LA CASA-MANSIÓN
-evidencias de un vecino-
*
En la puerta de casa siempre hay
parado un patrullero. En la misma cuadra en la que yo alquilo vive un tipo
importante, famoso. El intendente o un actor, algo así. Nadie se puede imaginar
por qué alguien importante y/o famoso querría vivir en el barrio, pero todos
asumimos que en esa casa de tres pisos y oscuros portones vive alguien no sólo
con la capacidad de saber hacer buena guita sino que alguien con algún otro
tipo de peso. Por eso la presencia policíaca, por ejemplo.
Todas las movidas en la
casa-mansión se realizan de noche y uno de los vecinos dice que en realidad
pasa algo relacionado con la droga. Pero es el mismo vecino que baldea la
vereda más de una docena de veces por día, en bata.
Otros, iguales de poco creíbles,
hablan de extraños ruidos por las madrugadas y de un tipo raro que a veces sale con un perro de desproporcionadas magnitudes.
Ah, y la mujer que hace unos años
tenía un negocio chiquito pero rendidor de moda y ahora apenas puede combinar
las dos partes de un par de medias dice que en una ocasión, en un bingo, un
informante secreto le dijo que en el parque de la casa-mansión una vez, esa vez
que se cortó la luz en toda la zona, había aterrizado un plato volador.
Pienso que sería muy loco que
acá, cerca del centro de Avellaneda, se esté negociando una invasión
intergaláctica, mientras los vecinos, ingenuos y estúpidos, deliramos con
turbios intereses políticos y estrellas sobrevaloradas en pleno retiro.
*
Los policías que están en el
patrullero que para en la puerta de casa no parecen hombres de negro. Leen
folletos de supermercados, se cagan de calor, el tiempo se les hace eterno.
¿Sabrán a quién están cuidando?
¿De quién lo están cuidando?
¿Y si lo están cuidando de mí?
A veces me pregunto si me niegan
el saludo porque soy un posible enemigo o si lo hacen porque sí, porque
nacieron así, con el corazón ortiba.
Muchas veces me gustaría que
fuéramos más compinches… salir a la puerta y preguntarles cómo están, contarles
mis problemas: que me peleé con mi mejor amigo, que los mambos con mi novia re bien
pero me pide cosas que no sé cómo dar… qué película vi, qué estoy leyendo,
compartir un pucho una noche estrellada. Otras veces hasta los odio sin
conocerlos: estoy adentro de mis cuatro paredes, con los auriculares a pleno,
escuchando punk, medio borracho, dedicándoles gestos obscenos… justo a ellos,
que lo único que hacen, por lo que se ve, es pasarla mal.
Es suspirar y leer. Leer y estar
ahí.
¿Para quién?
¿Por qué?
Otra vez los estoy mirando fijo,
fascinado.
Hace dos días que cada vez que me
cuelgo mirándolos me devuelven la mirada y se quedan así, como atrapados con las
manos en la masa, desafiándome.
Descubrieron que los descubrí.
No creo que eso los afecté de
modo negativo.
Pero no los pone felices.
Pero no los pone felices.
Vuelvo rápido a lo mío, bajo la
vista, pongo llave, susurro un “buenas tardes” que se cae de maduro de lo hipócrita que es y me voy al chino a
comprar otra birra y ver qué otra cosa meto en la bolsa para disimular.
No vaya a ser cosa que piensen que
tengo un problema con el alcohol y por eso la paranoia.
*
Hace no mucho salí y me sorprendió
el hecho de que hubiera una policía mujer en el patrullero que siempre está
estacionado en la puerta de casa.
Ni bien me vio abrir la reja me
miró y sonrió. Se tapó los ojos con la mano, como si saludara a un superior,
pero en realidad lo hizo porque el sol le daba de frente, porque yo estaba
saliendo tarde y ya era casi mediodía…
-¿Todo bien? –dijo.
La policía tiene que cuidarte si las
cosas no están bien. En teoría, juegan para tu equipo.
¿Qué me robaron?
¿Cómo abusaron de mí?
¿Quién hizo una copia ilegal de
mi persona?
¿Quién me trafica como si yo
fuera porquería digna de ser conocida?
-Todo bien…
¿”Todo bien”? ¿Posta?
Acababa de ocurrir una mentira. Yo
me iba, ella volvía a lo suyo. Lo suyo era vigilar esa casa, la casa-mansión que
está en la misma cuadra en la que yo alquilo.
Importa un carajo mi bien estar.
Lo importante es lo que pase en ese lugar que, inevitablemente, me come las
energías y me recuerda qué es lo que soy para mi entorno: nada.
