sábado, 21 de noviembre de 2015

escalera al cielo

EPÍLOGO
(o: "fingir que no te sale para hacerlo perfecto")


Cuando alguien se muere puede ser que no muera. Hay algo vital en la muerte. La muerte no significa el olvido. Quedamos actuando en la mente de los otros. Y en mi caso, debe ser que la muerte de los otros está actuando en mi mente y no me permite estar del todo presente, como para morirme o entender cómo es que muerta pude hacer estas cosas y estar ahora en el mismo lugar sin poder cerrar los ojos. 
Vera Fogwill, Buenos, limpios & lindos.

*

Quiero caer rodando por las escaleras, pero para arriba, dejarme arrastrar por la ilusión de los viejos escalones del muelle, que se hunden en un río que refleja la infinitud del firmamento, tan repleto de adornos de navidad incandescentes, tan repleto de arquetipos feroces, tan repleto de un drama mudo y cíclico, tan repleto de esplendores muertos, un firmamento que de pronto queda vestido de ondulaciones leves y sutiles, para nada violentas, como sábanas que se estiran por la mañana, entre dos, en pleno verano, para volver a restituir lo que la noche deshizo en bollos, enrosques, nudos. Un lecho tentador, justo al final del descenso que dibuja la madera ya enmohecida y pienso, otra vez, en un bucle de premisas que se muerden la cola con desesperación, que abren la boca por dolor o por hambre: una premisa única en realidad, que piensa que hay alguien a quién alcanzar, algo de lo que escapar, una premisa famélica de soledad; pienso, sin poder resistirme, sin oponer resistencia para ser más sincero, que caer sería un subir, un hundirme de modo estrepitoso contra esas estrellas, que luego de tragarme se volverían a unir en la fantasía de un cielo, pero quedarían rasgadas por un segundo y siento, ahí, justo ahí, intuyendo lo peligroso que eso puede resultar, que quizás eso sean los agujeros negros, esa posibilidad de estrellarse y luego convertirse en víctima del aparato digestivo del mundo, del cosmos completo. Me pregunto, hipnotizado por esos vaivenes líquidos, en qué lugar seré vomitado. Me preguntó qué pasa si, por fin, en lugar de eso, en lugar de caer y subir, de subir y caer, logro llegar al estómago de la criatura universo para ser desintegrado de una vez y para siempre. Me inclino un poco más y veo que la luna, en su oscilación, parece reír. Me inclino otro poco, con un leve crujido de la baranda, y veo una sonrisa de reflejo partido en mi rostro. Una sonrisa cicatriz. Una cicatriz como la que quedaría en ese disfraz pretencioso de noche de otoño, una cicatriz incapaz de alcanzar la carne, el latido real, una herida simple, de niño, algo nada significante, como caerse de un árbol o de la bicicleta, como caerse de una cornisa nunca muy elevada al intentar hacer equilibrio, como caerse, por falta de buena perspectiva, de las escaleras…
Intuyo, en el segundo antes de ser ese meteorito inverso, que las opciones no son sólo ser vomitado o triturado. Intuyo, un segundo antes de entrar a esa boca, un segundo antes de chocar de cabeza a la luna burlona, un segundo antes de caer lo más alto posible, que hay una tercer opción: un universo agonizando, desesperado por no poder subirme y mucho menos bajarme, un universo finalmente asfixiado, atragantado, muriendo, dejándome sin aire.



*

No hay comentarios.:

Publicar un comentario