domingo, 24 de enero de 2016

starman

A MEDIDA QUE EL MUNDO SE DERRUMBA



But I'll be there for you-ou-ou
As the world falls down.

*

-¿Qué estoy pensando? Debajo de todo lo que diga y todo lo que pienso, debajo de todo eso… ¿Qué estoy pensando? Hacé fuerzas- se tocó la sien al tiempo que el vaso golpeaba con fuerza la mesa, remarcando sus palabras y su gesto. El índice repiqueteó sobre el costado derecho de su cabeza.
Ella, sin despegarle los ojos de encima, subió una de las manos y buscó con la boca hasta dar con el sorbete de su trago. Bebió con avidez. El calor le bajó por la garganta al tiempo que también le cubría brevemente los pómulos. Sintió que un aire caliente le salía por los ojos. Casi le pareció ver vapor entre ellos. Aún así no se permitió pestañar ni dejar de mirarlo. Tampoco soltó el sorbete, pero dejó de beber: empezó a mordisquearlo, con una calma violenta, producto de la tensión.
-Todo esto que estoy diciendo en realidad significa algo que ni yo sé qué es. El cerebro funciona así. Mientras más hablo más estoy diciendo otra cosa… pero en el centro –el índice fue de la sien hasta el centro de su frente- …hay algo palpitando. Algo que yo me quiero decir a mí. Y como yo no puedo escucharme porque sigo hablando, necesito que seas vos la que lo escuche. Quiero que me digas en qué estoy pensando. Y es importante que sepas que sea lo que sea, te voy a creer. No me queda otra. ¿Me seguís?
Ella asintió con un gesto veloz, compenetrada. Él la miró con desconfianza, no muy seguro de que lo estuvieran siguiendo. Se dejó de tocar la frente y le dio un trago a la cerveza. Luego desvió la mirada, pensativo, y acarició las cicatrices de la madera.
-El tema es que si acertás lo vamos a descubrir. Lo único que hay que hacer es esperar, lo que significa que capaz caigamos en la trampa de esperarlo para siempre porque en realidad no acertaste- volvió a mirarla. Sus pupilas estaban muy dilatadas-. Estoy dispuesto a correr el riesgo. Lo único que te pido es que te concentres y que si no vas a acertar al menos trates de acercarte, ¿dale? No quiero esperar algo toda la vida.
Esta vez, ella no hizo ningún gesto. Pero siguió mirándolo fijo. Sobretodo porque el silencio entre ambos, ese silencio que ahora precisaba una respuesta de su parte, los unía en su carácter de no silencio: cuando él se había callado, todo el ida y vuelta de la barra, los murmullos, las risas en otros idiomas, el entusiasmo etílico, había vuelto, como si lo hubieran sacado de un modo pausa. Estaban en un bar y, sin palabras entre ellos, todo era ensordecedor. Sonaba una balada triste que hablaba de un hombre que se moría. O que estaba escrita por un hombre que se moría. O las dos cosas.
-Concentrate fuerte, Lau… si es verdad que la realidad la crea la mente vas a poder leer el futuro si lográs leer en el centro de mis pensamientos… no te apures a…
-David Bowie.
Él quedó boquiabierto.
-¿Qué?
-Si lo pienso la cagué, ¿no? Si lo pienso no sirve- soltó el sorbete y volvió a agarrarlo. El calor volvió a sus pómulos, esta vez no por culpa del vodka. 
-¿Quién dijo que no tenías que pensar? –él seguía consternado. Se había puesto pálido. Su voz había perdido el poder hipnótico. Ahora estaba ecualizado con todo el resto. Eso no hizo que ella se sintiera mejor, por eso no pudo evitar que la culpa se enroscara entre sus palabras cuando contestó: 
-¿Qué querés que haga? ¿Que me quede mirando la manchita que te hiciste en la frente hasta que se me aparezca un mensaje? No, no puedo. No quiero defraudarte. Es lo primero que me vino a la mente. David Bowie. Perdón.
Él la miró otro rato, luego suspiró y terminó la cerveza. Pidió otra con un gesto.
-¿Me manché la frente? –preguntó, desanimado, acodándose en la barra con los hombros caídos. Ella sintió que se le partía el corazón. 
-Sí –sacó un pañuelo de papel de uno de los bolsillos de la cartera y se aproximo a él-. O te dejaste una marquita por apretarte fuerte con el dedo. Dejame ver.
-No, dejá.
-Dejame ver si sale, dale.
-Lau…
Él intentó correr la cabeza, pero ella lo sujetó y le pasó el pañuelo de papel por la frente. Estaba caliente.
-No, no sale… igual, si querés…
-¿David Bowie? ¿Eso es lo que tengo… adentro? ¿Qué significa? ¿Cuál es el mensaje?
Ella se volvió a acomodar en su taburete y metió el pañuelo de papel de nuevo en la cartera, luego de convertirlo en un bollo.
-Ya se te va a salir solo. Sos un bruto, Esteban. ¿Cómo te vas a apretar así? ¿te querés agujerear la cabeza?
Él la miró.
-Ahora voy a tener que esperar…
-O hacer de cuenta que no dije nada...
-No… no, Lau… -le dejaron el vaso de cerveza delante. Miró al joven de la barra, fingió una sonrisa, pagó, dejó propina y volvió, ya sin la sonrisa-. No puedo hacer de cuenta que no dijiste nada. Ahora hay que resolverlo.
Volvió la vista al frente, con impaciencia en sus movimientos.
