A MEDIDA QUE EL MUNDO SE DERRUMBA
But I'll be there for you-ou-ou
As the world falls down.
As the world falls down.
*
-¿Qué estoy pensando? Debajo de todo
lo que diga y todo lo que pienso, debajo de todo eso… ¿Qué estoy pensando? Hacé
fuerzas- se tocó la sien al tiempo que el vaso golpeaba con fuerza la mesa,
remarcando sus palabras y su gesto. El índice repiqueteó sobre el costado
derecho de su cabeza.
Ella, sin despegarle los ojos de
encima, subió una de las manos y buscó con la boca hasta dar con el sorbete de
su trago. Bebió con avidez. El calor le bajó por la garganta al tiempo que
también le cubría brevemente los pómulos. Sintió que un aire caliente le salía
por los ojos. Casi le pareció ver vapor entre ellos. Aún así no se permitió
pestañar ni dejar de mirarlo. Tampoco soltó el sorbete, pero dejó de beber:
empezó a mordisquearlo, con una calma violenta, producto de la tensión.
-Todo esto que estoy diciendo en
realidad significa algo que ni yo sé qué es. El cerebro funciona así. Mientras
más hablo más estoy diciendo otra cosa… pero en el centro –el índice fue de la
sien hasta el centro de su frente- …hay algo palpitando. Algo que yo me quiero
decir a mí. Y como yo no puedo escucharme porque sigo hablando, necesito que
seas vos la que lo escuche. Quiero que me digas en qué estoy pensando. Y es
importante que sepas que sea lo que sea, te voy a creer. No me queda otra. ¿Me
seguís?
Ella asintió con un gesto veloz,
compenetrada. Él la miró con desconfianza, no muy seguro de que lo estuvieran
siguiendo. Se dejó de tocar la frente y le dio un trago a la cerveza. Luego
desvió la mirada, pensativo, y acarició las cicatrices de la madera.
-El tema es que si acertás lo vamos
a descubrir. Lo único que hay que hacer es esperar, lo que significa que capaz
caigamos en la trampa de esperarlo para siempre porque en realidad no
acertaste- volvió a mirarla. Sus pupilas estaban muy dilatadas-. Estoy
dispuesto a correr el riesgo. Lo único que te pido es que te concentres y que
si no vas a acertar al menos trates de acercarte, ¿dale? No quiero esperar algo
toda la vida.
Esta vez, ella no hizo ningún gesto.
Pero siguió mirándolo fijo. Sobretodo porque el silencio entre ambos, ese
silencio que ahora precisaba una respuesta de su parte, los unía en su carácter
de no silencio: cuando él se había callado, todo el ida y vuelta de la barra,
los murmullos, las risas en otros idiomas, el entusiasmo etílico, había vuelto,
como si lo hubieran sacado de un modo pausa. Estaban en un bar y, sin palabras
entre ellos, todo era ensordecedor. Sonaba una balada triste que hablaba de un
hombre que se moría. O que estaba escrita por un hombre que se moría. O las dos
cosas.
-Concentrate fuerte, Lau… si es
verdad que la realidad la crea la mente vas a poder leer el futuro si lográs
leer en el centro de mis pensamientos… no te apures a…
-David Bowie.
Él quedó boquiabierto.
-¿Qué?
-Si lo pienso la cagué, ¿no? Si lo
pienso no sirve- soltó el sorbete y volvió a agarrarlo. El calor volvió a sus
pómulos, esta vez no por culpa del vodka.
-¿Quién dijo que no tenías que
pensar? –él seguía consternado. Se había puesto pálido. Su voz había perdido el
poder hipnótico. Ahora estaba ecualizado con todo el resto. Eso no hizo que
ella se sintiera mejor, por eso no pudo evitar que la culpa se enroscara entre
sus palabras cuando contestó:
-¿Qué querés que haga? ¿Que me quede
mirando la manchita que te hiciste en la frente hasta que se me aparezca un
mensaje? No, no puedo. No quiero defraudarte. Es lo primero que me vino a la
mente. David Bowie. Perdón.
Él la miró otro rato, luego suspiró
y terminó la cerveza. Pidió otra con un gesto.
-¿Me manché la frente? –preguntó,
desanimado, acodándose en la barra con los hombros caídos. Ella sintió que se
le partía el corazón.
-Sí –sacó un pañuelo de papel de uno
de los bolsillos de la cartera y se aproximo a él-. O te dejaste una marquita
por apretarte fuerte con el dedo. Dejame ver.
-No, dejá.
-Dejame ver si sale, dale.
-Lau…
Él intentó correr la cabeza, pero
ella lo sujetó y le pasó el pañuelo de papel por la frente. Estaba caliente.
-No, no sale… igual, si querés…
-¿David Bowie? ¿Eso es lo que tengo…
adentro? ¿Qué significa? ¿Cuál es el mensaje?
Ella se volvió a acomodar en su
taburete y metió el pañuelo de papel de nuevo en la cartera, luego de
convertirlo en un bollo.
-Ya se te va a salir solo. Sos un
bruto, Esteban. ¿Cómo te vas a apretar así? ¿te querés agujerear la cabeza?
Él la miró.
-Ahora voy a tener que esperar…
-O hacer de cuenta que no dije
nada...
-No… no, Lau… -le dejaron el vaso de
cerveza delante. Miró al joven de la barra, fingió una sonrisa, pagó, dejó
propina y volvió, ya sin la sonrisa-. No puedo hacer de cuenta que no dijiste
nada. Ahora hay que resolverlo.
Volvió la vista al frente, con
impaciencia en sus movimientos.
Fue el turno de ella de suspirar.
