martes, 10 de enero de 2017

pulp-ficción

LA CASA-MANSIÓN
-evidencias de un vecino-



*

En la puerta de casa siempre hay parado un patrullero. En la misma cuadra en la que yo alquilo vive un tipo importante, famoso. El intendente o un actor, algo así. Nadie se puede imaginar por qué alguien importante y/o famoso querría vivir en el barrio, pero todos asumimos que en esa casa de tres pisos y oscuros portones vive alguien no sólo con la capacidad de saber hacer buena guita sino que alguien con algún otro tipo de peso. Por eso la presencia policíaca, por ejemplo.  
Todas las movidas en la casa-mansión se realizan de noche y uno de los vecinos dice que en realidad pasa algo relacionado con la droga. Pero es el mismo vecino que baldea la vereda más de una docena de veces por día, en bata. 
Otros, iguales de poco creíbles, hablan de extraños ruidos por las madrugadas y de un tipo raro que a veces sale con un perro de desproporcionadas magnitudes.
Ah, y la mujer que hace unos años tenía un negocio chiquito pero rendidor de moda y ahora apenas puede combinar las dos partes de un par de medias dice que en una ocasión, en un bingo, un informante secreto le dijo que en el parque de la casa-mansión una vez, esa vez que se cortó la luz en toda la zona, había aterrizado un plato volador.

Pienso que sería muy loco que acá, cerca del centro de Avellaneda, se esté negociando una invasión intergaláctica, mientras los vecinos, ingenuos y estúpidos, deliramos con turbios intereses políticos y estrellas sobrevaloradas en pleno retiro.

*

Los policías que están en el patrullero que para en la puerta de casa no parecen hombres de negro. Leen folletos de supermercados, se cagan de calor, el tiempo se les hace eterno.
¿Sabrán a quién están cuidando? ¿De quién lo están cuidando?
¿Y si lo están cuidando de mí?
A veces me pregunto si me niegan el saludo porque soy un posible enemigo o si lo hacen porque sí, porque nacieron así, con el corazón ortiba.
Muchas veces me gustaría que fuéramos más compinches… salir a la puerta y preguntarles cómo están, contarles mis problemas: que me peleé con mi mejor amigo, que los mambos con mi novia re bien pero me pide cosas que no sé cómo dar… qué película vi, qué estoy leyendo, compartir un pucho una noche estrellada. Otras veces hasta los odio sin conocerlos: estoy adentro de mis cuatro paredes, con los auriculares a pleno, escuchando punk, medio borracho, dedicándoles gestos obscenos… justo a ellos, que lo único que hacen, por lo que se ve, es pasarla mal.
Es suspirar y leer. Leer y estar ahí.
¿Para quién?
¿Por qué?
Otra vez los estoy mirando fijo, fascinado.
Hace dos días que cada vez que me cuelgo mirándolos me devuelven la mirada y se quedan así, como atrapados con las manos en la masa, desafiándome.
Descubrieron que los descubrí.
No creo que eso los afecté de modo negativo.
Pero no los pone felices.
Vuelvo rápido a lo mío, bajo la vista, pongo llave, susurro un “buenas tardes” que se cae de maduro de lo hipócrita que es y me voy al chino a comprar otra birra y ver qué otra cosa meto en la bolsa para disimular.

No vaya a ser cosa que piensen que tengo un problema con el alcohol y por eso la paranoia.

*

Hace no mucho salí y me sorprendió el hecho de que hubiera una policía mujer en el patrullero que siempre está estacionado en la puerta de casa.
Ni bien me vio abrir la reja me miró y sonrió. Se tapó los ojos con la mano, como si saludara a un superior, pero en realidad lo hizo porque el sol le daba de frente, porque yo estaba saliendo tarde y ya era casi mediodía…
-¿Todo bien? –dijo.
La policía tiene que cuidarte si las cosas no están bien. En teoría, juegan para tu equipo.
¿Qué me robaron?
¿Cómo abusaron de mí?
¿Quién hizo una copia ilegal de mi persona?
¿Quién me trafica como si yo fuera porquería digna de ser conocida?
-Todo bien…
¿”Todo bien”? ¿Posta?
Acababa de ocurrir una mentira. Yo me iba, ella volvía a lo suyo. Lo suyo era vigilar esa casa, la casa-mansión que está en la misma cuadra en la que yo alquilo.
Importa un carajo mi bien estar. Lo importante es lo que pase en ese lugar que, inevitablemente, me come las energías y me recuerda qué es lo que soy para mi entorno: nada.
Nada
está
bien.

La chica policía tenía ojos grandes y oscuros…
Y quizás todo no sea tan simple ni sólo tan metafórico.
No la volví a ver.
Nadie volvió a saludarme.