Fue el turno de ella de suspirar.
-Si llego a tener razón te voy a re mandar a la mierda, ¿sabés? –de pronto se sintió muy indignada-. Porque no descartes la idea de que yo tenga razón. Por algo fue lo primero que se me vino a la mente, ¿no?
-Tenías que leer mi mente, el futuro… no tenías que leer tu mente. Eso lo hacemos todo el tiempo y lo único que hace es… no sé. Tapar lo importante.
-Fue lo primero que se me vino a la mente después de escuchar lo que vos decías. Capaz no soy buena leyéndote pero creerme que te escucho bien –enarcó ambas cejas, desafiante.
Él apretó con fuerza los ojos, por un momento, como si le dolieran mucho. Habló con desgana.
-Lau… dos segundos antes de que dijeras “David Bowie” estaban pasando un tema de David Bowie. No te quiero decepcionar, pero no me estabas escuchando a mí… estabas escuchando el tema que sonaba mientras yo hablaba.
Ella no supo qué responder. Se llevó la mano a la boca, con algo de sorpresa y algo de miedo.
-Me estás jodiendo…
-No –le dijo él, seco.
-Igual… -dejó su vaso sobre la barra, se apresuró a improvisar una explicación-…capaz que… Capaz que hay que descifrar lo que quise decir, como vos decís… no es tan fácil. Vos siempre decís que no es fácil…
Él se giró hacia ella, con gesto cínico. De pronto sus facciones empezaron a suavizarse.
-Pará…
-Esteban…
-¡Pará, claro! –levantó la cabeza, los ojos volvieron a brillarle. Su tono recuperó algo de fuerza y claridad.
-Esteban…
-¡Capaz yo inventé a David Bowie! ¡No! ¡Capaz que en otro plano yo soy Bowie! ¡No! ¡Capaz soy un marciano! ¡Un esquizofrénico! ¡Un marciano esquizofrénico!
-… creo que se te está agrandando la mancha de la frente.
-¡Capaz que soy un invento de Bowie! ¡Eso!
-Sí… -se levantó sin perder tiempo, corroboró tener el celular y lo tomó del brazo-. Y también estás borracho y tenés algo raro en la frente y nos vamos ya para el hospital…
-Soy un tipo muerto en los bares de la gente viva, Lau.
-No, Esteban… no sos… -lo miró sin poder apartar los ojos de esa mancha de la frente, cada vez más grande, cada vez más morada-. Capaz que significa que si te esmerás podés ser como Bowie… Dale, por favor, vamos.
Ella tiró de él. Él se levantó del taburete, pero la retuvo.
-No, Lau… Nadie puede ser como Bowie.
-Está bien, no tenés que apuntar tan alto pero…
-Nadie puede ser como Bowie- esbozó una enorme sonrisa-…porque yo lo hice inimitable.
-Esteban. Nos vamos –ya no podía ocultar la desesperación. Echó una mirada fugaz alrededor: había personas que los miraban.
-Lau…
-Esteban, tengo miedo…
Él la atrajo hacia él, con fuerza. Sus cuerpos se rozaron y todo volvió a ser silencio, un silencio tan devastador que desintegró toda la ilusión del bar, o volvió a taparla de nada, como hacía un rato.
-Lau, ¿cómo me descubriste?
Ella intentó soltarse de sus manos, no pudo hacerlo y las lágrimas por fin escaparon de sus ojos. Apoyó la cabeza en su pecho y lloró. Lloró como hacía mucho no lo hacía. Él le pasó una mano por el pelo, con suavidad. 
-Me hacés preguntas muy difíciles… No creo que sea sano pensar tanto todo… No sé quién sos… pero no quiero que te mueras.
-Soy inmortal, Lau…
-No hace falta tratar de adivinar el futuro –ella lo abrazó con más fuerza y cerró los ojos-. Capaz que vos y yo estábamos escuchando a Bowie y punto. A veces quiero que escuchemos música juntos. Así de simple. Sin que hablemos. Pero sin leernos la mente tampoco.
-Yo…
-Shhh. Una cosa más.
-Te escucho.
Se puso muy seria. Apretó los puños por detrás de él.
-Vos no sos Bowie. Bowie era un montón de otras personas. Pero vos no sos Bowie.
-Ya sé –él le besó la cabeza, con dulzura-. Ya sé, Lau. Perdón.
-Y tenemos que ir al hospital.
-Sí, al hospital.
-Y no te quiero intentar leer los pensamientos nunca más.
-Mejor.
Sonrieron, sin mirarse.
-Vamos.
-Vamos.
Se soltaron, volvió el bar. Salieron entre miradas de curiosidad, pidiendo permiso, con la cabeza gacha y tambaleándose. En la puerta se tomaron un taxi.
En determinado momento del viaje ella descubrió que él se había dormido. Pensó en despertarlo, algo alarmada, pero finalmente se quedó mirándolo, hundida en cavilaciones poco claras, mientras inspeccionaba el tamaño de la mancha que le cubría la frente: seguía creciendo, tenía forma de estrella y estaba casi segura de que palpitaba. De modo leve, pero palpitaba. O era un efecto creado por las luces de la ciudad, las sombras y el movimiento.
Siguió un impulso y le preguntó al taxista si tenía un disco de Bowie. El taxista le dijo que no, no tenía nada de Bowie, no sabía quién era ese tal Bowie, nunca había oído hablar de él.
Siguieron, sin música y sin emitir palabra.
Ella sintió un frío repentino y se recostó contra su acompañante. Clavó la vista en los fragmentos de noche despejada que se filtraban por la ventanilla, tratando de no pensar en nada.


