VILLA FALLECER
Hace un rato vi un video en el
que un tipo se muere de verdad. No me impactó la muerte en sí. Me impactó saber
que los que yo había visto habían sido los últimos segundos de vida de ese tipo.
Segundos estúpidos, carentes de visiones, carentes de una despedida con
trompetas de ángeles rubios saludando. Segundos que podrían haber sido otros
segundos. ¿O no? Miré el video en el que un tipo se muere más de seis veces,
muy a mi pesar. Juró que lo sufrí una vez más que la otra. No es morbo. No es
masoquismo. Me dolió. Murió mi estupidez con cada nueva reproducción. Cada vez
que el estúpido muere estamos más cerca de la muerte. Yo, hoy, avancé un montón
de casilleros. Sí, ya había visto muertes reales en la web. Hoy sentí la muerte
de un desconocido con una fuerza avasalladora. Como nunca. Me hice mal a mi
mismo mirando eso. Seis veces. La muerte idiota. La muerte como maldición,
nunca como recompensa. La muerte que viene y a la que no le importa si ese día
ya había pasado otra cosa importante. Porque no sos importante. ¿Sabés qué son
las efemérides? Nuestro manotazo de ahogado. Un segundo y estás muerto. Muerto en
un calendario. Muerto en un ciclo. Vas a morir y va a pasar un día después de
tu muerte… después van a pasar dos o tres semanas. Después nadie va a medir el
tiempo en relación a tu muerte. Vas a ser un video tonto con no sé cuántas
miles de reproducciones. Asimilación. Registro monótono de la ausencia de épica.
Es como un: “a veces no morís, a veces sí”. Ni siquiera es tan dramático.
Porque el problema no es la vida. Mucho menos la muerte. Tu muerte no es nada.
En el mejor de los casos, una efeméride, una foto que sobrevive. El problema es
la conciencia, la sabiduría adquirida de que lo transcurrido siempre es tiempo,
que eso se gasta de modo inexorable, que por eso hay que tratar de sacarle algún
rédito, porque sucederá, queramos o no. La idea es clara y perturbadora: si
quiero que mi muerte quede grabada me conviene tener siempre una cámara
prendida. Se trata de eso. De morir de mentira hasta que suceda de verdad. De
morir en una pantalla. Capaz para eso grabamos todo. Para que algún día quede
registro de todo, para que un día selfies, informes berretas de noticieros
berretas, videos de youtube, estados de facebook, tweets, desayunos de
instagram y todo lo demás generen un espejo rotundo de la realidad en toda su
complejidad y nos quedemos congelados en la milésima de existencia en el que
todo permanece vivo: nos hagamos, sin vueltas, pura ficción. Eternos, como una
peli… Eso: capaz que algún día todos contemos la misma peli. La vida del
Planeta Tierra. En una foto. Como si en vez de un mundo fuéramos un barrio
chiquito. Un mapa. Las líneas de la mano del Universo. Un futuro. Villa
Fallecer. Una pausa sin muertes.
Una muerte en pausa.
El resto es… ¡ACCIÓN!