-Si llego a tener razón te voy a re mandar
a la mierda, ¿sabés? –de pronto se sintió muy indignada-. Porque no descartes
la idea de que yo tenga razón. Por algo fue lo primero que se me vino a la
mente, ¿no?
-Tenías que leer mi mente, el
futuro… no tenías que leer tu mente. Eso lo hacemos todo el tiempo y lo único
que hace es… no sé. Tapar lo importante.
-Fue lo primero que se me vino a la
mente después de escuchar lo que vos
decías. Capaz no soy buena leyéndote pero creerme que te escucho bien –enarcó
ambas cejas, desafiante.
Él apretó con fuerza los ojos, por
un momento, como si le dolieran mucho. Habló con desgana.
-Lau… dos segundos antes de que
dijeras “David Bowie” estaban pasando un tema de David Bowie. No te quiero
decepcionar, pero no me estabas escuchando a mí… estabas escuchando el tema que
sonaba mientras yo hablaba.
Ella no supo qué responder. Se llevó
la mano a la boca, con algo de sorpresa y algo de miedo.
-Me estás jodiendo…
-No –le dijo él, seco.
-Igual… -dejó su vaso sobre la
barra, se apresuró a improvisar una explicación-…capaz que… Capaz que hay que
descifrar lo que quise decir, como vos decís… no es tan fácil. Vos siempre
decís que no es fácil…
Él se giró hacia ella, con gesto
cínico. De pronto sus facciones empezaron a suavizarse.
-Pará…
-Esteban…
-¡Pará, claro! –levantó la cabeza,
los ojos volvieron a brillarle. Su tono recuperó algo de fuerza y claridad.
-Esteban…
-¡Capaz yo inventé a David Bowie!
¡No! ¡Capaz que en otro plano yo soy
Bowie! ¡No! ¡Capaz soy un marciano! ¡Un esquizofrénico! ¡Un marciano
esquizofrénico!
-… creo que se te está agrandando la
mancha de la frente.
-¡Capaz que soy un invento de Bowie!
¡Eso!
-Sí… -se levantó sin perder tiempo,
corroboró tener el celular y lo tomó del brazo-. Y también estás borracho y
tenés algo raro en la frente y nos vamos ya para el hospital…
-Soy un tipo muerto en los
bares de la gente viva, Lau.
-No, Esteban… no sos… -lo miró sin
poder apartar los ojos de esa mancha de la frente, cada vez más grande, cada
vez más morada-. Capaz que significa que si te esmerás podés ser como Bowie…
Dale, por favor, vamos.
Ella tiró de él. Él se levantó del
taburete, pero la retuvo.
-No, Lau… Nadie puede ser como
Bowie.
-Está bien, no tenés que apuntar tan
alto pero…
-Nadie puede ser como Bowie- esbozó
una enorme sonrisa-…porque yo lo hice inimitable.
-Esteban. Nos vamos –ya no podía
ocultar la desesperación. Echó una mirada fugaz alrededor: había personas que
los miraban.
-Lau…
-Esteban, tengo miedo…
Él la atrajo hacia él, con fuerza.
Sus cuerpos se rozaron y todo volvió a ser silencio, un silencio tan devastador
que desintegró toda la ilusión del bar, o volvió a taparla de nada, como hacía
un rato.
-Lau, ¿cómo me descubriste?
Ella intentó soltarse de sus manos,
no pudo hacerlo y las lágrimas por fin escaparon de sus ojos. Apoyó la cabeza
en su pecho y lloró. Lloró como hacía mucho no lo hacía. Él le pasó una mano
por el pelo, con suavidad.
-Me hacés preguntas muy difíciles…
No creo que sea sano pensar tanto todo… No sé quién sos… pero no quiero que te
mueras.
-Soy inmortal, Lau…
-No hace falta tratar de adivinar el
futuro –ella lo abrazó con más fuerza y cerró los ojos-. Capaz que vos y yo
estábamos escuchando a Bowie y punto. A veces quiero que escuchemos música
juntos. Así de simple. Sin que hablemos. Pero sin leernos la mente tampoco.
-Yo…
-Shhh. Una cosa más.
-Te escucho.
Se puso muy seria. Apretó los puños
por detrás de él.
-Vos no sos Bowie. Bowie era un
montón de otras personas. Pero vos no sos Bowie.
-Ya sé –él le besó la cabeza, con
dulzura-. Ya sé, Lau. Perdón.
-Y tenemos que ir al hospital.
-Sí, al hospital.
-Y no te quiero intentar leer los
pensamientos nunca más.
-Mejor.
Sonrieron, sin mirarse.
-Vamos.
-Vamos.
Se soltaron, volvió el bar. Salieron
entre miradas de curiosidad, pidiendo permiso, con la cabeza gacha y
tambaleándose. En la puerta se tomaron un taxi.
En determinado momento del viaje
ella descubrió que él se había dormido. Pensó en despertarlo, algo alarmada,
pero finalmente se quedó mirándolo, hundida en cavilaciones poco claras,
mientras inspeccionaba el tamaño de la mancha que le cubría la frente: seguía
creciendo, tenía forma de estrella y estaba casi segura de que palpitaba. De
modo leve, pero palpitaba. O era un efecto creado por las luces de la ciudad,
las sombras y el movimiento.
Siguió un impulso y le preguntó al
taxista si tenía un disco de Bowie. El taxista le dijo que no, no tenía nada de
Bowie, no sabía quién era ese tal Bowie, nunca había oído hablar de él.
Siguieron, sin música y sin emitir
palabra.
Ella sintió un frío repentino y se
recostó contra su acompañante. Clavó la vista en los fragmentos de noche
despejada que se filtraban por la ventanilla, tratando de no pensar en nada.
***