***

lunes, 18 de enero de 2016

blue monday

LUNES AZUL
EL DÍA MÁS TRISTE DEL AÑO


And I still find it so hard
To say what I need to say
But I'm quite sure that you'll tell me
Just how I should feel today
New Order. Blue Monday



*

¿Qué es un lunes? ¿Se puede comer? Seguro que no. Lo que se come no deprime. ¿Se puede romper? Puede ser. Todo lo vulnerable genera culpa. ¿Qué es un lunes? Yo creo que un lunes es la forma más simple de ejemplificar una verdad universal: nada empieza cuando te dicen que empieza. Hay cosas que terminan sin que sepas que empezaron. Hay cosas que sentís que empiezan y terminan una semana después. Todo es insatisfacción. A veces uno justifica todo culpando a la motivación. “Cada vez tengo menos motivación”. No. Ni el lunes ni la motivación. Hoy, lunes, se me dio por pensar en eso. Me sentía poco motivado y deprimido.

*

No suele pasar que los lunes me pongan mal. No particularmente.
Como todo lunes me desayuné un montón de catarsis contra el lunes. Una especie de stand up que esconde una historia turbia, porque sabés que todo es joda, pero saber que esa joda tiene una génesis más profunda te produce una suerte de extraños escalofríos. Gente riéndose del inicio de jornada laboral. Un poco como si fuéramos esclavos que nos sentimos menos esclavos por poder decir que somos esclavos y, mejor aún, nos reímos de eso con comentarios inteligentes que cultiven la ambigüedad y nunca dejen saber hasta que punto somos conscientes de nuestra consciencia. Es rebeldía adolescente. Eso es lo que me genera leer que el lunes es una mierda. Me vuelve miserable. Entonces me doy cuenta que en cierto sentido ese es mí lunes producto del imaginario de lo que es un lunes: sentirme miserable. Yo creo que funciona. Los lunes me siento un toque más miserable, pero no peor. Siempre encuentro cómo sentirme miserable.

