martes, 30 de mayo de 2017



Lo primero que sé es que la persona que tengo adelante está un poco borracha, un poco drogada, desvelada desde que el mundo se creó… rota.
Lo segundo que descubro es que no hay que ser un genio para saber eso.
Trato, no por tratar de fingir una conmoción que en realidad ya me caló hasta los huesos, de pensar en un momento triste. Lo hago porque la tristeza es palpable en el ambiente. Es un pantano. Es el barro que se forma cuando el presente llueve con furia sobre nosotros. Creo que no hay mayor parálisis que el presente. Y claro que es bueno vivir en el presente. Pero en el presente no está el futuro. El presente de verdad está vivo porque es triste, porque por mucho que lo sepultemos agoniza con una vitalidad capaz de desintegrar con su onda expansiva a cualquier dios, a cualquier posibilidad.
El único dios vive en el presente. No tiene tiempo de juzgar, está loco, está sacado, es vulnerable. Por eso le robamos. Por eso viajo a la velocidad que viajo, por eso nada me detiene cuando aterrizo en mis últimos llantos. No voy al llanto de la infancia. Ya no puedo. Entiendo el dolor, no puedo recordar cómo era. Voy al llanto más preciso, busco morder el nervio adecuado, despertar el reflejo de una emoción reveladora que se pare frente a toda esa tristeza tan pura y avasallante. Trato de abusar. Increpar. Ser un héroe torpe y egoísta.
Con la misma velocidad caigo en la cuenta de que mis dentelladas van a ser todas al aire. Estoy rabioso en un lugar oscuro. Estoy en el pasado. Esto es el presente.
Acá se vive fuerte.
Acá hubo una muerte.
Abrazo al hijo del difunto y me escucho dándome vergüenza ajena.
Por suerte, la tristeza, mucho más eficaz que yo a la hora de mostrarse depredadora, destroza las palabras antes de que lleguen a calar en el otro.
A nuestra espalda, mientras danzamos con sutileza en un nudo de brazos que tienen como fin mantenerlo y mantenerme de pie, un dios se hace el mártir en una cruz, queriéndonos recordar que el también sufrió.
Nadie le da bola.
En el cajón, alguien retrató a la muerte en el rostro de un hombre apenas un poco más grande que mi viejo. El abrazo se pone más tenso y, en ese mismísimo segundo en el que el latido de su corazón retumba adentro de mi pecho, dejo de ver.
No cierro los ojos.
Me hundo.
En el presente no existe nada.  
“Esto está pasando acá y nadie está preparado para creerlo”.
Me separo del hijo drogado/empastillado/borracho/roto. Parpadeo. Me duele mirar. Me tomo un segundo para no verme en sus pupilas. En sus ojos sólo hay permiso para que se hospeden las lágrimas.
Sin llorar siento como se hinchan mis párpados.
Estoy llorando adentro. Algo que nunca me pasó.
Me siento más grande.
Más viejo.
Me prometo no olvidar el presente, pero lo próximo que pasa es que estamos en el cementerio. Entonces la distancia empieza a agigantarse.
30 de mayo.
Durante muchos 30 de mayo visité este mismo cementerio, justo en esta fecha, con una rigurosidad enfermiza y existencialista. Durante muchos años me dediqué, todos los 30 de mayo, a sentarme frente a la tumba de un rockero punk reconocido de mi zona que se tiró de un quinto piso después de perder un partido en la play. Algunos dicen que a pesar de que se quería morir hubiera sido incapaz de suicidarse. A veces había otros como yo frente a su tumba. Por lo general había, también, una viola desafinada.
Cantábamos, emocionados.
La última brisa de presente se evapora en la ventosa mañana y me deja con las manos en los bolsillos, ya lejos de mi yo con campera de cuero, mirando como, a unos metros, el mundo sigue girando, quieras o no.
Perdón, Ricky.
Fue lindo visitarte todo este tiempo. Si podría despedirme para siempre te diría que ya no uso la campera de cuero  porque el abrigo, ahora, viaja conmigo.
Gracias… es importante para soportar el frío en el que nos metimos por accidente o porque pintó.
El ritual termina de modo fugaz.
Como esos temas que tanto me gustaban.
  
