurre otra cosa para decir sobre la juventud y lo que viene después.

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Estoy seguro que voy a escribir más. Más de lo que escribía cuando escribía más. Son las ideas, ahora más claras dentro de tanta incertidumbre.

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Mi mejor amigo está de vacaciones. Me gusta que se haya ido justo cuando yo me despido de la idea de las vacaciones. Va a traer la historia de sus vacaciones y me voy a sorprender. Y me gusta encontrar esos pretextos para disfrutar de lo que acontece. Me parece algo genuino. Quiero dejar de entenderme como alguien que busca equilibrarse. Quiero percibir el equilibrio y vivenciarlo, sin estar siendo culpable del boicot. Esto me hace bien y esto me hace mal. Algo simple. Tan simple que a veces me parece hasta tonto hablarlo con mi mejor amigo. Me pregunto qué piensa él del equilibrio. Yo pasé casi diez años en un mismo trabajo, en ese tiempo él cambió de trabajo unas cinco o seis veces. Quiero preguntarle cosas. Siempre sentí que mi mejor amigo sabe qué cosas le hacen bien, lo sabe con cierta paz. Admirarlo me gusta, por ejemplo. Desplegué una idea al respecto: las personas que admiro me inspiran. Es un valor subjetivo, es mío y lo respeto. Son mis modos de ser "contemporáneo". 

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El año empezó, en mis coordenadas específicas, con un gobierno nuevo que se anunciaba como fascista y que así se desenvuelve para poca sorpresa de los que nos pronunciamos en su contra, un año con la típica especulación económica de todos los años para estas fechas en este país, con alerta rojo y noticias de ayer sobre cómo no deshidratarse con las oleadas de calor sofocante. Un año en el que se estrenó una temporada nueva de mi serie favorita, una que llevaba una década fuera del aire, un año con un viaje que con mi novia hicimos a Tandil, donde ambos nos volvimos fans de Pablo Ramos. Un principio de año con la escasez de porro que acompaña al verano cuando no tenés planta propia. Un génesis similar, pero tangencialmente opuesto: despidos por doquier, muchas movilizaciones, grupos neonazis resurgiendo, el caos de la capital reducido en escala automotriz pero aún así latente, meditaciones globales para resultados personales. Tengo la sensación de que siempre voy a recordar éste año. Por una parte porque de jóvenes, nosotros, mi generación, ya planteábamos distopías donde imaginábamos al actual presidente ocupando el puesto que hoy ocupa. Un año donde descubro, temprano, que imaginar lo peor nos hizo ver inteligentes y audaces pero no sirvió para evitar lo que imaginamos inevitable. Un año donde también descubro que es difícil que algunos personajes puedan adaptarse a los tiempos modernos, siendo la “modernidad” el instante de consumo actual. “Quiero dejar de ser un personaje”, me digo, convencido, antes de meterme a la cama o cuando salgo. Ya no quiero más días de la marmota para mí.

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¿Cuál es tu lugar en todo esto? ¿por qué?

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Tengo un único modo de medir las “vacaciones” (ya no son “mis” vacaciones) y es evaluando a las vacaciones propiamente dichas. Hoy, 27 de Febrero, siento que las vacaciones están llegando a su fin. Por fin. Para mí fue muy largo. Y no fueron necesariamente vacaciones, pero ya dije que no me quejo: las manchas de humedad sí eran un mensaje. Y tengo ideas. Y el mundo (ya empieza a ser “mi” mundo) empieza a cambiar. Y, como todo buen comienzo, arranca con un epílogo. O eso es lo que espero: un buen comienzo. Nada más. En tiempo presente. Ahora. Ahora que el futuro imaginado se hace carne, ahora que se hace carne el presente, ahora que el pasado es eso: pasado. Ahora que estoy enojado con lo que me rodea, ahora que extraño mucho a mi mejor amigo, ahora que mi novia me dice que “tranquilo, yo confío en vos como vos confías en las ideas”. De tanto que se me llenan los ojos de lágrimas empiezo a ver con un prisma multiplicado: veo hoy, veo siempre.

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Ahora las vacaciones están por convertirse en eso que va a venir. ¿Voy a tener “vacaciones” el año entrante? ¿Qué voy a haber escrito cuando llegue ese momento? ¿A qué me voy a estar dedicando? Mientras tanto, la necesidad imperiosa, por fin, de estar vivo, de cero. 

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