El hecho es que en determinado momento leí una noticia que me dejó atónito.
“El tercer lunes de Enero es el día más triste del año”. Estamos ubicados, claro, en ese lunes específico.

*

El tipo que acuñó el concepto de “Blue Monday” para referir al tercer lunes de Enero como el día más triste del año, Cliff Arnall (un británico, allá por el 2005), tuvo en cuenta factores climáticos que no nos competen por nuestro lugar en el planisferio y estuvo influenciado por el hecho de que en su lengua hay una línea de conexión directa entre el color azul y la tristeza. Su teoría se teje en base a la cercanía de la fecha con las fiestas, los desencantos de un año que aunque aún nuevo demostró no cambiar mágicamente nuestro estúpido existir, la ansiedad y la decepción vacacional. Las expectativas muriéndose, dicho en pocas palabras. Los argumentos cierran. Además, sea el día que sea, si te levantás y te dicen que es el día más triste del año, te lo creés. Sin vueltas. Hasta te lo creés por las dudas y recién después escuchas los argumentos. Y seguro que para justificar tristeza siempre sobran argumentos.  ¿Es, entoces, Cliff Arnall un chanta? No lo sabemos. Quizás escribió esa teoría un tercer lunes de Enero realmente triste. Quizás aún los terceros lunes de Enero le siguen produciendo tristeza y eso lo refleja quitándole seriedad al tema en los viajes que este año patrocinó a las Islas Canarias bajo el lema de #stopbluemondays.
Quién sabe.

*

Preguntaba, por eso: ¿qué es un lunes? Creo que no somos capaces de captar los inicios. Los lunes son nuestra intuición escurriéndose entre los dedos de la fatalidad. No podemos empezar. No sabemos empezar. ¿Qué es la semana? Se construye la semana a partir del viernes. El viernes es de la semana: una posibilidad continua. Hasta el miércoles funciona como engranaje y motor de cambio. El lunes, en cambio, es del lunes. Sólo eso: un lunes. Ese es el problema real con el lunes: no es  nada.  

Creo que el color azul no me significa nada malo, no me incomoda, me hace pensar en cosas acuáticas. Los monstruos marinos me asustan, no me ponen triste. El azul, a mi entender, es un buen color, sin embargo, el “Blue Monday” me encuentra de vacaciones y hundido en mis cavilaciones, como un ermitaño incurable, enojado y solitario. Pienso que si supiéramos empezar cuando realmente las cosas comienzan todos los resultados serían diferentes. En cambio siempre re descubrimos mirando para atrás. Nunca estamos compenetrados en el camino. Por eso, este lunes que para mi no significa volver al trabajo pero aún así me desequilibra y me deja un mal sabor de boca, levanto la vista hacia mi yo detective y le pido que por favor no deje que las cosas pasen sin sospechar, como un paranoico extremo o como un niño inocente… inocente en extremo. Quiero decir: peligroso.


*

El Blue Monday es otro lunes en el que las cosas vuelven a comenzar. Los lunes son nuestra lucha por tratar de recuperar un poco de la visión primordial que nos permita construir nuestro crecimiento como si pudiéramos saber lo que significaba crecer. Porque si pudiéramos ver un lunes como lo que es sabríamos que esto que está sucediendo ahora ya está teniendo sus repercusiones más directas sobre el viernes más cercano. Los principios son para principiantes: el lunes no es el día de cambiar todo, es el día de sentirse preparado. El lunes es un día triste en su concepción, por eso es triste. No hay una gran historia, hay pequeños fragmentos con muchos principios y muchos finales. A veces tomás un camino y a veces otro: no nos solemos preparar para eso. Para cuando nos damos cuenta todo está decidido.