Es martes.  
Los perros nos ladran cuando nos vamos.
Todos estamos borrachos, un poco drogados, desvelados desde que el mundo se creó… rotos.

Nada es lo mismo, el punk es para siempre, mañana será otro día. 





domingo, 21 de mayo de 2017

Depresión number 9




“Las cosas que podríamos preguntarnos sobre todo lo que pasó  mejor no preguntárnoslas.
Por entender eso es que preferimos empezar a mentir en las respuestas. Salió natural. Salió así. Se nos dio por cambiar la verdad. No es un acto de traición… sé que parece eso desde afuera… pero no. Una vez que hacerlo es tu realidad no es antinatural empezar a creerse de cierto modo la historia. Muy por el contrario de la traición, es lealtad creerse la historia… No siempre, no completa… pero la parcialidad alimenta la imaginación, te hacés preguntas, tejés planes por las noches, sospechás que sos muy bueno en lo que hacés, te sentís miserable pero menos mal, más juvenil en la sonrisa que te devuelve el espejo todas las mañanas, previo a que salgas a la calle, a ejercer tu papel de simple mortal.
Es un modo de vivir, como cualquier otro. No estábamos haciendo nada malo… teníamos una vida compleja, como todos, con nuestras obligaciones, nuestras neurosis y nuestras depresiones de los domingos… Porque podremos haber mentido en todo lo demás, pero que quede claro que para nosotros la depresión siempre fue mayor. Nosotros sabemos que de entre todas las fantasías que hay en la falsa realidad, la depresión de los domingos no es una más. La depresión de los domingos existe por debajo del traje, está en un lugar oscuro del alma, manchando la existencia misma de ese Todo con el que a veces soñamos…
Los que mentimos con pasión no dudamos de la existencia de una bondadosa divinidad: no sólo sabemos que existe, sino que sabemos que se deprime. La espiritualidad nos da felicidad y ganas de matarnos, por eso asumimos, volviendo al principio, que mejor es no hacer ciertas preguntas…
Hemos decidido alterar la historia porque si alguno de ustedes apenas alcanzara a ver la sombra de lo que nosotros vislumbramos enloquecería de inmediato, se rompería su cerebro, lloraría al descubrir que siempre fuimos enormes y eternos, que en realidad nos vamos atrofiando mientras más nos alejamos de nuestro génesis… Descubrir, con dolor, que todo esto comenzó con uno de nosotros totalmente solo con poderes infinitos en un espacio vacío y absoluto.”


Texto extraído de la “Declaración de principios (y finales)”, perteneciente a la mítica asociación secreta que se junta todos los domingos a contarse historias de terror. 

***


jueves, 4 de mayo de 2017

EL LADO OSCURO DE MI CABEZA



La voz de mi cabeza dijo que tenía una voz en la cabeza.
Ese día me convertí en el psicólogo de la voz de mi cabeza. Sin embargo, rápido nos perdimos en recovecos dialécticos donde terminábamos rebotando en un loop insufrible. Cada vez con más insistencia y frustración nos preguntábamos quién era el “yo” del que se estaba hablando.
Todo se estaba volviendo tedioso… entonces comprendí que yo era una voz en la cabeza de mi cabeza. Quizás todo era parte de una gran confusión. Me puse feliz por unos segundos… lo único que teníamos que hacer era eliminarnos, anularnos: empezar a ser iguales. 
Nunca tuve tiempo de compartir mi revelación.
Justo en ese momento, por primera vez, escuché a la voz de mi cabeza tartamudear. Estaba torpe, se reía de sus propios chistes. Ni bien caí en la cuenta de que la voz de mi cabeza estaba borracha me entregué al pronto impulso que se apoderó de mí: tenía que emborracharme también. La pasamos bien, mejor que nunca.
Brindamos por nuestras fantásticas ideas.
A partir de entonces tenemos las resacas para poder descansar el uno del otro, para poder ser objetivos y separarnos por unas cuantas horas. Para conservar independencia y no estar tentados a mezclarnos.
Ahora, cuando nos vemos, lo disfrutamos más… tenemos cosas nuevas para decirnos y nos hace bien extrañarnos.
Porque nacimos para estar juntos… pero no tanto.

Sólo por unas copas, por el bien de ambos. 

***