*

Tercera vez en la semana que se corta la luz. Cada vez que pasa salgo para ver si el corte es en todo el barrio.
Lo primero que veo es la sirena del patrullero que siempre está parado en la puerta de casa. Emite luces rojas y azules, no hace ruido.
Están ahí, en la penumbra teñida, siguen en la misma, leyendo folletos de supermercados, cagándose de calor, con el tiempo volviéndoseles eterno…
Que no se alteren es raro.
Es probable que mientras pienso en estas cosas, en la oscuridad, un humano con muy poco carácter humano esté entregando el destino de nuestra especie para que nos volvamos lo que se vuelve una especie cuando ya no es la protagonista del drama cósmico sino que sólo un objeto de investigación: pura evidencia.
Si algo somos, somos eso.
Evidencia.
Pasó algo. Punto.
O algo va a pasar.

Dicen que cuando la luz se va del barrio cosas  raras pasan en la casa-mansión que, se supone, se dedican a cuidar esos policías.
En el barrio se habla de eso.
En la casa-mansión pasan cosas.
El barrio, sin luz, nunca está quieto.

*

Como no anda el ventilador las pesadillas me hacen transpirar más de lo habitual. Duermo mal.
Como no anda la compu me atrasé con todos los trabajos.
Como no anda la heladera la cerveza la tomo ni bien llego a casa. A veces la abro en el camino. Los policías que paran en la puerta siguen ahí pero siempre salgo cuando cae la tarde y, como lo único que ilumina todo es la sirena insonora del patrullero, imagino que no me ven.
O ya no me importa.  

A veces salgo a la terraza, me clavo cosas en los pies descalzos, me entre duermo sentado al lado de la improvisada parrilla y vuelvo a despertarme pasados unos veinte minutos, con la espalda dolorida. Pero al menos los sueños son más apacibles…
Creo que me trae paz el ronroneo motorizado que se escucha cuando el viento sopla fuerte. Viene de la casa-mansión. Supongo que la persona importante y/o famosa que vive ahí tiene un generador eléctrico, lo que explicaría, también, las luces que, desde mi posición, veo que salen disparadas desde su último piso. Como reflectores danzantes apuntados al cielo.
Cosas de excéntrico con aire acondicionado.

Pienso en qué pasa si la luz no vuelve más. Pienso en que debería ir a la casa-mansión a pedir que, por favor, me dejen enchufar el celular para cargarlo un poco. Lo suficiente como para llamar a casa. La casa de mis viejos. Deben estar preocupados. 

*

Soñé que abría los ojos y delante de mí había un tipo que se mantenía oculto entre las sombras que la ropa colgada infringía sobre sus facciones.
También tenía calor, por eso estaba desnudo. Y era medio petiso.
Siento la necesidad de aclarar que no era un niño. No soñé con un niño desnudo en mi terraza. Era un tipo bajito. No es lo mismo.
Estaba asustado, como yo.
A pesar de que no escuché su voz me dijo que todo iba a estar bien.
Ahí me desperté, por culpa de un estruendo.
Creo que podría haber sido un tiro, pero no puedo asegurarlo. Después de quedarme inmóvil y agitado por unos cuantos segundos pude comprobar que el ruido no se repetiría o bien nunca había ocurrido.
Sólo estaba yo, rodeado de medias y boxers aún húmedos.

Bajé a tomar un vaso de agua, sin tocar ningún interruptor, ágil en la fuerza de la costumbre.
Recién al cerrar la heladera me percaté del resplandor que de ella había salido.
De tan conmovido que me sentí tardé casi otro tanto en prender la primer luz.
Después las prendí todas.

*

El patrullero ya no está.
Hay un cártel en la casa-mansión: SE VENDE.
Mientras vuelve la rutina (di señales de vida, me estoy poniendo al día, descanso) empiezan a circular por el barrio los comentarios, las hipótesis de fuga, la pregunta maliciosa.
Otros están más ocupados indignándose: “¿quién va a gastar tanta plata para vivir en un barrio como este? Esa cosa va a quedar vacía para siempre…”
De a poco nos olvidamos que la casa-mansión ya estuvo ocupada en un momento.
Por alguien importante. O alguien famoso.
Alguien con custodia policial.
Alguien con un generador de energía propio.
Alguien que, a pesar de su residencia, nunca logró ser del barrio.
Sapo de otro pozo, le dicen.
Una persona que estaba en su propio mundo.

Y si me preguntan, no voy a dudar en decirlo: no voy a extrañar a los ratis. 
Para nada. 


***

miércoles, 4 de enero de 2017

postales

IMPRECISAS EVIDENCIAS DE UN DÍA SOLEADO EN EL PLANETA TIERRA


Si yo te digo la verdad de lo que me pasa, vos no te vas a enriquecer, pero yo sí voy a empobrecerme. Entonces, ¿para qué hablar?
Alberto Laiseca.