*

Hoy, lunes, Blue Monday, me encontré pensando en que un montón de cosas de mi vida  estaban despidiéndose. Me di cuenta de que otras cosas se habían estado manifestando. Me lamenté por no haberlas visto. Me pregunté si sería tarde. Si aún podría. Qué pasaría cuando despertara mañana. Quién sería.






martes, 12 de enero de 2016

blackstar

MIRAR EL ECLIPSE
(breves notas sobre el último disco de David Bowie)



Escucho el último disco de Bowie el día de su muerte.
Un disco que su productor, frío y eficiente, calificó como: “el disco que Bowie quería regalar a sus fans”. Es probable que Bowie lo haya pensado. Ahora no está él para conservar el silencio y hacernos partícipes del juego. Todo dicho no es Bowie. Sí, el disco salió hace unos días, en su cumpleaños. Cumpleaños, disco, muerte. Parece todo dicho, pero no.
Si hubiera estado todo dicho yo ya hubiera escuchado de esto. Y esto tiene una particularidad: canta un hombre viejo. Rayos lásers amenazan con atravesarlo, pero es viejo. La construcción es notable. El sentido invocatorio del canto inicial, la primitiva búsqueda de futuro, el mantra-grito, el consecuente ascenso a la divinidad. El robot. El guiño cómplice. El “bienvenido al show”, el decoro y la elegancia.
Seguro que es el escenario que te quieren vender, pero también es el detrás de escena. No tenés que mirarte para saber que cuando escuchás Blackstar vas vestido de negro, sintiéndote bien.

*

Funerales al sol. Recuerdo la muerte del abuelo de mi mejor amigo, el cajón, el día brillante colándose por la ventana, el café demasiado caliente, la gente escuchando cumbia en las casas aledañas. Funerales al sol. Veo cómo se quema la cinta de mis recuerdos.

*

Todo se vuelve efecto negativo. Fuimos testigos caprichosos del gran eclipse. Algo se quemó en nuestros ojos. Vemos algo más.
Descubro, promediando el minuto 9, que la intención de lo que escucho no es spoilear la vida, sino que velarla, como se vela un rollo.  Bowie busca que sea el futuro el que quede ciego.
Sin futuro que nos controle podemos correr en paz.

El resto es irrisorio, un decorado fantástico lleno de agudos detalles, la libertad de todo lo que se sabe mentira y brilla por eso. Todo bajo la conciencia del tipo que tras haber sido un profesional al respecto decide grabar lo que sabe o presiente como último disco. Todo es una exageración de estilo. Un espectáculo llevado al extremo, perfecta banda sonora para una oscura película de detectives donde los instrumentos de viento agonizan en hermosos alaridos que se arrastran entre espirales de humo y seducción fetiche. Podemos escuchar una voz vieja evocando a un joven obsesivo. Los crímenes del mundo seguirán irresueltos. Seguirán tejiéndose complicadas teorías alrededor de cada muerte. Lo importante, siempre, es que alguien busque la verdad. O su propia ilusión de la verdad. Todo tan sabio. El drama y vivir abrazando lo mundano de todo eso que no puede perecer.

*

Canción de amor. Injusticia humana, cavilación, calavera. Femme fatale. Bailando siempre luminoso bajo las luces tenues. No es el abismo. Es donde venimos a ser. La delicadeza de ser el culpable y no sentir culpas, sólo un desengaño hermoso, cargado de épica. Radiografía del desenfreno, cámara lenta de la angustiosa espera, de la transpiración que busca exorcizar. Rey de la inevitable cosecha que nos toca recoger mientras seguimos muriendo en el mismo mundo infértil que nos vio nacer.

*

Toda una religión basada en sutiles temblores bajo la piel. Otro hablando y preguntando, frenético. Diálogo del que actúa y el que se sabe actor, diálogo del que se mece entre las aristas opuestas de la trampa. Ojos de mentira. Mirada real. O al revés, una cuestión de perspectiva: lo que cae quizás esté escapando, el pozo quizás sea un extenso túnel. Una fuga infinita. El Conejo Blanco no existe, es Alicia disfrazada.  La otra. O la única.

*

Termino de escuchar el disco y salgo a andar en bici. Llevo más de un año en el barrio pero todavía no lo conozco bien. Agarro por una calle llena de casas lindas, como salidas de época. Algunas palabras resuenan en mi cabeza, una trompeta no se calla, un golpe está tapando los latidos de mi corazón. No puedo dar todo. Cada vez me humanizo más: no hay hombre que no encuentre a dios en su pasado. Como defecto o como salvación.

