LOS DÍAS CONFUSOS
(o: sobre el
calendario y los daños colaterales)
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Alguien parado en un lugar
inexacto. O suspendido en el espacio. Es como volar.
Si los periodos se dividen en
“antes de Cristo” y “después de Cristo”, aferrándonos a la literalidad podemos
decir, ergo, que el nacimiento de Cristo representa con claridad el punto de
inflexión entre dichos paradigmas. Entonces, ¿no tendría que ser, en nuestro
calendario, el 25 de Diciembre el primer día del año? O quizás es la metáfora
perfecta, porque hacemos de cuenta que no lo sabemos pero aceptamos que todo
recién empieza en el final, que todo termina antes incluso de terminar.
25 de Diciembre. Luego, el 1 de
Enero se convertiría en el día número 8 del nuevo calendario. Porque 7 días
conlleva la creación, por eso las horas que siempre van a significar un
misterio. Lo que no sé cómo sucedió, pero acá estamos, sacándole la última hoja
al almanaque que cuelga de la fría heladera que murmura por las noches,
estática ante la conmoción del óxido, apagándose de a poco su motor-corazón.
Del 25 de Diciembre (inclusive)
hasta el 31 de dicho mes (inclusive) se suceden los que pasaran a conocerse
como “los días que siguieron al impacto”, porque también llevó 7 días
comprender desde el cuerpo-concepto de un frágil bebé lo que en 7 días había
sido creado con prepotente sabiduría.
Son los Días de Confusión, o al
menos así se los conoce en los Evangelios de la Anti-Materia del Gran Libro de
La Morsa, cuyo controversial apartado 33 habla del protagonista y la inexorable
Cruci-ficción. Pero eso no viene al caso. Al menos no por el momento.
Ahora estamos hablando del
Principio.
Y el Principio no es más que un
lugar inexacto entre un Antes y un Después.
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Los Días de Confusión son el
abismo que conforma todo eso que fue soñado pero jamás recordado. Los primeros
sueños, al no poder contrastarse con una figura de realidad mayor y al no poder
recordarse de modo directo porque son lo primero que sucede antes de que se
ejercite por primera vez la capacidad de recordar, son los que eventualmente
construyen la “realidad”. Es menester estar atentos, entonces, a la burbuja de
contraste espacio-temporal que esa primer colisión trae hasta nosotros como una
ola expansiva.
No será raro descubrirnos por
estas fechas (del 25 de Diciembre al 31 del mismo mes -25 y 31 inclusive-)
sentados en un colectivo sin saber a dónde nos dirigimos; no será extraño
recibir constantes llamadas de un número desconocido o abrir los ojos en plena
oscuridad y descubrir que los muebles de la habitación alteraron su ubicación,
que incluso la ventana, que antes quedaba sobre la cabeza, ahora está adelante,
mostrándonos una noche despejada de luna gigante y abismo insondable.
Otra vida.
Otro Antes y otro Después.
En los Días de Confusión se
recordará todo aquello que no será soñado.
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Es probable que también:
-te olvides cómo es tu rostro.
-veas a una de esas personas con
las que no socializas pero conforma tu paisaje urbano-rutinario en un lugar que
le es impropio. Trabajando de otra cosa. De Vagabundo. Con su familia. O puede
también ya no estar. O transitarlas todas.
-te sientas desapercibido, como
si nadie se molestara de verdad en terminar de darte un mensaje concreto.
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En los Días de Confusión se produce un
fenómeno de doble parpadeo: en un primer parpadeo la vista se pone borrosa, hay
un fuera de foco que deja en evidencia el polvo del lente. En el segundo
parpadeo un brillo sobrenatural empieza a envolver todo lo que vemos. Las
calles, los tachos de basura, las figuras humanas. Todo se congela con
espectacular nitidez durando un segundo infinito, luego todo se hace luz con
una explosión que dura una eternidad.
Te vas a acordar cómo es que un
sueño se desintegra cuando uno despierta.
Esas cosas no se ven todos los
días.
Y sí.
Sin embargo, y quizás por puro
instinto de supervivencia, es algo que tenemos naturalizado. Siempre borramos
la parte en la que el decorado cae. Siempre es un corte brusco y luego un rayo
de sol entrando por la ventana.
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Cita:
El Hijo crea el concepto de “mundo” del mundo que el Padre creó.
Dios se vuelve Testigo.
¿Qué clase de Eternidad tiene una vida en su interior?
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En los Días de Confusión la
percepción primigenia desborda su caudal salpicando nuestra percepción
histórica personal, creando ondas de influencia en percepciones alternativas,
causando este fenómeno reflejos de breve inestabilidad dentro de nuestro
cotidiano y suave flotar.
Una oscilación leve que crea el
chapoteo sincrónico de muchos “Antes” con muchos “Después”.
7 días vivo donde nada va a
cambiar.
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Los Días de Confusión, ese lapsus
que transcurre entre el 25 y el 31 (inclusive) de Diciembre, son días que sin
duda acarrean una impronta de desesperación, de sudor perlado en la frente y
pupilas dilatadas, de capricho y llanto, de maravillado desvelo e improvista
fascinación por las sombras, un apego repugnante por la vida y visión a corto
plazo del horizonte existencial.
Todo lo que quizás le suceda a un
recién nacido, hasta que en el día 8 la Trampa esté tendida y la sorpresa
re-condicionada y despojada de su facultad de “sorpresa” y empiece a dibujarse
en su devenir el Primer Destino Dogmático.
Pero esa es otra historia, sólo
saber que cuando Cristo (la “figura” Cristo, el Dios hecho Hombre) muere, el
“Después” adquiere una doble articulación. Un “Después del Nacimiento” y un
“Después de la Muerte Ficcional”, dado que un “Después” puede ser una presencia
y una ausencia. El “Antes” siempre va a ser “Antes”, el “Después” siempre va a
implicar un flujo de vivencias, un giro más de la Tierra sobre su eje, de la
Tierra alrededor del Sol.
La llegada siempre inexorable de
un final o un principio anticipado, otro alguien en un lugar inexacto.
La llegada de otros aterrizajes.
La llegada, claro, de nuevos Días
Confusos.
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