*

Un tipo me paró en la calle y me dijo que me cambiaba mi remera de Tom & Jerry por un vino en cartón sin abrir que tenía en la mochila. No tuve tiempo de expresar mi sorpresa, porque rápido, sintiéndose en offside, sin dudas, me aclaró: “me gustan mucho los dibujos animados… yo tenía una beca artística… pasa que…”. Sus ojos rojos se perdieron en algún lugar entre él y yo que no era ni él ni yo, que era un pasado construído sobre arenas movedizas. No tuve tiempo, otra vez, de dar una respuesta, porque agregó, negando con la cabeza: “no quiero que me des esa remera… si la tenés vos, mejor… a menos que no te gusten Tom & Jerry. ¿Te gustan Tom & Jerry?”. Por tercera vez quedé sin poder articular palabra. El tipo, unos cuántos años mayor que yo, se aproximó a mí, ya perdida la nostalgia de sus ojos, ya sublimada la euforia inicial en amenaza punzante: “más te vale no ser un boludo… si te gusta, que te guste, ¿se entiende? Hacé algo con lo que te gusta”. Iba a protestar, pero me calló levantando un dedo, a modo aleccionador… sin embargo, unos segundos después, luego de una pausa en la que nos estudiamos con incómodo detenimiento, su veredicto me desconcertó por la ausencia rotunda de moraleja: “¿Puchos tenés?”.
Para ese entonces yo ya no tenía ganas de hablar. Saqué dos cigarros y se los dí.
“Yo estudié dibujo para que ganara el gato… pasa que hacerte amigo del ratón es recontra tentador… la infancia no tiene fin”.
Lo vi alejarse, algo tambaleante.
Clavé la vista en su mochila, preguntándome si en serio tendría un vino en cartón sin abrir, con algo de sed… como cuando la merienda era sagrada y el hambre ley.

*

No voy a estar jugando al dominó con otros viejos. No voy a mirar un culo hasta olvidarme qué estoy mirando, no voy a hablar de lo idealista que fui en mi juventud. No voy a extrañar nada. Nunca extraño: siempre pienso que algo se desató con mi último fracaso o mi última victoria. Como si yo fuera la mariposa de un huracán por venir.
Tampoco me imagino tan bien vestido, ni orgulloso por tantos años de laburo. No veo el discurso del sacrificio, ni eso de que la droga se comió a la nueva generación. No me veo pasado ni perdido. No me veo cínico y ermitaño. No me veo en paz. No veo resentimiento.
No me veo escapando de mi hogar para refugiarme en la cábala resumida de la quiniela y las maquinitas tragamonedas.  No sólo porque ahora no soy así: sobretodo porque tengo tiempo para no serlo. Lo único incierto en todo esto es mi futuro. Se trata de seguir sin aceptar que todo se comprende, sin que haya en eso una lógica, sino un horizonte cargado de misterios.
Voy a ser un viejo de los que no conozco.

*


El chico tiene una remera de Batman.
Nunca patea al arco, siempre le pasa la pelota a su hermano menor, aún cuando es él el que gambetea con talento a su padre, dejándolo desparramado por el piso.
Intuyo que su padre lo odia por eso.
Intuyo que el niño no saca satisfacción del acto.
Intuyo que lo único que ese niño quiere es que su padre se sienta orgulloso.
Y no, su padre está cegado. Él está cegado.
Su hermanito festeja cada gol como si se tratara de la final del mundo.
Sin embargo, cada vez que va a buscar la pelota (patea fuerte de modo innecesario), cada vez que se aleja, su rostro se cubre de miedo.
Es chiquito. Muy.
Está ajeno a la guerra que se desata en esa porción de césped y la remera de Superman le queda grande.
Casi puedo ver cómo el corazón le estalla en el pecho cuando, al levantar la pelota, me mira, de modo fugaz.

*

Nuevos justicieros atiborrados de vodka insultan y amenazan a un joven que vende medias. Lo corren a patadas voladoras, mientras señoras bien con calzas ajustadas interrumpen su rutina y se llevan la mano a la boca, mientras padres jóvenes tapan los ojos de sus hijos y apuran el paso. Todo se paraliza unos segundos, para que el etílico grito de “tomátelas, no jodas más” se eleve como vaho de un espejismo tonto y hostil.
La respuesta tiene forma de amenaza, la guerra siempre será mañana, cuando algunos sean más, cuando otros sigan comprando alcohol difícil de costear para el que se dedica a pasar de banco en banco, con el tan practicado: “disculpá que te joda, no voy a mentirte diciendo que tengo una enfermedad o algo así…”. Etc, etc, etc.
Me saco las zapatillas. Quiero pensar un rato, estar solo, descansar, terminar la birra sin culpa. Puedo decir que no me importa, pero un poco me avergüenza que mi dedo gordo del pie haya roto las vestiduras y asome con una rebeldía estúpida e incómoda que mi inminente borrachera resignifica a niveles que no puedo manejar.
Porque la violencia es esto y porque la violencia es aquello.


*