Finalmente llego a una plaza que me corta camino. A un costado de la plaza hay una iglesia. Al otro costado de la plaza hay un teatro. En ese teatro una vez presenté una obra. No sé si las cosas salieron del mejor modo posible, pero sé que aún tengo sueños en los que vuelvo a correr por pasillos totalmente privados de luz, procurando no pisar fuerte, apurado, por atrás del escenario. Yo escuchaba lo mismo que estaba escuchando el público, con la diferencia de que las voces me llegaban un poco apagadas y una pared se interponía entre mi persona y quienes hablaban. Yo no era como el público. Yo no los miraba. Los “espiaba”. Los volvía dueños de un secreto, de una vida. Lo que estaba detrás de la falsa pared no tenía por qué ser falso. Mientras corría por esos pasillos, estrujando un guión entre los dedos, todo era real. Pienso en eso a menudo.

Campanadas provenientes de la iglesia me sacaron del trance.


*

Di media vuelta y regresé a casa.
La tarde caía en una ciudad pequeña.
El sol se dilató.

*

No hay modo de ver esto por fuera de que decidí escuchar el último disco de Bowie el día de su muerte. Por eso no puedo dejar de ver reencarnación y tiempos distantes conviviendo en la misma visión, como una superposición astral. Hay pasado y presente, hay actores y hay muertos. El fantasma de la víctima, que todo lo sabe, fuma su cigarro en las alturas, jugando a descubrir quién será el primero en descubrir al asesino.

Todo es cuestión de tiempo.
Todos descubren al asesino al final.
O tenemos la capacidad de creer y de sospechar. Y nos miramos a nosotros mismos y es un poco las dos cosas.

*

Las sombras empiezan a apoderarse de la casa y, mientras voy de habitación en habitación encendiendo las luces, pienso que somos una cosa complicada dentro de una cosa frágil. Será por eso que puede pasar cualquier cosa, que puede salir de cualquier modo. Será por eso que, aunque habitualmente nos convenzamos de lo contrario, ante la inevitable fatalidad nada está dicho, sino que todo se vive diciendo.

Pienso que, sin lugar a dudas, la de David Bowie fue una vida bien dicha.



*

domingo, 10 de enero de 2016

portal

ONDA EXPANSIVA


Pienso, luego existes. 
In the mouth of madness, J. Carpenter.