Nada
está
bien.
La chica policía tenía ojos
grandes y oscuros…
Y quizás todo no sea tan simple
ni sólo tan metafórico.
No la volví a ver.
Nadie volvió a saludarme.
*
Tercera vez en la semana que se
corta la luz. Cada vez que pasa salgo para ver si el corte es en todo el
barrio.
Lo primero que veo es la sirena
del patrullero que siempre está parado en la puerta de casa. Emite luces rojas
y azules, no hace ruido.
Están ahí, en la penumbra teñida,
siguen en la misma, leyendo folletos de supermercados, cagándose de calor, con
el tiempo volviéndoseles eterno…
Que no se alteren es raro.
Es probable que mientras pienso
en estas cosas, en la oscuridad, un humano con muy poco carácter humano esté
entregando el destino de nuestra especie para que nos volvamos lo que se vuelve
una especie cuando ya no es la protagonista del drama cósmico sino que sólo un
objeto de investigación: pura evidencia.
Si algo somos, somos eso.
Evidencia.
Pasó algo. Punto.
O algo va a pasar.
Dicen que cuando la luz se va del
barrio cosas raras pasan en la
casa-mansión que, se supone, se dedican a cuidar esos policías.
En el barrio se habla de eso.
En la casa-mansión pasan cosas.
El barrio, sin luz, nunca está
quieto.
*
Como no anda el ventilador las
pesadillas me hacen transpirar más de lo habitual. Duermo mal.
Como no anda la compu me atrasé
con todos los trabajos.
Como no anda la heladera la
cerveza la tomo ni bien llego a casa. A veces la abro en el camino. Los
policías que paran en la puerta siguen ahí pero siempre salgo cuando cae la
tarde y, como lo único que ilumina todo es la sirena insonora del patrullero,
imagino que no me ven.
O ya no me importa.
A veces salgo a la terraza, me
clavo cosas en los pies descalzos, me entre duermo sentado al lado de la
improvisada parrilla y vuelvo a despertarme pasados unos veinte minutos, con la
espalda dolorida. Pero al menos los sueños son más apacibles…
Creo que me trae paz el ronroneo
motorizado que se escucha cuando el viento sopla fuerte. Viene de la casa-mansión.
Supongo que la persona importante y/o famosa que vive ahí tiene un generador eléctrico,
lo que explicaría, también, las luces que, desde mi posición, veo que salen
disparadas desde su último piso. Como reflectores danzantes apuntados al cielo.
Cosas de excéntrico con aire
acondicionado.
*
Soñé que abría los ojos y delante
de mí había un tipo que se mantenía oculto entre las sombras que la ropa colgada
infringía sobre sus facciones.
También tenía calor,
por eso estaba desnudo. Y era medio petiso.
Siento la necesidad de aclarar
que no era un niño. No soñé con un niño desnudo en mi terraza. Era un tipo
bajito. No es lo mismo.
Estaba asustado, como yo.
A pesar de que no escuché su voz
me dijo que todo iba a estar bien.
Ahí me desperté, por culpa de un
estruendo.
Creo que podría haber sido un
tiro, pero no puedo asegurarlo. Después de quedarme inmóvil y agitado por unos
cuantos segundos pude comprobar que el ruido no se repetiría o bien nunca había
ocurrido.
Sólo estaba yo, rodeado de medias
y boxers aún húmedos.
Bajé a tomar un vaso de agua, sin
tocar ningún interruptor, ágil en la fuerza de la costumbre.
Recién al cerrar la heladera me
percaté del resplandor que de ella había salido.
De tan conmovido que me sentí
tardé casi otro tanto en prender la primer luz.
Después las prendí todas.
*
El patrullero ya no está.
Hay un cártel en la casa-mansión:
SE VENDE.
Mientras vuelve la rutina (di señales de vida, me
estoy poniendo al día, descanso) empiezan a circular por el barrio los
comentarios, las hipótesis de fuga, la pregunta maliciosa.
Otros están más ocupados indignándose:
“¿quién va a gastar tanta plata para vivir en un barrio como este? Esa cosa va
a quedar vacía para siempre…”
De a poco nos olvidamos que la
casa-mansión ya estuvo ocupada en un momento.
Por alguien importante. O alguien
famoso.
Alguien con custodia policial.
Alguien con un generador de energía
propio.
Alguien que, a pesar de su
residencia, nunca logró ser del barrio.
Sapo de otro pozo, le dicen.
Una persona que estaba en su
propio mundo.
Y si me preguntan, no voy a dudar en decirlo: no voy a extrañar a los ratis.
Para nada.
***