*** 
Era una biblioteca bastante insípida, sin esa cosa avasallante de las bibliotecas bien, sin esa mística de infinito misterio. Era un edificio viejo que olía a viejo, no mucho más que eso. Un boceto eterno. No podías sacar los libros, así que la única opción era sentarte en alguna de las tambaleantes sillas de madera y concentrarte en concentrarte. Aunque comprendieras que los clásicos no eran lo tuyo, aunque el best-seller de turno le dejara a tu cerebro una somnolencia sólo equiparable al cansancio feliz y confuso post masturbación. En algún punto eso la hacía especial: era una biblioteca que pedía a gritos que olvidaras que estabas ahí. Yo me quería olvidar por qué estaba ahí para olvidar, por sobre todo, por qué no estaba en casa.
Recorrí las diferentes cubiertas, casi todas rotas en las esquinas, gastadas de tanto manoseo, y me decidí, tras el repiqueteo leve pero genuino que mis dedos dedicaron a la indecisión como ofrenda máxima, por un libro que no tenía en su lomo referencia de autor u obra. Cuando lo saqué vi la ventana. Del otro lado del cristal pude vislumbrar un lugar donde dos chicos jugaban. De fondo el hongo nuclear, desenfocado. Árboles encorvados, como soportando un viento perpetuo. Una mujer gritando. Los niños reían. Las risas pueden ahogar cualquier sonido. Imaginate subiendo el volumen de tus auriculares, mientras escuchás risas. Pueden estar ahí o en el exterior. Pero no vas a poder evitarlas. ¿Quién es capaz de evitar los buenos momentos? ¿Quién es capaz de no ignorar todo por una fracción de segundo?
Mi descubrimiento, el umbral a un patio inexistente, me dejó sin palabras. No podía gritar, no podía ser el artífice del anuncio final. No podía dejar un agonizante resplandor de futuro suspendido en el aire, no podía ser el rugido devastador de la conciencia por venir, no podía ser el abrasivo dios que encuentra la razón de ser en la omnipotencia de poder pararse detrás del epílogo, no podía darle a mi velocidad un aura digna de profecía ancestral, no podía ser el motor que llega a su tope y revierte su mecanismo para volver en forma de engranaje mínimo pero redentor, no podía ser la epifanía tardía que siempre viste la ropa de epifanía temprana, no podía ser el primer despertar del horror que ilumina la última madrugada de sudor frío. No podía ser lo que iba a venir. Y otra vez era espectador de la catástrofe inminente.
Ante la imposibilidad de romper, desesperado, preferí convertirme en la expansión. O no me quedó alternativa y sospeché o intuí, como un paranoico enfermizo o el tipo más iluminado de su generación, que el único camino restante era el de materializarme en el pasillo que albergara el eco de lo imposible, transformándolo en lo inevitable. Fui el nudo, concreto, frágil, primordial. El corazón muerto de todo el arsenal imaginativo, el cascarón abandonado, indispensable cuna en mi vacuidad. El centro carente de sentido sin los extremos, el cosquilleo mudo del beso, todos los diálogos posibles, la marea furiosa y nocturna de formas cambiantes que colisiona una y otra vez contra el dique de la garganta cerrada, cuando te aguantás las ganas de ser hiriente porque nadie se lo merece, porque no te lo merecés; todo el vértigo del huracán que puede desembocar en cualquier pasado, el doble huracán, el triple huracán, el único, ese en el que dos se dan la mano, ese en el que dos abrazan un mismo origen, en el que dos se miran sin querer, en el que dos no se encuentran y que sin embargo, del mismo modo mágico y anecdótico, desemboca en el aleteo de una mariposa cuyo agitar de alas, en reversa, la termina llevando a la flor cero, aquella que nadie arrancó en un arrebato de locura… esa locura borracha de romanticismo de recreo, el tópico recurrente del héroe, gestándose del otro lado de las cavernas, el otro yo de cada yo, la multiplicidad parida de la soledad, porque cuando te acostumbras a la soledad, la soledad lleva un tiempo acostumbrada a vos. La sagrada madre, el embarazo virgen de la perspectiva. El nudo.
Todos nos quedamos sin futuro en algún lugar del relato, nadie carece de un pasado. 
Les di mi hogar, que no era el mío, ya no; les di mis hogares inventados, para que los amueblaran, pero por sobre todo confié en que me dieran sus expectativas, sus lugares secretos y los otros lugares, los acechados desde las ventanas secretas de los lugares secretos. Todo se ensanchaba a un ritmo ensordecedor, con los golpes eléctricos de esos electroshocks que buscan devolver la vida impulsados no por la esperanza sino por la voluntad. ¿Quién más capaz de cambiar la realidad que quien sabe que es imposible cambiarla?
El conflicto, las risas, los buenos momentos, todo amalgamado en el enorme entramado de las líneas que conforman el diario íntimo que se escribe con un idioma inventado, cuando no sabés leer.
El chico estaba enamorado, se veía en su mirada, la mirada de la chica quedaba oculta tras el antifaz de sombras que dibujaba sobre ella la luz de la linterna con la que se alumbraba el rostro. Jugaban a contarse una historia de terror (“un hombre nos observa”) o un chiste genial y terrible (“un hombre nos observa y llora”). Se divertían, se concentraban en concentrarse. La mujer era el único testigo potencial de mi presencia, pero su atención estaba en los niños, en los niños que nunca habíamos tenido juntos, en los niños y su inmensa vulnerabilidad. Al final del camino, por detrás de ella, a su espalda, yo estallaba.
Cuando sentí el calor en mi rostro, el paso previo a la desintegración total y absoluta, volví, sin decidir ni preferir, el libro a su lugar.
La taquicardia cesó de pronto, como si nunca me hubiera pertenecido y, con lentitud, alejé mis dedos de esa edición que se adivinaba vieja pero se mantenía en perfecto estado. Un pensamiento residual: “nunca voy a poder acariciar como la primera vez… el mundo está gastado y soy demasiado nuevo. Pensarlo al revés sería un bajón.”
Sin referencia de autor u obra quise decir: “Te extraño”.
Sin referencia de autor u obra quise decir: “Algún día voy a conocerte”.

Sin embargo no dije nada: en esa biblioteca, como en toda biblioteca, se exigía silencio.


*